ITALIA-ESPAÑA PRKSFMFI) TO THE LIBRARY BV PROFESSOR MILTON A. BUCHANAN OF THE DKPAKIMENT OF ITALIAN WD SPANISH 1906-1946 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA •^ LA BASE DE UNA PAZ DURADERA artículos escritos por invitación DEL NEW YORK TIMES POR COSMOS TRADUCCIÓN AUTORIZADA NEW YORK CHARLES SCRIBNER'S SONS 1917 COPYUCBT. lQt7, ST CHARLES SCRIfiNER'S SONS ADVERTENCIA DEL EDITOR Estos artículos se publicaron por primera vez en The New York Times de 20, ai, 22, 23, 24, 25, 27, 28 y 30 de noviembre, y 2, 4, 6, 9, 12, 15 y 18 de diciembre, de 1916. INTRODUCCIÓN LA PAZ Y SUS CONDICIONES Manifestaciones recientes del Canciller alemán y del Primer Ministro inglés han llevado al público culto a creer que las figuras principales de las na- ciones europeas beligerantes acogerían ahora mejor que antes las proposiciones que contuvieran los amplios principios generales sobre los cuales debe establecerse la paz. Participando de esa opinión, The New York Tintes solicitó, de una procedencia cuya competencia y autoridad fueran reconocidas en ambos hemisferios, ima serie de contribuciones en las cuales se discutiesen las condiciones de la paz. Al publicarse esta serie, de día en día, el público percibió la buena fe, la imparcialidad, la amplitud de visión y el conocimiento profundo de los prin- cipios políticos según los cuales el autor pesaba y consideraba las condiciones generales de la paz, y además, en su vez, la política y los intereses de cada una de las potencias empeñadas en la guerra. Todas ellas manifiestan el deseo de la paz en tales con- diciones que aseguren su permanencia. En estas discusiones se muestra el modo de llegar a ima paz duradera; se concilian, hasta donde es posible, la vi INTRODUCCIÓN rivalidad de ambiríones y el choque de intereses; y se somete al juicio público un arreglo compatible con las exigencias de la justicia y con los derechos de las naciones, grandes y pequeñas, y conteniendo a la vez la promesa de quedar libres de la calamidad de otra guerra. The New York Times confía en que el público, nacional y extranjero, prestará seria atención a estos artículos merecedores de ella, no ya por el origen distinguido de donde proceden, sino por la amplitud de conocimientos y la perspicacia política que desplegan. Diciembre de 1916. TABLA DE MATERIAS I Pigm^ ¿ZSrk A LA VISTA EL FIN DE LA GÜERJLA? — RECIENTES AEIRMAaONES DE INGLATERRA Y ALEMANIA EN CUANTO A LOS riNES DE LA GUERRA — SU SEMEJANZA EN LA FORMA 3 II LA POLÍTICA DE LA GRAN BRETAÑA HACLA LAS PEQUEÑAS NAaONES Y LOS PUEBLOS EN PORMACTÓN SU POLÍTICA INTERNACTONAL COMERCIAL — LA POLÍTICA DE ALEMANIA HACIA LAS PEQUEÑAS NACIONES Y LOS PUEBLOS EN FORMACIÓN — ¿ HAY UN ACUERDO POSIBLE ? II % III EL LIBRE CAMBIO EN EL COMERCIO INTERNACIONAL COMO UNA INFLUENCLA PARA LA PAZ — GUERRA ECONÓMICA Y PRIVILEGIO SON UNA CAUSA SEGURA DE INQUIETUD INTER- NAaONAL 18 IV ¿QUi SE ENTIENDE POR LIBERTAD DE LOS MARES? — LOS MARES EN TIEMPO DE PAZ SON UBRES — LOS MARES EN TIEMPO DE GUERRA 23 EXENCIÓN DE LA PROPIEDAD PRIVADA, QUE NO SEA CON- TRABANDO, DE LA CAPTURA O DESTRUCCIÓN EN EL MAR POR LOS BEUGERANTES — LA POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS — ACaÓN DE LAS DOS CONFERENCIAS DE LA HAYA . . 28 viü TABLA DE MATERIAS VI Páfiaa FRANaA EN LA GUERRA— LOS OBJETIVOS DE FRANCIA: RESTITUaÓN, REPARAaÓN Y SEGURIDAD NACIONAL — UN MODO DE OBTENER REPARAaÓN QUE SERVIRÁ A UNA PAZ DURADERA 37 VII LA CUESTIÓN DE ALSACIA-LORENA — LAS DECLARACTONES DE 187 1 — FRACASO DE LA POLÍTICA DE ASIMILAaÓN ALEMANA 43 VIII RUSIA Y LOS ESLAVOS — EL MOVIMIENTO LIBERAL EN RUSIA — EL BOSFORO Y LOS DARDANELOS 50 DC EL MILITARISMO PRUSIANO — SU FtJND AMENTO Y SU CAUSA — HASTA QUÉ PUNTO PUEDE SER DOMINADO POR CONQUISTA 58 LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE UN NUEVO ORDEN INTERNACIONAL — LOS DERECHOS Y DEBERES DE LAS NAaONES — EL ESPÍRITU INTERNACIONAL — EL DERECHO INTERNAaONAL COMO DERECHO NACIONAL .... 67 XI LA OBRA DE LA PRIMERA CONFERENCIA DE LA HAYA — DESARME Y ARBITRAJE — EL TRIBUNAL DE JUSTICIA ARBITRAL 73 XII LA OBRA DE LA SEGUNDA CONFERENCL\ DE LA HAYA — DI8- TINaÓN ENTRE UN TRIBUNAL ARBITRAL Y UN TRIBUNAL INTERNAaONAL DE JUSTICIA — PROPOSiaONES PRÁCTICAS PASA EL ESTABLECmiBNTO DE UN VERDADERO TRIBUNAL — ANALOGÍA ENTRE UN TRIBUNAL INTERNAaONAL DE JUSTIOA Y EL TRIBUNAL SUPREMO DE LOS ESTADOS UNIDOS 8 I TABLA DE MATERIAS XIII MAN L KA DE PROCEDER SUGERIDA PARA DSSTUÍS DI LA GUERRA — TRABAJO PARA UNA TERCERA C0N7ERENCIA DE LA HAYA — CUATRO PROPOSICIONES PARA LA ACaÓN . . 9X XIV CUMPLIMIENTO DEL DERECHO INTERN AaON AL Y AOMXIIXS- TRAaÓN DE UN NUEVO ORDEN INTERNACIONAL — CRÍTICA DEL USO DE LA FUERZA PARA OBUCAR A QUE TODA CUES- TIÓN INTERNAaONAL SEA SOMETIDA A UN TRIBUNAL JU- DICIAL O CONSEJO DE CONCILIAaÓN ANTES DE QUE EMPIE- CEN LAS HOSTILIDADES — DI7ICULTAD DE QUE LOS ESTADOS UNIDOS HAGAN UN ACUERDO CON ESTE PIN— VERDADERA GARANTÍA INTERNAaONAL DE SEGURIDAD NACIONAL . . ICO XV PARTICIPAaÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS EN EL CUMPU- MIENTO DEL DERECHO INTERNAaONAL Y EN LA ADMINIS- TRAaÓN DE UN NUEVO ORDEN INTERNAaONAL — LA DOCTRINA DE MONROE — DOS ESFERAS DE ACaÓN ADMINIS- TRATIVA, UNA EUROPEA Y OTRA AMERICANA — PREPARA- CIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS PARA LA PARTICIPAaÓN INTERNAaONAL — POLÍTICA NAaONAL Y SERViaO NA- aoNAL no XVI CONCLUSIÓN— CUESTIONES PARA EL PORVENIR — ^PUNTOS ESENOALES DE UNA PAZ DURADERA X30 APÉNDICE 129 L HALL CAINE A COSMOS n. COSMOS A HALL CAINE m. HALL CAINE A COSMOS IV. COSMOS A SUS CRÍTICOS V. LOS ARTÍCULOS DE COSMOS ÍNDICE 147 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA I ESTÁ A LA VISTA EL FIN DE LA GUERRA ? — RECIEN- TES AFIRMACIONES DE INGLATERRA Y ALEMANIA EN CUANTO A LOS FINES DE LA GUERRA — SU SEMEJANZA EN LA FORMA HA llegado el tiempo de pensar si acaso la guerra no puede ser terminada por un acuerdo internacional en el cual los Estados Unidos tuvieran una participación. Durante los últimos meses el centro de gravedad del interés del mundo ha estado cambiando cons- tantemente. Ahora ha venido a descansar en un punto nuevo y gravemente significativo. La cues- tión de quién o qué poder es principalmente respon- sable de k)s últimos acontecimientos que precedieron inmediatamente a la guerra, ha llegado a ser, por el momento, una cuestión de interés meramente his- tórico. Quizá esta cuestión no será resuelta a satis- facción de todos sino por una generación por venir. La importancia de las consecuencias de la guerra ha colocado en im plano posterior la discusión de las causas directas de ella. Las espantosas relaciones de los progresos de la guerra, con sus páginas alter- nadas de crueldad y de heroísmo, de devastación y de sacrificio personal, de carnicería y de magnífico cimiplimiento de los deberes nacionales, son tantas y tan aaunuladas que han sobrepujado la apreda- 3 4 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA don y la comprensión humanas. Hemos quedado ahora involuntariamente torpes, insensibles a acon- tecimientos tales que casi cada uno de ellos aislada- mente, en la vida ordinaria, podría conmover la imaginación e inspirar el arte y la literatura del mundo civilizado. Los hombres de todo el mundo fueron impresiona- dos de tal modo por la magnitud de la guerra cuando estalló repentinamente, y de tal modo asustados por sus revelaciones y sus inmensas consecuencias en la vida, en la hacienda y en el sacrificio personal, que durante más de dos años no pudieron ver, al pro- blema mundial creado, otra solución que dejar que la guerra siguiese su curso hasta que uno de los grupos de los poderosos adversarios se viese forzado a sucumbir. Fué predicho libremente que a este fin se llegaría en tres meses, en seis meses, ó a lo más en im año. Lord Kitchener fué casi el único que indicó el plazo de tres años como duración pro- bable de la guerra. De este período han pasado ya casi dos años y medio y el fin no se ve todavía. Sin embargo, algunas cosas están ahora claras para el mundo atento. Está claro que el Imperio Alemán y sus aliados no pueden ganar esta guerra. Este hecho que se presentó al principio como profecía confiada después de la batalla del Mame, y como una razonable expectación después del fracaso de Verdun y de los acontecimientos ociuridos a lo largo del frente oriental, se ha convertido en certeza por la batalla del Somme después de sus cuatro meses de duración, y por el dominio completo y no que- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 5 brantado de los mares por parte de la Gran Bretaña. Está claro también que aunque la Gran Bretaña y sus aliados puedan ganar la guerra — y sin duda la ganarán — sin embargo, será a costa de pérdidas tan increiblemente grandes, que traerán como conse- cuencia un agotamiento de hombres, dinero e indus- tria tal que la victoria en tales términos es poco menos desastrosa que la derrota. Tanto en las naciones beligerantes como en las neutrales, se ha discutido mucho últimamente acerca de como pueden ser evitados en lo futuro semejantes rompimientos de guerra internacional. Esta es, en efecto, una cuestión altamente práctica para los gobiernos y para los pueblos, pero todavía lo es más para ambos la de llevar a su fin la presente guerra sin esperar a un agotamiento más completo, a una destrucción cada vez más extendida, a un daño cada vez mayor para la civilización; con tal de que en todo caso las grandes consecuencias de orden moral que están comprometidas en esta lucha sean justa- mente resueltas. No faltan indicios de que las potencias beligerantes están dispuestas a verse obligadas a plantearse esta cuestión directa y vigorosamente. Emprender esto significa, ante todo, tratar de encontrar una base común para la discusión. Para esto debemos pedir a las naciones beligerantes una afirmación de lo que respectivamente estiman ser los motivos por los cuales la guerra se continúa ahora. Esto a su vez quiere decir que tenemos que pedir la respuesta, en primer lugar, a la Gran Bretaña y a Alemania. 6 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA La guerra empezó ostensiblemente como im con- flicto entre Austria-Hungría de una parte y Serbia de la otra. Con la rapidez de im relámpago se desarrolló la realidad de que este conflicto del rincón sureste de Europa no era una causa sino un síntoma, y de que los materiales para una guerra universal estaban latentes en las ambiciones, suspicacias, ri- validades y política international de las grandes po- tencias del norte y del oeste. Cada vez se ve más claro que la guerra, en ultimo análisis, es en realidad una lucha titánica entre dos sistemas de gobierno y de vida agudamente contrapuestos de los cuales Alemania y la Gran Bretaña son los protagonistas. El primer ataque a Serbia fué para reforzar la posi- ción y para hacer adelantar los planes políticos de los Poderes Centrales. La intervención armada de Rusia fué para prevenir la ulterior dominación de un pueblo eslavo. La rápida mobilización de Alemania fué, en primer lugar, para contener im posible ataque por el este y, una vez que la hoguera se encendió para apresurarse a ganar el dominio de los mares La invasión de Bélgica no fué tm fin sino im medio La invasión y temida conquista de Francia no fué un fin sino un medio. El fin era Calais, el Canal de la Mancha, la Gran Bretaña y el dominio de los mares. Ahora es cuando podemos ver todo esto. ¿Cómo están las cosas hoy? Estos fines que eran en un principio patentes ¿ siguen siendo los que dirigen el pensamiento y los planes políticos de los beligerantes? Muertes, sufrimientos y pri- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 7 vaciones han dado a la palabra Guerra un nuevo y terrible sentido para estos pueblos que habían cono- cido una larga época de paz. Aunque en ninguno de los países beligerantes se ha llegado a una debili- tación del esfuerzo, ni a falta de convicción en la justicia de su causa, existen, sin embargo, donde- quiera los sencillos principios de im esfuerzo para buscar alguna solución a los problemas de la guerra, para evitar la continuación, quizá durante diez afios, del actual imperio de sangre y destrucción. El aire está lleno de radiogramas que contienen men- sajes de los jefes de los Estados. ¿ Quién los ha de recibir, interpretar, y obrar en consecuencia? Es contrario a la etiqueta de la guerra que la Gran Bretaña se dirija ahora a Alemania, o que Alemania responda cortésmente a la Gran Bretaña. Pero cuando Mr. Asquith y el Vizconde Grey hablan en el Parlamento acerca de los fines y objetivos de la guerra, ¿ a qjiién se dirigen realmente ? Cuando el Canciller Imperial alemán se levanta ante el Reichs- tag y contesta a las afirmaciones del Vizconde Grey, publicadas, ¿ a quién se está dirigiendo ? ¿ No es un hecho que estos hombres de estado realmente están discutiendo públicamente en estos mismos momentos las proposiciones de paz y las condiciones en que la guerra puede ser terminada, mientras que al parecer no hacen otra cosa que afirmaciones for- males dirigidas a sus inmediatos colegas ? Dirigiéndose a la Asociación de Prensa Extranjera en Londres, el 23 de octubre, el Vizconde Grey empleó estas palabras : 8 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA Yo entiendo, según las palabras del Primer Ministro que nosotros lucharemos hasta que hayamos establecido la supre- macía y derecho de libre desenvolvimiento en iguales condi- cioneSf cada uno conforme a su carácter ^ de todos los Estados, grandes y pequeños, formando como una familia la humanidad civilizada. Este es un noble ideal que debe encontrar acogida en todo pecho amante de la libertad de cualquier lugar del mundo, y se debe aplaudir la seguridad dada por el Vizconde Grey de que, ** cuando se nos pregunta cuánto durará la lucha, nosotros sólo pode- mos responder que debe continuar hasta que estas cosas sean aseguradas." Pero efectivamente estos fines ¿ pueden ser asegurados solamente mediante la continuación de esta lucha hasta su desesperado acabamiento ? Tampoco nos quedará duda en cuanto a la res- puesta de Alemania. El 9 de noviembre, el Can- ciller von Bethmann-Hollweg, dirigiéndose a la llamada Comisión Principal del Reichstag, hizo re- ferencia concreta a esta afirmación del Vizconde Grey. Insistió, por supuesto, en que la guerra fué forzosa para Alemania y que en consecuencia Ale- mania tendría derecho a pedir garantías contra semejantes ataques en lo futuro. Pero añadió la más significativa afirmación que ha sido nunca hecha en la vida oficial alemana hasta donde puede ser recordada por ningún hombre viviente. Hé aquí sus importantes palabras : Nosotros nunca hemos ocultado nuestra duda de que la paz pueda ser garantida permanentemente por organiza- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 9 dones internacionales tales como tribunales de arbitraje. No voy a discutir el aspecto teórico del problema en este lugar. Pero partiendo de los hechos nosotros debemos de- ñnir, ahora como en tiempo de paz, nuestra posición respecto a esta cuestión. Sí en la guerra, y después de la guerra, el mundo llega a ser plenamente consciente de la horrible destrucción de vidas y propiedades, entonces de toda la humanidad surgirá un grito pidiendo pacíficos arreglos e inteligencias que, hasta donde llegue el poder humano, prevengan la vuelta de una tan monstruosa catástrofe. Este grito será tan poderoso y tan justificado que seguramente conducirá a algún resultado. Alemania cooperará honradamente en el examen de todo esfuerzo para encontrar una solución práctica y colaborará por su posible realización. Todo esto mucho más si la guerra, como nosotros esperamos y confiamos, establece unas condi- ciones políticas que hagan completa justicia al libre desenvol- vimiento de todas las naciones^ lo mismo de las pequeñas que de las grandes. Entonces los principios de justicia y libre desenvolvimiento, no sólo en el continente sino en los mares, deben ser hechos válidos. Estos, por cierto, no fueron men- cionados por el Vizconde Grey. Una coraparación de estas dos declaraciones pro- fundamente importantes indica que no debiera ser imposible encontrar una fórmula relativa al libre desenvolvimiento de todas las naciones, grandes y pequeñas, como miembros de ima sola familia de naciones; fórmula que satisfaría tanto al Ministro de Relaciones Extranjeras de la Gran Bretaña como al Canciller alemán. Dos cuestiones se presentan inmediatamente. Cuando el Vizconde Grey y el Canciller von Beth- mann-Hollweg usan sustancialmente las mismas palabras hablando del libre desenvolvimiento de I o LA BASE DE UNA PAZ DURADERA todas las naciones ¿ quieren decir realmente la misma cosa ? Si es así, ¿ cómo nos explicaremos Bélgica y Serbia? ¿Y qué pensar de las condiciones de los mares ? II LA POLÍTICA DE LA GRAN BRETAÑA HACIA LAS PEQUE- ÑAS NACIONES Y LOS PUEBLOS EN FORMACIÓN — SU POLÍTICA INTERNACIONAL COMERCIAL — LA POLÍTICA DE ALEMANIA HACIA LAS PEQUEÑAS NACIONES Y LOS PUEBLOS EN FORMACIÓN — ¿ HAY UN ACUERDO POSIBLE ? CUANDO el Vizconde Grey y el Canciller von Bethmann-Hollweg usan sustancialmente las mismas palabras respecto a establecer el derecho de todas las naciones, grandes y pequeñas, a su libre desenvolvimiento, ¿quieren decir real- mente la misma cosa ? La historia será un guía más útil para encontrar una respuesta que una discusión meramente teórica. La conducta de la Gran Bretaña, particularmente en todo aquello que ha sido llevado a cabo por los Gobiernos Liberales de los últimos setenta y cinco años, es digna de envidia y aplauso con ima sola excepción. Russell, Palmerston, Gladstone, Camp- bell-Bannerman y Asquith han ayudado constante- mente a las naciones débiles y a las que luchaban por una mayor libertad, así como también han sim- patizado con aquellas nacionalidades que fueron sometidas por otras naciones conquistadoras. La Gran Bretaña ha protegido a Bélgica, Italia y Gre- cia. En el Canadá, en Australia y en el Sur de Africa ha seguido ima política colonial tan prudente 12 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA como eficaz. La actuación de Mr. Gladstone des- pués de Majuba Hill y la de Sir Henry Campbell- Bannerman después de la Guerra Sur-Africana, tan combatidas ambas, dieron por resultado enlazar al pueblo sur-africano más estrechamente que nunca con el Imperio Británico. El único punto débil en la conducta de la Gran Bretaña respecto al pro- blema de la nacionalidad, se encuentra en Irlanda. La cuestión irlandesa, complicada como ha estado con problemas de propiedad territorial, de violentas diferencias de religión y de tradicional antagonismo de raza, parecía estar en camino de ima solución, al menos provisional, cuando la guerra estalló, y quizá se pueda lograr un progreso mayor una vez que la guerra termine. Desde 1846 la política comercial librecambista de la Gran Bretaña ha sido indudablemente muy ven- tajosa para todo el mundo y para toda nación, grande como pequeña. Si esta política hubiera llegado a ser universal, los problemas actuales de comercio internacional serían enteramente diferen- tes, y por lo menos algimas de las causas de guerra internacional se hubieran evitado. La Gran Bre- taña no sólo ha sostenido la política del libre cambio en cuanto a la exportación sino también en cuanto a la importación, siendo en esto último un caso único entre las grandes naciones. Las agudas dife- rencias de opinión que han surgido entre los mismos pueblos británicos, durante los últimos veinte años, en cuanto al éxito de la política librecambista, con- siderada por los efectos producidos en su vida in- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 13 tenor, no importan a nuestra discusión. Lo que importa al resto del mundo es el hecho evidente de que esta libre política comercial ha sido beneficiosa para todas las demás naciones, grandes como pe- queñas. Les ha ofrecido el estímulo de un mercado inglés y el estímulo adicional de una competencia inglesa. La historia del comercio alemán demues- tra que Alemania obtiene sólo ganancias y ningima pérdida de esta política de la Gran Bretaña. Por lo tanto, es justo deducir en vista de estos hechos, que el Vizconde Grey quiere decir que toda nación, grande o pequeña, debería tener libertad para desenvolverse, como Bélgica, Italia y Grecia se han desenvuelto; que a toda nacionalidad depen- diente debería ser concedida la misma medida de autonomía que es característica del Canadá, de Australia, y del Sur de Africa; y que el comercio internacional debería ser restringido e impedido lo menos posible. Esta política satisfaría a los hom- bres hberales de todas partes, y colocaría la paz internacional sobre unos cimientos más seguros que nunca hasta ahora. La conducta de Alemania con otras naciones, par- ticularmente las pequeñas naciones, es diferente. Esta diferencia se debe, sin duda, en parte a circim- stancias diferentes de las que ha tenido que afrontar la Gran Bretaña; pero en parte también se debe a ima política pública distinta. Alemania, diferente- mente de la Gran Bretaña, no se ha encontrado en im aislamiento insular, sino rodeada de fronteras extensas y de fácil acceso, que coinciden con las de 14 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA otros pueblos enteramente diferentes. La relación de Alemania con Polonia y Dinamarca ha sido algo semejante a la relación de Inglaterra con Escocia y el país de Gales en el tiempo de los tres Eduardos. En este último caso las guerras resultantes termi- naron, sin embargo, en una Gran Bretaña realmente unificada y no en poblaciones dominadas e infeliz- mente sujetas. En este momento el Primer Minis- tro de Inglaterra es un representante de Escocia, y el Ministro de la Guerra un representante del país de Gales. El trato que Alemania ha dado a Polo- nia, a los ducados de Schleswig-Holstein y a Alsacia- Lorena ha sido desafortunado, por no decir más, desde el punto de vista de ima nación que se pre- ocupa del libre desenvolvimiento de todas las na- ciones, grandes y pequeñas. El pretexto de la necesidad nacional aducido como explicación de este trato, así como también en defensa de la invasión de Bélgica, no convence a oídos modernos. Sin em- bargo, no debe ser puesto a un lado demasiado ligeramente por falta de capacidad de ver el punto de vista alemán. El Príncipe von Bülow ha descrito la política de Alemania hacia Polonia como una *' misión de civi- lización," y dice que si Prusia no hubiera tomado posesión de la parte de Polonia que ahora constituye las provincias orientales, estas provincias hubieran caído bajo la dominación de Rusia. En esta afínna- ción hay dos aspectos. El primero es que hubiera sido desventajoso para el desenvolvimiento nacional de Alemania el hecho de que estas provincias hubie- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 15 ran caído en manos de Rusia. El segundo que Ale- mania podía contribuir al desenvolvimiento de Po- lonia, o sea a la parte de ella que se anexionó, mejor que Polonia misma. El primero de estos aspectos abre la puerta a un largo debate que en vista de los hechos establecidos sería ahora fútil. El segimdo hace surgir una cuestión definida que se relaciona directamente con la significación de las palabras, *'el derecho de todas las naciones, grandes y pequeñas, al libre desenvolvimiento." Si Polonia, siendo como es una nación con un lenguaje, una literatura y unas tradiciones propias, no quiere estar sometida ni a Alemania ni a Rusia, someterla parecería ser ima violación de los principios que el Canciller von Beth- mann-Hollweg sostiene ahora como suyos. Los Aliados se han comprometido públicamente a reali- zar la autonomía de Polonia. Podría quizá encon- trarse una solución si el lenguaje del Canciller fuera interpretado como significando que, en casos tales como el de los polacos y eslavos del sur, se debiera dar ima oportunidad a dichos pueblos para decidir por sí mismos si prefieren la autonomía con inde- pendencia nacional o la autonomía con dependencia de un gran poder vecino. Para satisfacer la opinión liberal del mundo, tales pueblos, lo mismo que Ir- landa, deben tener autonomía. La independencia nacional, donde hace mucho tiempo que se perdió o donde nunca ha sido ganada, levanta otra serie de cuestiones que difícilmente pueden ser respondidas salvo un examen detallado de cada caso particu- lar. 1 6 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA Por lo tanto la cuestión de si el Canciller ven Bethmann-Hollweg y el Vizconde Grey estin de acuerdo o no en este punto parecería girar sobre si Alemania está dispuesta a permitir a los polacos y a los eslavos del sur escoger la forma de su propia gobernación política y dirigirla una vez organizada. Si es así, el acuerdo entre Alemania y la Gran Bre- taña, en este respecto al menos, está segiiramente a la vista. Pero si Alemania se mantiene en la afirma- ción de que su propia seguridad nacional está en peligro, la respuesta ha de encontrarse en nuevas formas de garantía internacional para la seguridad nacional que se espera sean propuestas y adoptadas al fin de la guerra. Más de una vez en el pasado la política de Alema- nia ha consistido en adquirir, si podía, privilegios de comercio exclusivos y apoyarse sobre ellos. Alema- nia no ha tenido la oportunidad que los siglos diez y seis, diez y siete, y diez y ocho dieron a Ingla- terra de establecer grandes dependencias coloniales en la zona templada, y por lo tanto no ha tenido occasion de ofrecer testimonio como el de Inglaterra en la gobernación del Canadá, Australia o el Sur de Africa. Sin embargo, hasta donde llega nuestra in- formación, Alemania parece favorecer privilegios de comercio exclusivos, aunque no sea más que como ima base para negociaciones diplomáticas, mientras que Inglaterra sustenta el libre cambio. Por con- siguiente habría que considerar qué ventaja habría en una proposición que llevase a Alemania a sus- tentar una política librecambista, como im medio LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 17 de estrechar más las relaciones entre todas las na- ciones del mundo y de hacer desaparecer una de las causas mayores de rivalidad y de desconfianza internacional. Ill EL LIBRE CAMBIO EN EL COMERCIO INTERNACIONAL COMO UNA INFLUENCIA PARA LA PAZ — GUERRA ECONÓMICA Y PRIVILEGIO SON UNA CAUSA SE- GURA DE INQUIETUD INTERNACIONAL LO que, por motivos de conveniencia, se puede llamar política librecambista del comercio internacional, no implica necesariamente el abandono total de las tarifas, tiendan éstas a la ob- tención de impuestos o a la protección, si lo que ha de ser protegido se concibe en cada caso como un interés realmente humano y no como un interés meramente financiero. En tanto en cuanto las tarifas son aplicadas por una nación como un medio necesario de obtener ingresos, o son, a su juicio, necesarias para la protección de la vida normal de los trabajadores o para la diversificación de la in- dustria, y en tanto en cuanto son aplicadas a todas las naciones por igual, son compatibles con la política librecambista en el amplio sentido. Lo que la po- lítica librecambista entraña es un cambio de punto de vista de parte de aquellas naciones como Alema- nia, Francia y los Estados Unidos, que han estado demasiado dominadas por la idea de que todas las importaciones eran dañosas y de que desplazan una stuna igual de productos nacionales. Mientras al- guna de las grandes naciones se atenga a la falsa teoría de que el comercio internacional es un mero 18 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 19 incidente, puramente casual, para los negocios de una nación, y hasta algimas veces un detrimento para ellos, las otras grandes naciones se aislarán y mantendrán sus tarifas exclusivas, reforzándolas si es preciso. Cualquier cosa que se haga para que el comercio internacional sea más fácil y más general debe ser hecho por el común consentimiento de las grandes naciones comerciales del mundo. No cabe duda de que los falsos y extraviados puntos de vista del comercio internacional han in- fluido, más que ningtma otra causa, en el desarrollo de las rivalidades y suspicacias internacionales que precedieron e hicieron posible la presente guerra. Hacer desaparecer estas rivalidades y suspicacias, y sustituirlas por un nuevo punto de vista de comercio internacional más prudente y más amplio que el que ha prevalecido hasta aquí, es imo de los más serios aspectos del problema de realizar ima verdadera paz. Esta cuestión no puede ser resuelta por los econo- mistas sólo. Ciertamente ellos son incompetentes para resolverla, como se ha visto claramente por el hecho de que los tres economistas alemanes más eminentes de esta generación han mantenido puntos de vista marcadamente diferentes en esta cuestión. El profesor Wagner ha sustentado el proteccionismo más absoluto, el profesor Brentano ha sustentado el completo librecambismo, mientras que el profesor Schmoller ha tomado una posición intermedia. Semejantes diferencias, aunque quizá no siempre tan bien definidas como éstas, han existido en las filas de los economistas franceses, ingleses, italianos, rusos 20 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA y norteamericanos. Si esta cuestión ha de resol- verse, será sobre la amplia base de una política cons- tructiva y de los principios de una paz internacional segura y justa, a la cual cada una de las naciones esté dispuesta a contribuir. No debe ser olvidado el hecho de que en la Gran Bretaña hay un poderoso cuerpo de opinión política, fuertemente apoyado por algunos economistas, que cambiaría la política comercial inglesa de los últimos sesenta años y establecería un régimen de nuevo antagonismo comercial y desconfianza internacional. Sería poco menos de ima calamidad que la política de la Gran Bretaña cambiase esencialmente ahora. La rápida concurrencia de otras naciones en ima política comercial liberal, que Cobden y Bright pre- vieron y predijeron tan confiadamente hace medio siglo, no resultó; pero nunca ha habido ima ocasión tan favorable para la conciurencia de otras naciones como la que se presenta ahora. La presión del deseo imiversal de ima paz estable puede llevar a cabo lo que generaciones de argumentos y ejemplos no po- drían. Solamente con el hecho de persistir en su presente política comercial la Gran Bretaña puede hacer una contribución mayor a la paz del mundo que la que le sería posible hacer por medio de su marina, su ejército y sus recursos financieros casi ilimitados. La Conferencia Económica de las Potencias Alia- das, celebrada en París del 14 al 17 de junio de 19 1 6, fué altamente significativa. Todo lo tratado en la conferencia respecto a las medidas económicas LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 21 que se habían de tomar durante la guerra, no necesita ser discutido aquí. En cambio, en todo aquello en que se bosquejó im período de lucha económica in- tencionada y perfectamente organizada para des- pués del fin de la presente lucha militar, esta confe- rencia fué desconsoladora y reaccionaria en extremo. Hace dos generaciones que Lord Clarendon, refirién- dose a la aparente solución de la Cuestión Oriental por el Tratado de París, escribió: ** Nosotros hemos hecho una psLZ, pero no la paz." Si el presente con- flicto militar ha de ser seguido inmediatamente por ima nueva y vigorosa lucha económica, usando todos los recursos de privilegios, diferencias y favores, aimque la guerra acabe en una paz, no acabará en esta paz duradera y segura que anhela el corazón del mundo. Entretanto el pueblo de los Estados Unidos al menos aprende una lección. La guerra le ha forzado literalmente a im comercio internacional de estu- penda magnitud, y le está transformando rápida- mente de una nación deudora en ima nación acree- dora. Desde el principio de la guerra los Estados Unidos han recuperado de Europa mucho más de $2,000,000,000 de sus propios valores, y además han prestado casi otros $2,000,000,000 a las naciones y municipios extranjeros. Estas nuevas y altamente provechosas experiencias, imidas con el hecho de que durante los últimos años la opinión pública americana ha ido gradualmente adquiriendo más amplios y más seguros puntos de vista de comercio internacional y de problemas arancelarios, indican 22 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA que en los Estados Unidos la tendencia dominante está en la recta dirección. Tales hechos enseñan al pueblo americano, mejor que ninguna página im- presa pudiera hacerlo, lo que significa entrar en el comercio internacional en tan enorme escala, y cómo este hecho ensancha las simpatías y amplía la com- prensión de todos aquellos que directa o indirecta- mente están interesados en la empresa. "Porque donde tu tesoro está, allí está tu corazón." Los Aliados tienen una ocasión sin ejemplo para establecer los cimientos de una paz duradera, si cuando termine la guerra ofrecen a Alemania y a sus aliados tma completa participación en igualdad de condiciones en el comercio universal, con la sola condición de que la actividad política sobre otras naciones sea abandonada y de que se acuerde inme- diatamente ima garantía internacional para la seguridad nacional. Ni los Aliados ni Alemania tie- nen que temer que en este caso se pierda la influen- cia de sus ideales nacionales, sus planes políticos o sus literaturas respectivas. Es innegable, como es- cribió una vez el difunto profesor William G. Sum- ner, que "Nosotros podemos estar muy seguros de que el trigo de América ha hecho más efecto que las ideas de América, sobre las ideas de Europa." IV ¿ QUÉ SE ENTIENDE POR LIBERTAD DE LOS MARES ? — LOS MARES EN TIEMPO DE PAZ SON LIBRES — LOS MARES EN TIEMPO DB GUERRA A PLICANDO los principios ya discutidos pare- J^L cería que el acuerdo entre la Gran Bretaña y Alemania respecto a establecer "el derecho de todas las naciones, grandes y pequeñas, a su libre desenvolvimiento," probablemente depende de la concesión de la autonomía a Irlanda, a Polonia y a los pueblos eslavos del sur, así como también de la general adopción de la política librecambista en el comercio exterior. Bélgica debe, desde luego, ser restaurada e indemnizada por Alemania. Seme- jantemente Serbia debe ser restaurada e indemni- zada por Austria-Hungría. Como cimiento y sos- tén de todos estos actos estaría una nueva garantía internacional de la segiuidad nacional de todos los pueblos, grandes y pequeños. Si el espíritu de la Gran Bretaña y el espíritu de Alemania pudieran coincidir en estos puntos — ¿ y porqué no ? — no hay razón para suponer que Francia o Rusia disintieran, a no ser que tal vez lo motivase la aplicación más completa del libre cambio en el comercio exterior. Pero Francia, que no quiere para sí misma nada que no sea razonable, y que pide solamente seguridad nacional y protección de los principios de conducta 24 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA pública en que ella cree ardientemente, asentiría casi seguramente a un plan que exigiese de ella sacrificar tan poco para el logro de una política económica modificada cuyo objeto sería alcanzar im bien mucho más permanente para ella misma y para el mundo. La situación en cuanto a Rusia parece ser entera- mente semejante, particularmente si se le asegura lo que siempre ha deseado, el acceso al mar durante todo el año; lo cual debería tener tanto por el in- terés general como por el suyo propio, t Entonces quedaría la única cuestión aludida por el Canciller von Bethmann-HoUweg en su discurso del 9 de noviembre pasado, y no mencionada por el Vizconde Grey en su discurso del 23 de octubre, es a saber, las condiciones de los mares. Hace mucho tiempo es evidente que Alemania está profundamente interesada en este punto. La libertad de los mares es uno de los cinco puntos abarcados por el programa de la paz del Bund Nenes Vaierland. Es también uno de los objetos de la paz para los socialistas alemanes. El doctor Dem- burg lo incluye en sus seis proposiciones de paz pu- blicadas el 1 8 de abril de 1 9 1 5 . El Canciller Imperial alemán evidentemente pone en él una gran insisten- cia. Por lo tanto debemos averiguar qué se quiere decir exactamente por libertad de los mares y en qué respecto esta libertad es negada ahora. Según el derecho internacional existente los mares son y han sido largo tiempo libres, fuera del límite convencional de tres millas. Ya no hay piratas, y no hay impuesto por cruzar el mar de im puerto a LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 25 otro. No hay derecho de paso sobre el océano. En el derecho, por lo tanto, los mares parecen ser aun más libres que la tierra. Pueblos pequeños de marina insignificante, tales como Noruega, Dina- marca, Holanda y Portugal, han sido y son prós- peros comerciantes marítimos en un grado consi- derable. Alemania misma, en los últimos cuarenta aftos, ha construido vma magnífica marina mercante, y al rompimiento de la presente guerra su bandera era más familiar que ningima otra en los puertos de todos los continentes. Parecería pues que la ansia- da libertad de los mares no tiene nada que ver con las condiciones normales de la paz internacional; debe referirse enteramente a las condiciones anor- males de la guerra internacional. Por lo tanto, hasta el punto en que futuras guerras internacio- nales puedan ser prevenidas y evitadas mediante im acuerdo sobre los puntos ya descritos, desapare- cerían todas las diferencias en cuanto a la libertad de los mares. Si por el contrario el mundo ha de meditar otra guerra internacional como la que sufre el mundo ahora, ¿ cuál es el fundamento de esta pre- ocupación de Alemania por la libertad de los mares que es tan evidente ? Todavía no se ve enteramente claro a qué cosas concretas se dirige Alemania exigiendo la libertad de los mares. La libertad del mar, a la cual los Estados Unidos por ejemplo deben su existencia y su prosperidad y por la cual Holanda y la Gran Bretaña lucharon fuertemente en tiempos pasados, es la libertad que Grotius definió cuando asentó como 26 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA un específico e indiscutible axioma del derecho inter- nacional,— cuyo espíritu es evidente por sí mismo e inmutable, — el siguiente principio: "Toda nación es libre para viajar a otra nación y para comerciar con ella." El mundo posee la libertad de los mares en este amplio y fundamental sentido. Las disposi- ciones municipales, que tan a menudo restringen y embarazan el comercio internacional, no se aplican en el mar mismo, sino tan sólo en los puertos de entrada. No hay duda, sin embargo, de que el espíritu de Alemania, como el espíritu de la Gran Bretaña, han sufrido mucho la influencia del argu- mento de aquel libro americano que, en general, ha ejercido en la formación de la moderna política europea más influencia que ningima otra obra pu- blicada en este lado del Atlántico. Este libro es el del difunto Almirante Mahan titulado : Influencia del poder marítimo en la historia. Este libro luminoso, sin embargo, no tiene nada que ver con la libertad de los mares. Trata en su totalidad de cuestiones relativas al dominio de los mares, materia completa- mente distinta. Dos de los principales temas del Almirante Mahan son que el comercio necesita es- cuadras para su protección y que el poder marítimo ha sido a través de la historia de las guerras im fac- tor importante y a menudo decisivo. Es evidente que en tiempo de guerra, y como imo de los inci- dentes de la guerra, el dominio de los mares que- dará en manos de la marina más poderosa y mejor distribuida. En tal tiempo los mares no pueden ser libres para los barcos de guerra» que tienen que LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 27 correr el riesgo de la lucha con sus antagonistas. Lo que sin duda tiene Alemania en la mente es el hecho de que la marina británica no sólo es bastante poderosa para dominar los mares en tiempo de guerra, sino que esta dominación puede ser — y según el punto de vista alemán lo es — empleada de tal manera que prive a Alemania y sus aliados de cier- tas ventajas producidas por el comercio con los neutrales, a los cuales ellos también tienen derecho. Esto restringe la cuestión al comercio neutral en tiempo de guerra y a la exención de la propiedad privada de ser capturada en el mar. Sobre este asunto ha habido mucha discusión en los últimos años, y los principios sustentados por los Estados Unidos han sido declarados repetidamente. ¿Qué fundamento tienen, si tienen algimo, las quejas que contra la Gran Bretaña y sus aliados tienen Alema- nia y las naciones neutrales a causa del modo como la Gran Bretaña ha ejercitado su poder de domina- ción marítima en tiempo de guerra, y hasta qué pimto deben ser tenidas en consideración estas que- jas al asentar los cimientos de una justa y duradera paz? EXENCIÓN DE LA PROPIEDAD PRIVADA, QUE NO SEA CONTRABANDO, DE LA CAPTURA O DESTRUCCIÓN EN EL MAR POR LOS BELIGERANTES — LA POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS — ACCIÓN DE LAS DOS CONFERENCIAS DE LA HAYA. PARECERÍA por todo lo que se ha dicho que en tiempo de paz la libertad de los mares existe en el más pleno sentido de la palabra. Las cuestiones debatidas se refieren enteramente a la situación y trato de los barcos mercantes y sus cargamentos en tiempo de guerra. Estas cuestiones abarcan la consideración detallada del bloqueo en tiempo de guerra, el contrabando de guerra, el ser- vicio no neutral, la destrucción de las presas, la transferencia a ima bandera neutral, el carácter enemigo de un barco o de su cargamento, el servicio de convoy, la resistencia a la investigación y la com- pensación. Todas estas cuestiones, por importantes y delicadas que sean, y aimque hayan ocupado la atención de los jefes de marina y de los juristas in- ternacionales, están realmente subordinadas a una cuestión más amplia, a saber, la de la exención de toda propiedad privada, que no sea contrabando de guerra, de captura o destrucción en el mar por los beligerantes. Si tal exención fuera acordada como un principio regulador, todas las demás cuestiones mencionadas tomarían su respectiva posición y se sS LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 29 constituirían como partes o aplicaciones de este principio capital. La primera consulta dirigida por el Gobierno de los Estados Unidos al Gobierno de la Gran Bretaña después del principio de la guerra actual fué sobre si el Gobierno Inglés estaba dispuesto a convenir que las leyes de la guerra naval, tal como fueron esta- blecidas por la Declaración de Londres de 1909, ha- bían de ser aplicables a la guerra naval durante el presente conflicto europeo, supuesto que los Gobier- nos con los cuales la Gran Bretaña estaba o estaría en guerra convinieran en dicha aplicación. El 20 de agosto de 1914 salió ima Orden del Consejo decla- rando la adopción y aplicación durante las presentes hostilidades de la convención llamada Declaración de Londres sujeta a ciertas adiciones y modifica- ciones. La historia posterior del asimto, incluyendo la aplicación hecha por el Gobierno Inglés de las adiciones y modificaciones introducidas por la Orden del Consejo, es conocida de todos. Desde agosto de 19 1 4 los Estados Unidos han dirigido notas ofi- ciales a la Gran Bretaña acerca del contrabando de guerra, de las restricciones del comercio, y en par- ticular acerca del caso del vapor americano Wilhel- mina. El Gobierno de los Estados Unidos ha estado alerto en cuanto a la significación de estas cues- tiones e incidentes de guerra para todas las poten- cias neutrales. Sobre el punto vital de la exención de toda propie- dad privada, que no sea contrabando de guerra, de captura o destrucción en el mar por los behgerantes, 30 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA los Estados Unidos han tomado una posición de- finida y constante a través de toda la historia de su gobernación nacional. Así pues ima provisión para este género de exención formó parte del Tratado de Amistad y Comercio con Prusia de 1785, en el cual se convino que los cargamentos de barcos libres eran libres por la misma razón. Los firmantes de este tratado por la parte de los Estados Unidos fueron Benjamin Franklin, Thomas Jefferson y John Adams. En 1856 los Estados Unidos propusieron la adición de esta provisión en la cláusula de la Declaración de París relativa a la navegación de corsarios. El hecho de que semejante adición fuese rechazada por las otras potencias contratantes llevó al Gobierno de los Estados Unidos a negar su adhesión a la Declara- ción de París. Las instrucciones oficiales dadas a los delegados americanos en la Primera Conferencia de La Haya celebrada en 1899, firmadas por John Hay como Ministro de Estado, concluían con estas palabras: Como los Estados Unidos han defendido durante muchos años la exención de toda propiedad privada — que no sea contrabando de guerra — de tratamiento hostil, ustedes que- dan autorizados para proponer a la Conferencia el principio de la extensión a toda propiedad estrictamente privada de la inmunidad en cuanto a la destrucción o captura en el mar por las potencias beligerantes; inmunidad que dicha propie- dad goza ya en la tierra, como digna de aer inoocponuU al derecho permanente de las naciones civilizadas. Después de que el Presidente McKinley en diciem- bre de 1898 y el Presidente Roosevelt en diciembre LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 31 de 1903 dirigieron mensajes sobre este asunto al Congreso de los Estados Unidos, éste adoptó el 28 de abril de 1904 una resolución en los siguientes términos : Que el Congreso de los Estados Unidos es de la opinión de que es deseable, en interés de la uniformidad de acción por estados marítimos en tiempo de guerra, que el Presi- dente procure que se llegue a una inteligencia entre las prin- cipales potencias marítimas con objeto de incorporar al derecho permanente de las naciones dWlizadas el principio de la exención de toda propiedad privada, que no sea con- trabando de guerra, de captura o destrucción en el mar por los beligerantes. Las instrucciones oficiales dadas a los delegados americanos en la Segunda Conferencia de La Haya, celebrada en 1907, firmadas por Elihu Root, Ministro de Estado a la sazón, contienen este pasaje: Mantendrán ustedes la política tradicional de los Estados Unidos respecto a inmunidad de la propiedad privada de los beligerantes en el mar. El Ministro Root discute a continuación con cierta extensión la importancia de esta política. En la Primera Conferencia de La Haya, los re- presentantes de casi todas las grandes potencias insistieron en que la actuación de la Conferencia de- bería limitarse estrictamente a las materias especi- ficadas en la circular de Rusia del 30 de diciembre de 1898, proponiendo el programa de la Conferencia. Por esta razón los miembros de la Conferencia re- husaron al principio recibir ningima proposición de 32 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA los delegados americanos que se refiriese al asunto de la inmunidad de la propiedad privada, no con- trabando, de captura en el mar en tiempo de guerra. Eventualmente, sin embargo, un memorial, en el cual los delegados americanos declaraban extensa- mente las relaciones históricas y actuales de los Estados Unidos con este asunto, fué admitido, en- tregado a una comisión y por fin presentado por dicha comisión a la Conferencia. La Conferencia de 1899 adoptó ima moción relegando el asunto a ima Conferencia futura, de modo que los delegados americanos no pudieron lograr entonces otra cosa que mantener la cuestión ante el mundo para ser discutida. En la Segunda Conferencia de La Haya, que se reunió el 15 de julio de 1907, la cuestión de la pro- piedad privada de los beligerantes en el mar fué in- cluida en el programa oficial. Fué uno de los temas sometidos a la Cuarta Comisión de la Conferencia, cuyo presidente era el delegado ruso M. de Martens. Una proposición concreta, puesta a discusión por los Estados Unidos, fué apoyada por el Brasil, Noruega, Suecia, Austria-Hungría y China. Alemania, apo- yada por Portugal, aimque admitiendo que se sentía inclinada hacia la propuesta inviolabilidad de la propiedad privada, mantuvo la reserva de que su adopción de este principio dependía de una previa inteligencia sobre los asuntos del contrabando de guerra y del bloqueo. Rusia creyó que la cuestión no estaba madura para tma solución práctica, mien- tras que la Argentina se declaró categóricamente en LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 33 favor del derecho de captura. Francia estaba dis- puesta a apoyar la proposición americana si se lo- graba unanimidad de acuerdo. Los representantes de la Gran Bretaña sostuvieron que era imposible separar la cuestión de la inmunidad de la propiedad privada de la del bloqueo comercial, y que la inte- rrupción del comercio era menos cruel que la mor- talidad causada por la guerra. Sin embargo, los delegados británicos declararon que su Gobierno estaría dispuesto a tomar en consideración la con- clusión de un acuerdo con el fin de abolir el derecho de captura, si semejante acuerdo contribuía a la reducción de los armamentos. La proposición de los Estados Unidos, puesta a votación por primera vez, obtuvo de los 44 Estados representados 21 votos en pro, 11 en contra, y en cuanto al resto, uno se abstuvo y once no dieron respuesta. Al lado de los Estados Unidos estuvie- ron, entre los veinte y un Estados que votaron en pro, las siguientes potencias hoy beligerantes: Ale- mania (con la reserva ya mencionada), Austria- Hungría, Bélgica, Bulgaria, Italia, Rumania y Turquía. En cambio votaron en contra los belige- rantes actuales Francia, la Gran Bretaña, el Japón, Montenegro, Portugal y Rusia. Las discusiones de la Cuarta Comisión dan más fundamento que la votación efectiva a la creencia de que la proposición de los Estados Unidos puede ser aceptada al fin de la guerra. Las expresadas objecciones de Francia y Rusia serían ahora fácil- mente sobrepujadas. Las reservas hechas por Ale- 34 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA mania serán discutidas y arregladas, por la fuerza de los hechos mismos, inmediatamente después de la conclusión de las presentes hostilidades. Resta la Gran Bretaña, en la cual hay ya un cuerpo de opinión comercial fuertemente favorable a la exen- ción de la propiedad privada en los mares. No más de tres años antes del principio de la guerra, en ima reunión del Consejo de la Cámara de Comercio de Londres, fué cuidadosamente discutida y más tarde adoptada por votación unánime una proposición presentada por persona de tanta importancia como el difunto Lord Avebury, cuyo contenido era: "que en la opinión de esta cámara la propiedad privada en el mar debe ser declarada libre de presa y cap- tura." Otras importantes corporaciones comer- ciales de la Gran Bretaña tomaron una actitud semejante hacia el mismo tiempo. El obstáculo para el concurso de Inglaterra se dice que es la opinión oficial de la Marina; pero éste es un caso en el que la marina oficial de todos los pueblos debe ser obligada seguramente a atender las demandas razonables de aquellos cuya propiedad está sujeta a pérdida y daño por la persistencia en esta política desdichada y contraria a la civilización. Toda la política de destrucción comercial es realmente algo anticuada y en contradicción con la idea moderna del derecho público y privado. Al finalizar las hostilidades esta cuestión debe ser llevada a una resolución final y favorable. Cuando esto se haga, la libertad de los mares en tiempo de S^uerra estará tan plenamente establecida como lo LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 35 permitan las condiciones mismas de la guerra. Las cuestiones segundarias, como la del contrabando y bloqueo, y la de la conducta especial respecto a estrechos y canales, serían fáciles de resolver, si, como ellos afirman, el deseo capital de todos los beli- gerantes es el establecimiento de ima paz permanente. La importancia de la libertad y seguridad de las vías marítimas fué afirmada solenmemente por Sir Robert Laird Borden, Gobernador del Canadá, en un discurso pronunciado en Nueva York el 18 de noviembre. Sir Robert Borden afirmó que la lec- ción de la guerra era doble: "En primer lugar, que la libertad y la seguridad y la existencia libre de nuestro imperio dependen de la seguridad de las vías marítimas tanto en la paz como en la guerra; en segimdo lugar, que aunque el poder marítimo no sea por sí solo el instrumento de dominación imi ver- sal, es sin embargo el instrumento más poderoso para que dicha dominación pueda ser resistida. Hace trescientos años destruyó para siempre las arrogantes pretensiones que entonces trataban de dominar las rutas del comercio occidental y excluir de ellas a las libres naciones del mundo. Hace poco más de im siglo mantuvo la libertad contra el in- tento de dominación del mundo por la fuerza militar solamente. Hoy sigue siendo el escudo de la misma libertad, y seguirá siéndolo. Esta carga de tan tremenda responsabilidad no debe descansar sobre la Gran Bretaña sola, sino sobre la gran comunidad territorial que comprende todos los dominios del rey británico.** 36 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA I No sería todavía mejor, y más seguro para la Gran Bretaña, que esta carga fuera soportada por las grandes naciones comerciales, asociadas para el propósito de lograr la libertad de los mares como im instrumento y una condición de una paz dura- dera? El sentido común de la himianidad, sin embargo, no quedará satisfecho con ima definición de libertad de los mares en tiempo de guerra que no coloque francamente en la categoría de asesinato espantosas atrocidades tales como la historia registrará siempre que se mencionen las palabras Sussex y Lusitania. VI FRANCIA EN LA GUERRA — LOS OBJETIVOS DE FRAN- CIA: RESTITUCIÓN, REPARACIÓN Y SEGURIDAD NACIONAL — UN MODO DE OBTENER REPARACIÓN QUE SERVIRÁ A UNA PAZ DURADERA* SUPONIENDO que la Gran Bretaña y Alema- nia, juntamente con sus respectivos aliados, pudiesen llegar a un acuerdo en cuanto a las aplicaciones concretas del principio de que cada nación tiene derecho a su libre desenvolvimiento y de que debe haber libertad en los mares en el sen- tido ya definido, ¿ qué condiciones de paz duradera tendríamos aún que considerar ? Esta guerra ha hecho de Francia el héroe de las naciones. Tanto por sus proezas militares como por su capacidad para la organización nacional y para el dominio de sí misma, la República Francesa se ha revelado de manera que atrae la admiración y la simpatía ilimitadas del mundo entero. Todas las pruebas demuestran claramente que en ningún respecto ha sido Francia un agresor en esta con- tienda. Ella fué quien se vio súbitamente atacada: por ima parte, porque era aliada de Rusia; por otra, porque tenía relaciones amistosas con Inglaterra; y además, porque los planes del Estado Mayor alemán exigían que el ejército francés fuera derrotado y des- truido antes que nada. Que Francia no estaba 37 38 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA preparada para la guerra, y que por lo tanto no la venía meditando, es algo que ha sido evidente para todo el mundo desde el i® de agosto de 19 14. Sus leales tropas han tenido que contener, durante im año entero, al gran ejército invasor, sólo con un eqtiipo deficiente y careciendo de muchos de los instnmientos necesarios en la guerra moderna. El genio militar del general Joffre y de sus colegas, unido al heroico valor del ejército, obró un verda- dero milagro en la batalla del Mame, y ha seguido obrando una serie de ellos desde aquel día hasta hoy. Como fuerza combatiente el ejército francés ha ganado merecidos laureles, y detrás del ejército está el pueblo francés, tranquilo, confiado y clarivi- dente de los fines por los cuales la nación mantiene y prosigue su defensa. Todo francés consciente y responsable lleva en su ánimo la firme decisión de que — si ello es huma- namente posible — sea ésta la última guerra. La ins- piración de esta esperanza lleva a los padres y madres franceses a soportar con una exaltada resig- nación la pérdida de sus hijos. Es la inspiración de esta esperanza quien provoca el sacrificio ilimitado de las mujeres y hasta el esfuerzo de los viejos y los enfermos. Francia busca tres cosas como resultado de esta guerra, la última de todas. Estas han sido definidas por imo de sus hombres públicos como restitución, reparación y seguridad nacional. El Presidente Poincaré, en su discurso del 14 de julio de 191 6, cuando la guerra llevaba ya casi dos afios de dura- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 39 ción, afirmó los objetivos de Francia un poco más plenamente. Pasando revista a los sufrimientos y tristezas de Francia, insistió con palabras elocuentes en que éstos nunca debilitarían la voluntad de la nación. Volvió a afirmar el horror de la nación por la guerra y su apasionada devoción por aquellas ideas políticas que previniesen cualquier retomo de las condiciones que ahora prevalecen, y entonces definió los puntos esenciales de esta paz justa y permanente que Francia anhela y que está deter- minada a ganar. Estas condiciones eran, en primer lugar, la completa restitución del territorio francés invadido, tanto el que lo ha sido ahora mismo como el que lo fué hace cuarenta y seis años; en segundo lugar, la reparación de las violaciones de derecho y de los perjuicios a los ciudadanos de Francia o de sus aliados; y en tercer lugar, garantías tales como sean necesarias para asegurar y prevenir la inde- pendencia nacional en lo futuro. M. Briand, Presi- dente del Consejo, ha reiterado más de una vez estos puntos de vista. Pueden por lo tanto ser considerados como una declaración oficial de las condiciones únicas en que Francia hará la paz. ¿ Son o no razonables estas condiciones, y está Francia justificada a los ojos del mimdo conti- nuando la lucha para obtenerlas hasta su duro fin ? Será más sencillo examinar estas tres condiciones propuestas, en orden inverso a aquel en que fueron expuestas por el Presidente Poincaré. Las garantías para el porvenir a que el Presidente se refiere son el eje de toda la cuestión. Varias 40 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA veces en el curso de estas discusiones nos hemos referido a una garantía internacional de segiuidad nacional para el futuro, y a su tiempo debido se planteará la cuestión de cómo puede ser obtenida dicha garantía internacional y en que debe consistir. Francia tiene derecho ciertamente a la protección de esta garantía. Puede y debe ser la misma garantía que protegerá a Bélgica, a Serbia, a la Polonia re- constituida o a cualquiera otra nación pequeña, tanto como a la Gran Bretaña, a Italia, y a Alema- nia misma. En este respecto la demanda de Fran- cia puede y debe ser cabalmente aceptada. Francia pide además reparación por las violaciones del derecho y por los daños causados a sus ciuda- danos y a la propiedad privada de éstos, así como a los de las naciones que son sus aliadas. Será o no practicable obtener de Alemania y Austria- Himgría, al fin de las hostilidades y como parte del arreglo final, una indemnización pecuniaria inmediata que satisficiera a aquellas otras naciones cuyo territorio ha sido invadido y cuyos pacíficos ciudadanos han perdido sus vidas y sus haciendas. Sea o no posi- ble obtener tal indemnización pecuniaria inmediata, hay tal vez im medio mejor de lograr el fin que Francia justamente busca. Podría fácilmente acor- darse que las reclamaciones de esta especie fueran sometidas a xm imparcial tribunal de justicia inter- nacional cuyas sentencias fueran inapelables. Las pruebas de que Alemania ha violado una vez y otra las leyes de la guerra y las estipulaciones del Con- greso de La Haya — para no hablar de las leyes de la LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 41 humanidad — son completamente abrumadoras. Pre- cisamente porque estas pruebas son tan abrumadoras es por lo que los agraviados pueden, en interés de una paz duradera, prestarse a que sus reclamaciones sean judicialmente determinadas, más bien que ob- tener dicha indemnización por el mero apoyo del poder militar. Lo que más preocupa al mundo, y lo que debía preocupar más a los beligerantes mis- mos, es el efecto que el arreglo de este conflicto ten- drá sobre el porvenir de la humanidad. Puesto que hay dos medios de llegar al mismo fin, uno conven- cional que tiene muchos precedentes, y otro no con- vencional que trata de establecer un ejemplo para cosas mejores, en esta disyuntiva el espíritu mismo que ha animado y dirigido a Francia en su esfuerzo militar y en su trabajo de organización nacional lite- ralmente colosal, puede guiarla ahora a escoger im camino que sirva más seguramente para definir y obtener los ideales por los cuales está llevando a cabo esta asombrosa lucha. A pesar de todo lo que pueda decirse de los ho- rrores y atrocidades de la presente guerra, segura- mente una de sus más notables consecuencias es su efecto sobre el espíritu nacional, la conciencia na- cional y la voluntad nacional de Francia. Lo mejor de Francia ha siirgido por todas partes, y probablemente no será posible que nimca pierda la nación los beneficiosos efectos y los estimulantes re- sultados de su esfuerzo por mantener su integridad y defender su libertad. Durante aquellos días his- tóricos de 181 5, en Viena, Talleyrand solía describir 42 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA como **im buen europeo*' a todo estadista que era capaz de concebir el sistema político del Mimdo Oc- cidental como un todo. El pueblo francés y los políticos franceses son generalmente y han sido du- rante mucho tiempo buenos europeos en el sentido que Talleyrand daba a la palabra. Este carácter del pueblo francés aumenta la probabilidad de que ellos pondrán el peso de toda su influencia y ejemplo en favor del establecimiento sobre firmes cimientos de im nuevo orden europeo. Un francés, Joubert, fué quien tan finamente dijo :" La fuerza y el derecho son los que gobiernan el mundo; la fuerza hasta que el derecho está dispuesto.*' Resta pues la restitución del territorio francés que ha sido o puede ser ocupado por el enemigo. La solución es relativamente sencilla en lo que se refiere a las provincias del norte y nordeste ocupadas actualmente por las fuerzas militares alemanas. Alemania se retirará de muy buen grado segura- mente del territorio francés actual como una condi- ción de la paz. En cambio la cuestión de Alsacia y Lorena — que se convirtió en lo que los alemanes después de la guerra de 1870 llamaron Reichsland — no es tma cuestión tan sencilla. á vil LA CUESTIÓN DE ALSACIA-LORENA — LAS DECLARA- CIONES DE 1 87 1 — FRACASO DE LA POLÍTICA DB ASIMILACIÓN ALEMANA HAY ciertas cuestiones públicas tan mezcladas de sentimiento que no pueden ser tratadas satisfactoriamente sólo desde el punto de vista de la argimientación abstracta. El porvenir de Alsacia-Lorena es claramente una de estas cues- tiones. Durante cuarenta y cuatro años la estatua simbólica de Estrasburgo en la Plaza de la Concor- dia, rodeada de las conmovedoras pruebas del dolo- roso sentimiento del pueblo francés, nos da un elo- cuente testimonio de este hecho. Si se dijera que el futuro de Alsacia-Lorena ha de ser resuelto según los estrictos principios de nacionalidad, y que en este caso la consecuencia sería en gran parte favo- rable a Francia, habría que responder que, en el caso de que Francia no fuese satisfecha, quedaría escon- dida en el mismo corazón de Europa la semilla o de otra guerra internacional o de largas generaciones de desconfianza, hostilidad y desdicha internacio- nales. En 1870 Mr. Gladstone sostuvo en el Gabinete británico la opinión de que el paso de Alsacia y Lorena de la soberanía francesa a la alemana sin tener en cuenta la naturaleza de la población na 43 44 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA podía ser considerado en principio como una cues- tión entre los dos beligerantes solamente, puesto que envolvía aspectos de legítimo interés para todas las potencias de Europa. Indicó su relación con la cuestión de Bélgica y con los principios que proba- blemente tendrían importantes consecuencias en el futuro arreglo de la Cuestión de Oriente. Los diputados que representaban a Alsacia y Lorena en la Asamblea Nacional francesa convocada en Bur- deos para acordar las condiciones de paz con Alema- nia no dejaron ninguna duda respecto a los deseos de sus representados. El 17 de febrero de 187 1, estos diputados presentaron a la Asamblea Nacional esta vibrante declaración, que había sido sometida a la aprobación de Gambetta y que la había obtenido también de Victor Hugo, Louis Blanc, Edgar Quinet, Clémenceau y otros miembros directores del partido republicano : Alsaría y Lorena son opuestas a la enajenación. . . . Estas dos provincias, asociadas con Francia durante más de dos siglos en la fortuna próspera y en la adversa, y constante- mente expuestas al ataque enemigo, se han sacrificado siem- pre por la causa de la grandeza nacional. Han sellado con su sangre el indisoluble lazo que las ata a la unidad de Francia. Bajo la presente amenaza de las pretensiones ex- tranjeras afirman su inquebrantable fidelidad en frente de todos los obstáculos y peligros, aun bajo el yugo del invasor. Unánimemente, los ciudadanos que han permanecido en sus bogares como los soldados que se han apresurado a seguir las banderas, proclaman, los primeros con sus votos y los últimos con su acción en el campo de batalla, ante Alemania y ante el mundo, la inalterable decisión de Alsacia y de Lorena de LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 45 seguir pertcncdcndo al territorio francés. Francia no puede consentir ni determinar por un tratado la cesión de Alsada y Lorena. . . . Nosotros proclamamos ahora como inviolable para siempre el derecho de los alsacianos y loreneses a seguir siendo miembros de la nación francesa, y nosotros promete- mos que nosotros mismos, nuestros compatriotas, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, vindicaremos este derecho a través del tiempo y por todos los medios posibles en frente de aquéllos que usurpen la autoridad sobre nosotros. Sin embargo, la Asamblea Nacional, bajo la coac- ción de la abrtimadora derrota militar aceptó el tratado de paz el i** de marzo. Fué im momento solemne y conmovedor aquél en que los diputados de Alsacia y Lorena, antes de retirarse de la Asamblea Nacional, leyeron su famosa protesta de Burdeos: Nosotros, que contra toda justicia hemos sido entregados por un odioso abuso de poder a la dominación extranjera, tenemos un último deber que cumplir. Declaramos nulo y sin valor un tratado que dispone de nosotros sin nuestro con- sentimiento. Siempre nos quedará a todos y a cada uno de nosotros el poder de defender nuestros derechos en la manera y la medida que la conciencia nos dicte. . . . Nuestros her- manos de Alsada y Lorena, arrancados ahora de la familia común, conservarán su amor filial hacia Francia, ausente ahora de sus hogares hasta el día en que vuelva a tomar de nuevo su lugar en ellos. En iin momento la población inteligente de ese territorio, que había sido francesa durante siglos y cuyo patriotismo y lealtad a Francia eran fervientes en el más alto grado, fué obligada a aceptar ima 46 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA nueva soberanía y a asentir, en la forma al menos, a una nueva fidelidad nacional. Alemania comprendió mal desde el principio la naturaleza y extensión de la tarea que ella misma se había impuesto. Era creencia común entre los ale- manes que la lealtad de Alsacia-Lorena a Francia era en gran parte superficial, y que los beneficiosos efectos de la gobernación alemana serían tan grandes y tan evidentes que la población de estas provincias, en un breve plazo, se acomodaría de buen grado a las nuevas condiciones. Pero von Moltke, cuyo op- timismo no era tan absolutamente ilimitado como el de muchos otros, pensaba que Alemania tendría que permanecer completamente armada durante cin- cuenta años para retener la Alsacia, pero que al fin de este período los alsacianos dejarían de desear ser franceses y la cuestión quedaría así resuelta. El tiempo ha demostrado que los temores de Bismarck, el estadista, en cuanto a la prudencia de esta anexión, estaban más justificados que la confianza de von Moltke, el estratégico. Ya casi han pasado los cincuenta años. La polí- tica de ocupación semimilitar y de severa represión ha producido los naturales, aunque no esperados, re- sultados. No cabe duda razonable de que el gran núcleo de población de Alsacia y Lorena espera ansio- samente el día en que estas provincias sean restaura- das a su lugar en la República Francesa. Poco se ganará siguiendo el curso de las discusio- nes históricas eruditas sobre la historia de este t^ rritorio hace quinientos o mil aftO§, Como una cues- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 47 tión de hecho, si se apela a la historia, debe admi- tirse que, muy atrás en la Edad Media, Alsacia, aunque hablase un dialecto germánico, estaba den- tro de la esfera de influencia de Francia y bajo la dominación de su cultura. Es probable que los ar- tistas góticos que construyeron la catedral de Estras- burgo o vinieron de la Isla de Francia o habían ad- quirido su inspiración allí. En cuanto a la política, este territorio ha sido durante siglos objeto de con- tinua lucha entre las naciones que se suponía iban a ser separadas por él en seguridad. Estaba en la misma posición peligrosa y dudosa de un pequeño estado intermedio entre pueblos de intereses contra- puestos en un tiempo en que el impulso de expansión territorial y de extensión de la autoridad dinástica corrían fuerte y libremente. Cuando al terminar la Guerra de los Treinta Años Alsacia buscó protección de un estado más poderoso que el Sacro Imperio Romano, vino a ponerse bajo la protección de Fran- cia a requerimiento de su propio pueblo. La Revo- lución francesa y las guerras que la acompañaron, completaron la incorporación de Alsacia a Francia y solidificaron en muchos aspectos la relación po- lítica que tenía ya siglo y medio de antigüedad. Tiene poca utilidad insistir sobre un asunto tan trillado, pero el hecho de arrebatar por fuerza a Francia la Alsacia y Lorena en 187 1, fué un agravia público que debe ser reparado ahora de la única ma- nera que puede serlo, a saber, mediante la devolu- ción de estas provincias a Francia, a la que perte- necen y a la cual quieren pertenecer. Este es, 48 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA como Mr. Gladstone dijo, un asunto que afecta a los intereses no sólo de Francia y Alemania, sino a los de toda Europa y aún de todo el mundo. La guerra de 1870 tuvo dos resultados inmedia- tos: uno bueno, la unificación de Alemania; otro malo, la separación de Alsacia-Lorena de Francia. Sería un hombre muy audaz el que se atreviese a defender que la posesión de Alsacia-Lorena, bajo el nombre de Reichsland, ha contribuido a la unidad alemana, y sería un ciego el que no viese que si esta guerra ha de ser seguida por una paz duradera, Alsacia-Lorena debe volver a Francia. En cuanto a esto, puede apelarse al mismo Treitschke, quien, hablando de la política de conquista universal de Napoleón, dijo: "Una política de conquista tan desnuda como ésta, al fin y al cabo destruye sus propios instrumentos. . . . Presume tomar pose- sión de comarcas que no pueden ser incorporadas al estado nacional como miembros vivos." No es preciso ir más lejos para encontrar una jus- tificación a la demanda de Francia de la devolución de Alsacia-Lorena. Si Alemania y sus aliados llegan a tener que admitir su derrota en el campo de ba- talla y entonces consienten en la devolución de Alsacia-Lorena a Francia, habrán dado la prueba más fuerte posible (que el mundo acogerá con toda cordialidad) de su deseo e intención de ayudar a hacer y a mantener una paz que sea duradera por el hecho de ser justa. Es fútil sugerir como una alternativa la incorporación de Alsacia-Lorena al Imperio Germánico con derechos de autonomía. Es LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 49 igualmente fútil proponer que se borren antiguas distinciones geográficas y políticas y que se echen abajo los cotos fronterizos con el fin de establecer nuevos límites entre algimas comunidades. Es fú- til también sugerir que Alsacia-Lorena sea consti- tuida como un estado independiente cuya neutrali- dad sería garantizada por sus vecinos. Todos estos son modos de no tratar el problema. En el interés de una paz duradera y como parte de ella Alemania debe devolver Alsacia-Lorena a Francia. VIII RUSIA Y LOS ESLAVOS — EL MOVIMIENTO LIBERAL EN RUSIA — EL BOSFORO Y LOS DARDANELOS PARA el Mundo Occidental, y para los america- nos en particular, Rusia parece una tierra lejana. Es una tierra de misterio. Su enorme tamafio, su uniformidad geográfica, sus recursos naturales extraordinarios, su población heterogénea, sus muchas y difíciles lenguas y dialectos, su di- ferente calendario y su fuerte sentimiento religioso, todo contribuye a darle im carácter peculiar. Con su superficie, que abarca más de la sexta parte de la total del globo, Rusia constituye en el siglo veinte un puente entre el Oriente más antiguo y el Occi- dente más moderno, y reúne en sí los caracteres sa- lientes tanto del Oriente como del Occidente. Los movimientos que se dan en el cuerpo y en los miembros de este enorme gigante tardan mucho en ser reconocidos y más todavía en ser entendidos por el resto del mundo. La participación de Rusia en esta guerra y su relación directa con una de las más importantes cuestiones que la guerra tiene que re- solver, hacen necesario que obtengamos alguna idea del papel que ella va probablemente a jugar en el mundo del porvenir y de lo que los resultados de esta guerra pueden significar para ella. 50 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 51 Los latinos, los anglosajones y los germanos han hecho sus distintas contribuciones a nuestra común civilización y es ya posible valorarlas con cierta exactitud. Los eslavos, sin embargo, tienen aún que hacer su plena contribución a la suma general del capital intelectual y político del mundo. Pala- bras muy significativas fueron las del Conde Moura- vieff cuando dijo: *'Yo creo que Rusia tiene ima misión civilizadora como no la tiene ningún otro pueblo del mundo, no sólo en Asia sino también en Europa. . . . Nosotros, los rusos, llevamos sobre nuestros hombros la nueva edad; nosotros venimos a aliviar a los hombres cansados." Hé aquí una ñna pintura y una conmovedora profecía. La presente guerra no sólo ha relegado para siem- pre al pasado los varios argumentos y considera- ciones que durante un siglo han sido empleados en tomo a la que Europa ha llamado la Cuestión de Oriente, sino que ha traído al primer plano, con viva claridad, el único hecho dominante de que, en in- terés de tma paz duradera, Rusia debe dominar los estrechos que conducen del Mar Negro al Mar Egeo. No conceder este dominio a Rusia significaría, en primer lugar, que su pueblo, inquieto y en gran parte económicamente atado por el hielo, sentiría que las condiciones de la paz no eran permanentes; y en segundo lugar, significaría la posibilidad de la extensión, en cualquier momento futuro, del sistema político de Alemania y de su Machtpolitik (política de la fuerza) a la península de los Balcanes, al Asia Menor, y aun más allá. Precisamente porque estos 52 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA hechos son claramente comprendidos por los Aliados es por lo que las operaciones militares y navales han sido y están siendo llevadas a cabo en el teatro de la guerra del sureste. La importancia que Alemania y sus aliados las conceden se evidencia por el hecho de que generales de tan alta competencia como Fal- kenhayn y Mackensen están dirigiendo personal- mente las operaciones contra Rimiania. Se ha apimtado más de una vez que el Emperador de Alemania tiene la convicción de que algún día el mimdo se dividirá en dos grandes campos, imo de los que hablan las lenguas eslavas, y otro de los que hablan las lenguas anglosajonas y germánicas; y que las grandes razas amarillas del Oriente se unirán a los eslavos y así se hallará el mundo frente a un conflicto entre dos civilizaciones ampliamente dife- rentes e históricamente opuestas. Si esto fué una predicción sagaz hace diez años, ahora es mucho menos probable. Rusia es cada vez más occidental en el pensamiento y en la política interior. La rígida censtira, más severa que nunca desde el prin- cipio de la guerra, nos priva de un exacto y com- pleto conocimiento de lo que está ocurriendo en la vida política y social del Imperio de Rusia. Sería no menos cruel que ignorante, suponer que Rxisia es una nación entregada enteramente a empleados corrompidos y a ima polícia bárbara, a socialistas irreductibles y a anarquistas transgresores de la ley. La Emperatriz Catalina, que en este respecto jugó en Rusia un papel semejante al de Federico el Grande en Prusia, introdujo en la vida y en el pen- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 53 Sarniento rusos algunas de las influencias personales, literarias y filosóficas que ayudaron tan eficazmente a producir la Revolución francesa. Estas influen- cias han estado obrando en Rusia desde entonces. Han sido teñidas y modificadas por las condiciones económicas y sociales dominantes allí, y han tomado algo del carácter sombrío y sentimental que se reve- lan en la literatura, el arte y la música rusas. El progreso del desenvolvimiento político interno ha sido ciertamente lento, y ha tropezado con muchos y difíciles obstáculos; pero con su misma forma tra- dicional de gobierno interior, ha hecho en los últi- mos años algunos importantes adelantos. No cabe duda de que los acontecimientos y necesidades de la guerra han ayudado materialmente este movimiento, y es más que probable que cuando Rusia se reúna con sus aliados para fijar las condiciones de una paz duradera podrá entonces anunciar cambios sig- nificativos en su política y organización internas. Los que no han conocido a Rusia pueden sentirse esperanzados con las recientes palabras de M. B. Bourtzeff, activo e influyente en todo movimiento progresivo ruso. "Hasta nosotros," ha escrito, "los que pertenecemos a los partidos de la extrema izquierda, y hemos sido hasta aquí ardientes anti- militaristas y pacifistas, hasta nosotros creemos en la necesidad de esta guerra. Esta guerra es una guerra para proteger la justicia y la civilización. Ella será, esperamos, im factor decisivo en nuestra común guerra contra la guerra, y nosotros espera- mos que después de ella será al fin posible pensar 54 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA seriamente en la cuestión del desarme y de la paz universal. ... A Rusia, esta guerra traerá regene- ración. Nosotros estamos convencidos de que des- pués de esta guerra ya no habrá lugar para la reac- ción política, y Rusia quedará asociada con el grupo existente de países cultos y civilizados." El manifiesto del Zar de 30 de octubre de 1905 proporciona el punto de partida para el progreso ulterior en el desenvolvimiento y definición de la libertad civil rusa. El primer artículo de este mani- fiesto dice: "Se he de conceder al pueblo el funda- mento inviolable de los derechos civiles basados en la actual inviolabilidad personal, libertad de creen- cias, de emisión del pensamiento, de organización y de reunión." Por lo tanto, la Rusia que saldrá del presente conflicto será, con toda probabilidad, una Rusia más unificada, más vigorosa, al mismo tiempo que más libre y más tolerante. El Príncipe Gorcha- kof dijo en una ocasión: "Rusia no se siente ofen- dida, se recoge en sí misma." El mundo, con sim- patía y benevolencia y lleno de esperanzas, aguarda el resultado. Se ha dicho de la Cuestión Oriental que tiene tan- tas cabezas como una hidra. La presente guerra ha sido el Hércules que las ha cortado todas excepto tres. Las tres cabezas que quedan son: primera, la organización de los pueblos de la península de los Balcanes a base de la nacionalidad bajo una garan- tía de su seguridad nacional ; segunda, la erección de tma barrera contra la posible extensión de la Macht- politik (política de la fuerza) alemana al Asia Menor LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 55 y tierras y mares contiguos — el Drang nach Osten (la expansión hacia el Oriente); y tercera, la pose- sión por Rusia del Bosforo, los Dardanelos y las co- rrespondientes costas contiguas, como un elemento necesario a su independencia económica y seguridad nacional. El primero de estos puntos no necesita ser discu- tido. Está incluido en lo que ya se ha dicho res- pecto a la aplicación de los principios de nacionali- dad y la protección de los derechos de las pequeñas naciones. El segimdo es uno de los resultados ne- cesarios de la guerra actual. Según un pimto de vista que es muy importante, los Aliados están com- batiendo, no al pueblo alemán, sino con el objeto de evitar la extensión sobre otras tierras y otros pueblos de aquellas teorías, doctrinas y prácticas políticas que el pueblo alemán, por el momento al menos, ha adoptado como propias. Si ha de haber una paz duradera, y tal que justifique los sacrificios que los Aliados han hecho ya, ha de cerrarse ne- cesariamente toda puerta a la sistemática y estu- diada extensión de la influencia política de Alema- nia. En Alemania esta sugestión será denunciada como un ejemplo más de la Einkreisimgspolitik (la política del aislamiento) de la que lleva sufrido tanto. No debe olvidarse, sin embargo, que en estas discusiones hemos puesto la mayor intensidad en cuanto al mantenimiento de la puerta abierta en el comercio internacional. El comercio alemán, por lo tanto, no sería estorbado de ninguna manera, si estas sugestiones fueran atendidas; pero se parali- S6 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA zaría la activa propaganda hecha en otros países en pro de las ideas políticas de Alemania y de su domi- nación política. Este proyecto haría desaparecer la principal causa actual de guerra sin producir otra nueva en su lugar. El tercer punto parece ser vital para Rusia, y por consiguiente, para la paz del mundo. Una mirada dirigida al mapa y un modesto conocimiento de la historia política y económica, explicará la persisten- cia de Rusia en buscar acceso a los mares por puntos que estén abiertos a la navegación durante todo el año. Desde sus llanuras centrales ha extendido tres brazos o tentáculos, imo de ellos de prodigiosa lon- gitud, con la intención de alcanzar la ininterrum- pida utilización por su comercio de los caminos del océano. El ferrocarril Transiberiano ha sido tra- zado a través de las estepas de Asia con el fin de llegar al Pacífico. La política diplomática de Rusia respecto a Persia, la India inglesa y Tur- quía ha estado siempre inspirada en la idea de lograr una salida a las aguas del Golfo Pérsico. El tercer brazo o tentáculo se está extendiendo a través del Mar Negro hasta el Bosforo y los Dardanelos. Una vez que Rusia se estableciese allí, bajo las con- diciones internacionales propuestas en estas dis- cusiones, su independencia económica estaría ase- gurada, las fuentes de abastecimiento de víveres del mundo serían considerablemente aumentadas y los principios por que están luchando los Aliados gana- rían ima garantía material de primera importancia. En Rusia se tiene por descontado que tanto Ingla- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 57 terra como Francia acordarán, a la conclusión de la guerra, la anexión por Rusia de Constantinopla y de los estrechos. En marzo de 191 5, el importante periódico liberal en Moscow, Russkia Viédomosti, publicó un artículo del Príncipe Eugene Troubetzkol, de quien es sabido que ha ejercido una fuerte influen- cia en Rusia y que ha dado expresión a la opinión dominante en todas las clases del Imperio. El Prín- cipe Troubetzkol llanamente dice que la única solu- ción que satisface completamente los intereses de la nación es que Constantinopla y los estrechos lleguen a ser rusos. Una opinión semejante ha sido expre- sada por M. Milioukofif, cuya posición directiva entre los Liberales rusos es bien conocida. Parecerá, pues, que antes de mucho tiempo algu- nos de los más serios errores de la diplomacia inglesa y de la rusa en el siglo diez y nueve pueden ser remediados, y el mundo entero ganará con ello. Mr. Gladstone atacó a Lord Beaconsfield y Lord Salisbury por haber hablado en el Congreso de Ber- lín de 1878 en el tono de Mettemich y no en el tono de Mr. Canning, de Lord Palmerston y de Lord Russell. Insistió en que su voz no estuvo acorde con las instituciones, la historia y el carácter de In- glaterra. ¿ Estaba equivocado ? IX EL MILITARISMO PRUSIANO — SU FUNDAMENTO Y SU CAUSA — HASTA QUÉ PUNTO PUEDE SER DOMINADO POR CONQUISTA EL campo que hasta ahora hemos recorrido abarca el esbozo de un arreglo de las conse- cuencias de la guerra, que asegurase el libre desenvolvimiento nacional de todos los estados, grandes y pequeños, la política de libre cambio en el comercio internacional, la exención de la propie- dad privada, que no sea contrabando, de captura o destrucción en el mar, y además que restaurase la Alsacia-Lorena a Francia al mismo tiempo que hacía a Rusia dueña de los Dardanelos y del Bosforo. Hay otra cuestión mencionada por Mr. Asquith en su declaración de Guildhall, pero no citada por el Vizconde Grey, que está constantemente en la mente de los Aliados, y que nunca deja de ser mencionada cuando se discuten las condiciones de una paz dura- dera. Según las propias palabras de Mr. Asquith: ** Nosotros no envainaremos la espada que no hemos sacado ligeramente . . . hasta que la dominación militar de Prusia sea total y finalmente destruida." Mr. Asquith escoge sus palabras, y particularmente sus adjetivos y adverbios, con cuidado más escrupu- loso que ningún otro estadista de nuestro tiempo. Su afirmación, por lo tanto, es de importancia pri- mordial. 58 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 59 La dominación militar prusiana descansa en pri- mer lugar en la política militar de Prusia y su con- stante costumbre de considerar todas las cuestiones de política extranjera bajo el aspecto del poder mili- tar y no otro; y en segundo lugar en la gran población del Imperio Germánico que proporciona los hom- bres necesarios para mantener en organización efec- tiva enormes ejércitos dispuestos a moverse a una orden. El hecho de que Prusia tenga un sistema de instrucción y servicio militar obUgatorios tiene poco que ver con su dominación militar. Suiza tiene sustancialmente el mismo sistema, y nadie piensa que Suiza sea otra cosa que un pueblo con- sagrado a las obras de la paz. Un ejército suizo del mismo tamaño que el de Prusia no daría a Suiza la dominación militar que Prusia ha gozado hasta ahora. La razón es que la dominación militar no consiste principalmente, o mejor dicho en absoluto, en el poder militar efectivo, sino más bien en la acti- tud del espíritu público hacia el sistema militar y el ejército, y en la importancia relativa concedida a la fuerza y al derecho al pesar y decidir en materias de política internacional. En otras palabras, mih- tarismo es un estado de espíritu. El militarismo prusiano es un estado de espíritu prusiano, y hasta el punto en que el pueblo alemán como un todo haya aceptado el estado de espíritu prusiano como sano o necesario, Alemania es actualmente una nación militarista. Por supuesto que no siempre lo fué. La población de la Alemania del sur ha producido desde tiempo inmemorial poetas y artistas, es bon- 6o LA BASE DE UNA PAZ DURADERA dadosa y cortés en sus maneras, carece de ambi- ciones dominadoras de conquistar y reformar el mundo. La hegemonía prusiana, aunque cierta- mente necesaria para producir y asegurar la unidad alemana, ha traído consigo no pocos males. Uno de los principales es la extensión a la gente del sur de Alemania del pimto de vista prusiano juntamente con la dirección prusiana. La historia de Prusia es im ejemplo de éxito ex- traordinario en hacer lo más posible de muy pe- queños principios y en extender la dominación pru- siana por mera fuerza de voluntad, poder y eficacia administrativa. Prusia puede estar orgullosa de su obra durante los últimos cien años, tanto al crear im sistema administrativo nuevo y altamente útil como al dirigir a los demás miembros de la familia germá- nica. Prusia ha sido siempre un estado militarista y nunca se ha quitado el uniforme militar ni siquiera al crear y desarrollar su estupendo sistema indus- trial y comercial. Prusia ha concebido siempre la historia como una lucha entre el teutón y el eslavo, el teutón y el franco, el teutón y el anglosajón, o el teutón y cualquiera otro. Siempre piensa en el teutón como combatiente. Estudia a sus vecinos no en términos de amistad y cooperación, sino en términos de rivalidad y temor. Estos han sido siempre los rasgos característicos de Pnisia; y cuando el moderno sistema europeo se desenvolvió y el pensamiento prusiano cayó bajo la dominación de una filosofía política nueva y casi extática que colocaba a Prusia en el pináculo de la grandeza his- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 6i tonca agudamente diferenciada del resto del mundo por su inherente superioridad, sólo fué necesario un paso más para llegar a la convicción, perfectamente sincera, de que sería un bien para el resto del mtmdo ser puesto bajo la dominación de la filosofía política prusiana. Para im prusiano normal el ejército parecía el agente mejor y más natural para ser utilizado en este proceso de salvación del mundo. Hombres por otra parte sobrios y comedidos, cien- tíficos por otra parte sabios y perfectamente prepa- rados, hombres de negocios por otra parte prácticos, hábiles y astutos, se enamoraron del espectáculo que se ofrecía ante sus ojos. Cuando Houston Chamberlain dijo a los prusianos que ellos eran los modernos elegidos, su tributo fué recibido como cosa nattu^l y corriente y completamente merecida. Para el espectador hay en todo esto, en grado casi increíble, tma falta de sentido del humor que lo dis- culpe; sin embargo, ha sido la combinación de la historia, el orgullo, la filosofía política y la falta de humor prusianos quien ha creado lo que se conoce como militarismo prusiano. Esta cosa oiriosa- mente compuesta y sutil, pero sin embargo terrible- mente real, es la que pide Mr. Asquith que sea ex- terminada. ¿ Cómo puede hacerse esto ? El militarismo pru- siano se acabará, por lo que toca al resto del mtmdó, cuando los ejércitos sean derrotados y cuando la fuerza militar de los Aliados se demuestre capaz, no sólo de contener los ejércitos alemanes de tm nuevo avance, sino de rechazarlos a su propio territorio 62 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA derrotados y vencidos. Esto, sin embargo, difícil- mente puede ser la totalidad del fin que Mr. Asquith tiene en su mente. En todo aquello en que el mili- tarismo prusiano es una amenaza para Europa a causa de su poder, su celo, su decisión en el ataque, puede ser restringido, y lo será, al fin de esta guerra. Pero, en cuanto el militarismo prusiano es un estado de espíritu, no puede ser echado fuera por ningún medio violento. Puede desaparecer solamente por un cambio de sentimiento del mismo pueblo alemán. Hé aquí una esperanza para lo futuro y un elemente esencial de una paz duradera. Hay una analogía, que los americanos no deben pasar por alto, entre la condición en que, según to- dos los indicios, Prusia se encontrará en breve, y la condición en que los Estados del Sur de la Unión Americana quedaron al ñn de la Guerra Civil. Avmque derrotados en el campo de batalla, los direc- tores de la opinión y los hombres y mujeres del Sur, por lo general, no cambiaron nunca su idea de la justicia y corrección de la causa por la que comba- tieron tan valientemente. Durante una generación después de la batalla de Appomattox ellos hablaban de "la causa perdida," y mientras admitían que la causa se había perdido, continuaban insistiendo en que había sido justa. Después de cincuenta años las condiciones han cambiado tanto que todo esto ha pasado ya a la historia. Hombres que comba- tieron frente a frente en los ejércitos opuestos pue- den discutir — y a menudo lo hacen — con la mayor tranquilidad y de la manera más amistosa posible LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 63 acerca de las causas y consecuencias del conflicto que conmovió la Unión hasta sus cimientos de 1861 a 1865. Parece que la lección será que cuando Ale- mania sea derrotada no cambiará necesariamente — ni probablemente en absoluto — su idea acerca de su posición en esta guerra y de la justicia de su causa. Pero, como en el caso del Sur, después de medio siglo esto será solamente materia de discusión y de- bate académicos. El militarismo prusiano será ven- cido hasta el punto en que los ejércitos de los Alia- dos puedan vencerlo cuando Alemania sea obligada a seguirles en los arreglos para una paz duradera sobre la base de la justicia. El pueblo alemán mismo tiene que hacer lo demás. Es probablemente cierto que cualesquiera que fue- sen las preferencias personales del Emperador ale- mán en julio de 19 14, esta guerra nunca hubiera ocurrido si el resultado del movimiento revolucio- nario de 1848 en Alemania hubiera sido diferente. El fracaso de este movimiento, que tuvo como consecuencia la emigración a América de im conside- rable número de hberales alemanes y la lenta elimi- nación de la vida pública de este poderoso y cons- tructivo tipo de liberal que se encuentra en todos los demás países europeos, privó a Alemania del fuerte impulso hacia los principios democráticos que la revolución de 1688 dio a Inglaterra y la revolu- ción de 1789 a Francia. Con la desaparición de los liberales alemanes la línea divisoria entre los ultra- conservadores de im lado, y los socialistas avanzados del otro, se hizo crecientemente acentuada, y gra- 64 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA cías a las benévolas posibilidades del sistema elec- toral prusiano y de la constitución imperial alemana, el poder de los elementos ultra-conservadores ha sido mantenido aún enfrente de un gran aumento en el número de los socialistas. Ha sido este elemento ultra-conservador de Alemania, con su dominante filosofía de la vida y de la política, quien ha entrado en conflicto con las naciones liberales del Mundo Occidental. Precisamente lo mismo que Napoleón por la mera fuerza de su personalidad y de su genio militar reimió en sus manos todo el poder y la energía de la Francia posterior a la Revolución, así los prusianos ultra-conservadores han reunido en sus manos durante más de veinte años todo el poder y la energía de la Alemania que no pasó por la revolu- ción. Después de Waterloo, el trono de Napoleón se tambaleó y cayó rápidamente. Después de irnos pocos años de estancamiento y reacción Francia volvió a alcanzar su avanzado progreso de después de la Revolución hasta que llegó a ser la República Francesa de hoy. Un desarrollo semejante sin duda se presenta a Prusia y al pueblo alemán. Ellos mismos deben determinar qué es lo que ha de ser la forma y el espíritu de su propio gobierno, y ninguna otra nación qí grupo de naciones, aun completa- mente victoriosas, pueden intentar cambiarlo sin desechar los mismos principios por los cuales ellos han sostenido la guerra. La victoria sobre el mili- tarismo prusiano considerado como tm estado de espíritu, y la conversión de la Alemania que no ha LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 6$ pasado por la revolución en un estado más liberal y democrático, son tareas para el pueblo alemán mismo. No hay camino obligado para el arrepen- timiento. Es increíble que un pueblo de su fuerza intelectual, disciplina, poder de organización y com- petencia científica, no llegue a su debido tiempo a considerar el movimiento democrático en la misma forma que Francia y la Gran Bretaña. Cuando esto suceda Alemania sustituirá su Machtpolitik por la Interessenpolitik (política de intereses) en la cual Bismarck insistía tanto. Alemania entonces, para usar otra de las agudas frases de Bismarck, volverá a apreciar justamente el Gewicht der Impondera- bilien (el peso de los imponderables) y la ley moral será reconocida como aplicable a la conducta de su política pública tanto como a la de su vida privada. Es verdad que el militarismo prusiano ha de ser total y finalmente destruido antes de que la paz del mundo se lleve a cabo; pero en todo aquello en que él puede sólo ser total y finalmente destruido por el pueblo alemán mismo, no es preciso que la guerra se continúe hasta que este fin sea realizado. Todo lo que los Aliados pueden hacer para la destrucción del militarismo prusiano es confinarlo en Alemania. Una vez confinado así desaparecerá, no lentamente, sino relativamente de prisa, por razón de su propio peso y por estar en contradicción con el espíritu de los tiempos. Hay sin embargo un modo de que el militarismo prusiano pueda salir victorioso aun en el caso de que los ejércitos alemanes sean finalmente derrota- 66 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA dos en el campo de batalla; el cual sería que el espíritu y la política del militarismo prusiano con- quistasen el espíritu de la Gran Bretaña o de alguna otra de las Potencias Aliadas. Un himno de odio es tan desagradable cantado en inglés como en ale- mán. La destrucción de los principios y prácticas liberales bajo la capa de la necesidad nacional difiere muy poco de aquel principio: "Die Not kennt kein Gebot" (La necesidad no conoce mandato) con el cual el Canciller von Bethmann-Hollweg defendió la violación de Bélgica. Los Aliados, y particular- mente la Gran Bretaña, tienen urgente necesidad de estar al cuidado, no sea que el militarismo prusiano derrotado por ellos en el campo de batalla obtenga sobre ellos nuevas y notables victorias en el campo de las ideas. Una paz duradera requiere que el militarismo prusiano sea total y finalmente des- truido: primero, por los ejércitos aliados en el campo de batalla; segundo, por el pueblo alemán en su política interior; y tercero, por las Potencias Alia- das evitando que invada sus propios sistemas polí- ticos. LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE UN NUEVO ORDEN INTERNACIONAL — LOS DERECHOS Y DE- BERES DE LAS NACIONES — EL ESPÍRITU INTER- NACIONAL— EL DERECHO INTERNACIONAL COMO DERECHO NACIONAL DESPUÉS de lo ya dicho no es necesario pasar una extensa revista a aquellos aspectos de una paz duradera que se refieren más inme- diatamente a Italia y a las que, sin desconsidera- ción, pueden ser llamados las demás potencias beli- gerantes menores. Si es razonable esperar que la Gran Bretaña, Francia y Rusia hagan suyos los principios e ideas ya expuestos, y si es también razonable esperar que Alemania los acepte — salvo en cuanto la entrega de Alsacia-Lorena a Francia, la apropiación por Rusia de la jurisdicción sobre el Bosforo y los Dardanelos, y el confinamiento del llamado militarismo prusiano al Imperio Alemán sean obligados como precio de la paz, si se supone la victoria militar de los Aliados — entonces será tiempo de considerar los fimdamentos de un nuevo orden internacional sancionado y protegido por el derecho internacional y apoyado por una garantía internacional tan definida y tan poderosa que no pueda ser atacada sin causa o conmovida en la futuro por ninguna potencia. Este nuevo orden internacional justificará, según 67 68 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA se cree y se espera, la afirmación que Mr. Gladstone hizo, demasiado confiadamente como se ha visto, hace cerca de cincuenta años, cuando dijo: "El mayor triunfo de nuestro tiempo ha sido la entroni- zación de la idea del derecho público como idea directora de la política europea.'* No hay duda de que la idea de derecho público ha echado hondas raíces en el espíritu de las na- ciones más pequeñas tanto como en el de la Gran Bretaña y Francia. Después de esta guerra todo amante de la libertad, de la justicia y de la paz tendrá la oportunidad y el deber de laborar por la extensión de la autoridad del derecho público no sólo sobre la política de Europa, sino sobre la de todo el mundo. Con objeto de encontrar un punto de partida debe haber im acuerdo, aprobado por todas las grandes Potencias, incluso los Estados Unidos y el Japón, en cuanto a la determinación de los derechos y deberes fundamentales de las naciones. El 6 de enero de 191 6 el Instituto Americano de Derecho Internacional, formado por representantes de cada una de las repúblicas americanas, en sesión cele- brada en Washington, adoptó una declaración de los derechos y deberes de las naciones que difícil- mente se podría mejorar. Es ésta: I. Toda nación tiene derecho a existir, y a defender y con- servar su existencia; pero este derecho ni implica el derecho ni justifica el acto de que un estado defienda o conserve su existencia mediante actos ilegítimos contra otros estados inocentes y que no han sido sus ofensores. LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 69 2. Toda nación tiene derecho a la independencia en el sentido de que tiene derecho a buscar su felicidad y es libre para desenvolverse sin intromisión o imposición de otros estados, con tal que al hacerlo así no impida o viole los derechos de los demás estados. 3. Toda nación es por la ley y ante la ley igual a cual- quiera otra perteneciente a la sociedad de las naciones, y todas las naciones tienen derecho a reclamar y (conforme a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos) *'a asumir entre los poderes de la tierra la posición separada e igiial a que las leyes de la naturaleza y del Dios de la natu- raleza las dan derecho." 4. Toda nación tiene derecho al territorio dentro de fron- teras definidas y a ejercer jurisdicción exclusiva sobre su territorio y sobre todas las personas naturales o extranjeras que en él se encuentren. 5. Toda nación capacitada por la ley internacional para ejercitar un derecho debe tener este derecho respetado y protegido por todas las demás naciones, porque derecho y deber son correlativos y es deber de todos observar el de- recho de uno solo. 6. El derecho internacional es juntamente y al mismo tiempo nacional e internacional: nacional en el sentido de que es el derecho del país y aplicable como tal a la decisión de todas las cuestiones implioidas por sus principios; inter- nacional en el sentido de que es el derecho de la sociedad de las naciones y aplicable como tal a todas las cuestiones entre los miembros de la sociedad de las naciones implicadas por sus principios. Si esta declaración fuese aceptada por todos, y si se diesen los pasos necesarios para hacerla efectiva, difícilmente podría discutirse que en este caso el mundo al finalizar la presente guerra avanzaría en el camino de tma paz duradera mucho más de lo que el más optimista hubiera podido pensar hace 70 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA diez años. Al mismo tiempo debe cuidarse de no poner demasiada confianza en las declaraciones ofi- ciales y en el funcionamiento del sistema interna- cional más acreditado. Más importante que la de- claración de los derechos y deberes de las naciones, y más que el mecanismo que se pueda crear para dar a esta declaración vitalidad y fuerza, es el espíritu de los pueblos que se tman para dar estos pasos. Lo que el mundo está esperando y lo que debe al- canzar antes de que los cimientos de una paz dura- dera sean firmemente establecidos, es lo que Nicho- las Murray Butler ha llamado el espíritu interna- cional, que él define como "no otra cosa que el hábito de pensar y tratar las relaciones y negocios extranjeros que considera a las diversas naciones del mundo civilizado como amigas y colaboradoras que se ocupan a la par en el progreso de la civilización, en el desenvolvimiento del comercio y de la indus- tria, y la difusión de la ilustración y la cultura a través del mundo." Una vez que este punto de vista sea logrado y este código de moral internacional sea aceptado, todos los sueños de conquista universal se desvane- cerán para siempre, así como todos los proyectos de extender sobre todo el mundo la cultura anglosajona o latina o teutona o eslava. Las diversas piedras en la arquitectura de la civilización diferirán en ta- maño, en carácter y en el peso que soporten, pero cada una hará su papel. Las varias naciones que ahora están en guerra y aquellas otras neutrales que se unirán a ellas para LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 71 crear un nuevo orden internacional, no podrían hacer nada mejor que adoptar como programa las elocuentes palabras de la declaración hecha por Elihu Root, siendo Ministro de los Estados Unidos, en presencia de los delegados enviados por las re- públicas americanas a la Tercera Conferencia Pan- americana celebrada en Río de Janeiro el 3 1 de julio de 1906; declaración que conmovió el corazón de toda república americana y que dio la nota de una libertad internacional genuinamente nueva: Nosotros no deseamos otras victorias que las de la paz, ni otro territorio que el nuestro, ni otra soberanía que la soberanía sobre nosotros mismos. Nosotros juzgamos la independencia e igualdad de derechos de los miembros más pequeños y más débiles de la familia de las naciones, acree- doras al mismo respeto que las del mayor imperio, y noso- tros juzgamos el cumplimiento de este respeto como la prin- cipal garantía del débil contra la opresión del fuerte. Noso- tros no reclamamos ni deseamos ningún derecho, privilegio o poder que nosotros no concedamos libremente a toda re- pública americana. Nosotros deseamos acrecentar nuestra prosperidad, extender nuestro comercio y crecer en riqueza, en sabiduría y en espíritu; pero nuestra concepción del ver- dadero camino f)ara llevar a cabo esto no consiste en echar abajo a los otros y aprovecharse de su ruina, sino en ayudar a todos los amigos a alcanzar una prosperidad y un cre- cimiento comunes para que todos juntos lleguemos a ser más grandes y más fuertes. La declaración de que el derecho internacional es juntamente y al mismo tiempo nacional e interna- cional tiene una importancia muy práctica y de mucha trascendencia para la obra de construir un 72 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA nuevo orden internacional. Los tribunales de la Gran Bretaña, empezando con Lord Canciller Tal- bot en 1733 e incluyendo el Primer Magistrado Lord Mansfield en 1764, han sostenido que el de- recho de gentes forma parte del derecho común de Inglaterra. Sir William Blackstone apoyó esta doc- trina en stis comentarios clásicos. Esta doctrina está en vigor tanto en los Estados Unidos como en la Gran Bretaña, hecho de que dieron convincente testimonio Thomas Jefferson y Alexander Hamilton. En nuestros días el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha sostenido que el derecho internacional forma parte de nuestro derecho, y que, para definirlo y aplicarlo en los casos en que no hay tratado ni disposición ejecutiva o legislativa, o decisión judi- cial, debe recurrirse a los usos y costumbres de las naciones civilizadas. Hay por lo tanto ya una base legal suficiente para traer a luz al fin de la guerra un nuevo orden internacional que incluya a los Estados Unidos en su plan. Un orden internacional eficaz, como el que aquí estamos pensando, requiere el establecimiento de un Tribunal Internacional de Justicia. El paso inmediato, pues, es discutir la constitución y fimciones de tal tribunal y hacer notar los progresos que para crearlo habían sido hechos antes del i** de agosto de 19 14. XI LA OBRA DE LA PRIMERA CONFERENCIA DE LA HAYA — DESARME Y ARBITRAJE — EL TRIBUNAL DE JUSTICIA ARBITRAL HABLANDO como miembro de la Segimáa Conferencia de la Paz en La Haya, el i** de agosto de 1907, Mr. Joseph H. Choate tenninó con las siguientes palabras su discurso en apoyo del proyecto americano de un tribunal per- manente de justicia arbitral: ** Nosotros hemos hecho mucho para regular la guerra, pero muy poco para prevenirla. Unámonos en esta gran medida pacífica y demostremos al mundo que esta segvmda conferencia intenta realmente que de aquí en ade- lante sea la paz y no la guerra la condición normal de las naciones civilizadas." El lenguaje de Mr. Choate puede servir bien como texto para la discu- sión de la forma y jurisdicción de un tribimal inter- nacional de justicia tal que contribuya la más po- derosamente posible a ima paz duradera. Es conveniente poner en claro la distinción im- portante que existe entre im tribunal cualquiera y un tribunal arbitral, y evitar la confusión del tmo con el otro. La historia del principio del arbitraje interna- cional y de sus varias aplicaciones es larga e intere- sante, pero no es preciso exponerla ni examinarla 73 74 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA aquí. En la Primera Conferencia de la Paz de La Haya el arbitraje internacional no fué asunto al que al principio se concediera capital importancia. La nota circular rusa proponiendo esta Conferencia, que se celebró en 1899, trató casi enteramente del deseo de reducir los armamentos o al menos de con- tener su rápido crecimiento. En unas cuantas fra- ses notables, esta nota, que por venir de Rusia sor- prendió a todo el mundo, señalaba el hecho de que la cultura nacional, el progreso económico y la pro- ducción de riqueza se estaban paralizando o des- viando en su desarrollo a causa de los enormes gastos en "terribles máquinas de destrucción, que, aunque hoy se consideren como la última palabra de la ciencia, están destinadas a perder mañana todo su valor a consecuencia de algún nuevo descubrimiento en el mismo campo." Además, continuaba la nota, "en la misma proporción en que crece el armamento de cada Potencia, alcanza menos el objeto intentado I>or los Gobiernos. . . . Parece evidente, pues, que si este estado de cosas se prolonga, conducirá inevi- tablemente al mismo cataclismo que se desea evitar. y a los inminentes horrores de que todo humano pensamiento está temeroso." En esta nota el asimto del arbitraje no se mencionaba concreta- mente, aunque puede razonablemente hacerse notar que el principio del arreglo jurídico de las disputas internacionales estaba latente en la expresión de la esperanza de que una Conferencia tal como la pro- puesta terminaría en un acuerdo entre las naciones para unirlas en *'una solemne profesión de los prín- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 75 dpios de equidad y derecho sobre los que descansa la seguridad de los estados y el bienestar de los pueblos. " Si las naciones han de ponerse de acuerdo sobre una profesión de fe en ciertos principios direc- tivos de equidad y derecho, parece que deben estar dispuestas a establecer ima institución para la apli- cación de estos principios a los casos concretos de diferencia internacional, y tal institución no podía ser otra cosa que lo que el mundo conoce como un tribimal. Una vez que fué obtenida la adhesión de las prin- cipales Potencias a la idea de que una Conferencia como la que proponía el Gobierno ruso debía cele- brarse, el Conde Mouravieff, Ministro de Negocios Extranjeros de Rusia, presentó un programa para la Conferencia que contenía ocho puntos. El último de ellos se refería a la aceptación en principio del uso de los buenos oficios, mediación y arbitraje voluntario, en los casos en que fueran aprovechables, con el propósito de prevenir el conflicto armado entre naciones, juntamente con ima intehgencia res- pecto al modo de aplicarlos, estableciendo una prác- tica imiforme con este fin. Los hechos vinieron a probar que fué este pimto, y no ningimo de los refe- rentes a la reducción de los armamentos, el que ocupó más la atención de la Primera Conferencia de La Haya. No sólo los delegados de la Conferencia, sino la opinión pública de todo el mundo, sintió pronto que, por generosos y humanos que fuesen los motivos del Zar al invitar a una conferencia inter- nacional para tratar de la limitación de los arma- 76 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA mentos, esta cuestión no proporcionaba ni el modo más acertado ni el más práctico de acercarse a la solución del problema de establecer un nuevo orden internacional por medio del cual la paz quedase más asegurada. Se vio y admitió en general que los armamentos son un efecto y no una causa, que son los instrumentos con los que se hace la guerra, pero que ellos no declaran la guerra ni la provocan direc- tamente. Por lo tanto, intentar limitar los arma- mentos, dejando mientras tanto intactas las causas reales de la guerra y los verdaderos incentivos de la desconfianza y hostilidad internacionales, sería co- meter el error de no seguir el orden que la realidad de las cosas exige. Con semejante política no se prevendría la guerra, sino que por el contrario, con toda probabilidad, sería llevada a cabo a costa de un aumento conside- rable en el gasto de vidas y tesoros humanos, a causa de la necesidad de improvisar rápidamente grandes cantidades de medios de lucha militares y navales con los cuales llevar a cabo ima guerra que fué la consecuencia de la desconfianza, de la ambición o de la codicia internacionales. No cabe duda de que la competencia entre naciones en sus progresivos armamentos es im desorden económico y moral que tiene las más graves consecuencias; pero el modo de curar este desorden es atacar a sus causas y no meramente a sus síntomas. Sus causas estriban en la naturaleza humana y en el orgullo y ambición na- cionales. No hay manera práctica de disminuir la probabilidad de guerra internacional y asegurar una LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 77 disminución consiguiente en los armamentos mili- tares y navales, que no sea la que lleve a la opinión pública de las grandes naciones del mundo a apoyar cada vez en mayor grado el principio de que las di- ferencias internacionales pueden y deben ser exami- nadas y decididas jurídicamente. Por estas razones la obra de la Primera Conferen- cia de La Haya no sólo es digna de alabanza, sino que su importancia es tal que hay que considerarla como un jalón en la historia del progreso del mejora- miento de las relaciones internacionales. Los ame- ricanos, los ingleses y los franceses bien pueden estar orgullosos de que al establecer este Tribunal de Jus- ticia Arbitral, que fué el principal resultado perma- nente de la Primera Conferencia de La Haya, los hombres que tomaron la iniciativa y que ejercieron la mayor influencia para llevar el proyecto a un feliz resultado fueron el doctor Andrew D. White y Frederick W. HoUs, presidente y secretario respec- tivamente de la delegación americana; Lord Julian Paimcefote, presidente de la delegación inglesa, y MM. Léon Bourgeois, d'Estoumelles de Constant y Renault, los tres principales representantes de la República Francesa. La carta personal que el Dr. White escribió el 16 de junio de 1899 a von Bülow, Canciller Imperial alemán entonces, será considerada probablemente como uno de los más importantes documentos de la historia diplomática moderna. Esta carta, juntamente con la influencia personal en Alemania del Dr. White y de Mr. Holls, que fué su portador, persuadió al Emperador alemán y al 78 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA Canciller a abandonar su oposición a todo reconoci- miento del principio de arbitraje, obteniéndose así la adhesión de Alemania a la resolución final de la Conferencia. Cuando llegue a establecerse un ver- dadero Tribtmal de Justicia Internacional se verá probablemente que el apoyo de la Alemania oficial y de la opinión pública alemana, en el caso de que lo otorguen, tiene su origen, en gran parte, en la acción tomada por el Emperador alemán y su Can- ciller en 1899, a instancias apremiantes y persuasivas del Dr. White. La Primera Conferencia de La Haya no estableció verdaderamente un tribunal en el sentido en que esta palabra se entiende generalmente, pero significó un gran progreso hacia el establecimiento de seme- jante tribunal y en cuanto a la preparación del espíritu público para otros pasos más avanzados y más definidos. No fué pequeño resultado mantener imidas a las Potencias, como lo estuvieron, en la de- claración de que usarían sus mayores esfuerzos para asegurar el arreglo pacífico de las diferencias inter- nacionales, con objeto de evitar en lo posible recurrir a la fuerza en las relaciones entre los estados. Todas ellas acordaron disposiciones admirables, lo mismo en lo referente a buenos oficios y mediación, que en lo referente a comisiones internacionales de investi- gación. Definieron el arbitraje internacional afir- mando que tiene por objeto *'el arreglo de las dis- putas entre los estados por jueces elegidos por ellos mismos y sobre la base del respeto de la ley.** En seguida se verá cuan lejos quedó todo esto del LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 79 arreglo de las disputas de los estados por jueces inde- pendientemente elegidos y sobre la base no sólo del respeto de la ley sino de la sumisión a ella. El Tribunal de Arbitraje permanente no fué realmente más que una lista de hombres "de reconocida com- petencia en cuestiones de derecho internacional, de la más alta reputación moral y dispuestos a aceptar los deberes de arbitros." Un tribunal como éste, cuya existencia y utilidad dependía totalmente de la concurrencia de los estados desacordes a someter una cuestión al arbitraje y convenir en la elección de los arbitros individuales, no era un verdadero tri- bunal. Sin embargo su importancia no debe ser disminuida, porque este tribimal se ha ocupado de no pocos casos de dificultad no común y ha servido para acostumbrar a la opinión del mundo civilizado al espectáculo de ver a las naciones soberanas some- tiendo a la investigación y juicio de los arbitros dis- putas internacionales que no habían sido resueltas por los medios diplomáticos acostumbrados. Méjico y los Estados Unidos, a instancias del Presidente Roosevelt, sometieron prontamente a este tribimal el pleito de la Fundación Pía de California. Poco después Alemania, la Gran Bretaña e Italia llevaron ante él en el pleito de Preferencia Venezo- lana su controversia con la República de Venezuela sobre ciertas reclamaciones peomiarias de sus sub- ditos. Semejantemente Francia, Alemania y la Gran Bretaña sometieron al Tribunal de La Haya su diferencia con el Japón sobre la cuestión que sur- gió de la jurisdicción extraterritorial que antes de 8o LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 1894 se mantenía respecto a los ciudadanos de na- ciones extranjeras residentes en el Japón. El pleito de Casablanca entre Francia y Alemania y el de Savarkar entre Francia y la Gran Bretaña fueron igualmente considerados y sentenciados. Sin duda el pleito más importante juzgado por este tribunal fué el que la Gran Bretaña y los Estados Unidos, como partes opuestas en una controversia que duró irnos cien años, sostenían acerca de la pesca en las costas del norte del Atlántico. Se verá, pues, que aunque las naciones no hayan establecido todavía un verdadero Tribunal Inter- nacional de Justicia, han avanzado tanto hacia él, que no sería difícil andar la distancia que falta, en vista de la importancia vital que tendría la existen- cia de un tribunal semejante para un orden interna- cional que trate de asegurar una paz duradera. XII LA OBRA DE LA SEGUNDA CONFERENCIA DE LA HAYA — DISTINCIÓN ENTRE UN TRIBUNAL ARBITRAL Y UN TRIBUNAL INTERNACIONAL DE JUSTICIA — PROPOSICIONES PRÁCTICAS PARA EL ESTABLECI- MIENTO DE UN VERDADERO TRIBUNAL — ANALO- GÍA ENTRE UN TRIBUNAL INTERNACIONAL DE JUSTICIA Y EL TRIBUNAL SUPREMO DE LOS ESTA- DOS UNIDOS LA Segunda Conferencia de La Haya que se reu- nió en 1907 hizo un intento vigoroso para añadir un Tribunal Internacional de Justicia al Tribunal permanente de Arbitraje que fué esta- blecido en La Haya por la Conferencia de 1899. Esto fué debido, en gran parte, a la apremiante in- sistencia de la delegación americana. Su acción fué realizada bajo las explícitas instrucciones del Minis- tro Root, y logró mucho más éxito del que general- mente se cree. El punto a que entonces se llegó en cuanto al establecimiento de un tribimal es el punto en el que hay que empezar cuando la guerra haya terminado. En sus instrucciones a los delegados americanos en esta Conferencia, Mr. Root señalaba que la prin- cipal objección al arbitraje estriba, no en la falta de disposición de las naciones a someter sus contro- versias a un arbitraje imparcial, sino en el temor de que los arbitrajes no sean realmente imparciales. 8x 82 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA En otras palabras, Mr. Root instaba a los delegados americanos, y a través de ellos a la Conferencia, a un claro reconocimiento de la distinción entre la acción de los jueces decidiendo cuestiones de hecho y de derecho según su información con un sentido de res- ponsabilidad judicial, y la acción de intermediarios llevando a cabo el arreglo de cuestiones presentadas ante ellos de acuerdo con las tradiciones y costum- bres, y sujetos a todas las consideraciones e influen- cias que afectan a los agentes diplomáticos. La primera es una determinación judicial de una cues- tión debatida; la segunda es im intento de satisfacer a las dos partes contendientes llegando a una especie de compromiso. El Ministro Root aludía al Tri- bimal Supremo de los Estados Unidos, que resuelve con juicio imparcial e impersonal las cuestiones sur- gidas entre ciudadanos de los diferentes Estados o entre ciudadanos extranjeros y ciudadanos de los Estados Unidos, como un tipo de tribunal al que todas las naciones estarían mucho más dispuestas que ahora a someter para decisión sus diversas con- troversias. Dio instrucciones a los delegados ameri- canos de que hicieran xm esfuerzo para llevar a cabo un desenvolvimiento del Tribimal de La Haya exis- tente, de modo que llegase a ser un tribunal perma- nente compuesto de jueces que fueran empleados judiciales y no otra cosa, que cobrasen sueldos ade- cuados, que no tuviesen otra ocupación, y que con- sagrasen todo su tiempo al examen y decisión de las causas internacionales por métodos jurídicos y con un sentido de responsabilidad judicial. Indicó que LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 83 los miembros de semejante tribunal deberían ser ele- gidos de diferentes países, de modo que los dife- rentes sistemas de derecho y de procedimiento y los principales idiomas estuvieran suficientemente repre- sentados. La esperanza expresa del Ministro Root era que este tribunal podía ser constituido con tal dignidad, consideración y rango que los juristas mejores y más capaces aceptarían ser nombrados para él y que todo el mundo tendría absoluta con- fianza en sus juicios. No ha habido mejor definición y descripción que las que el Ministro Root dio de este Tribvmal Inter- nacional de Justicia que es una parte esencial de todo orden internacional que tenga como fin ima paz duradera. Sin embargo, antes de que tal tribunal sea creado, es necesario hacer desaparecer los temo- res y dudas de aquéllos que se preguntan si seme- jante tribunal puede ser realmente imparcial y por lo tanto judicial. Los americanos, con el ejemplo del Tribunal Supremo de los Estados Unidos ante sí, y con esta concepción de una magistratura indepen- diente que aisla a los jueces del dominio ejecutivo o político y que les da autoridad no sólo para resolver las diferencias entre los individuos sino para pro- teger al individuo y sus derechos constitucionales contra la invasión del poder ejecutivo y legislativo mismos, los americanos decimos, tienen por lo tanto poca dificultad en comprender la concepción de un tribunal internacional independiente e imparcial. También ha llegado esto a ser fácil para los habi- tantes de la Gran Bretaña, por el hecho de que en 84 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA dicho país también el Comité Judicial del Consejo Privado, en la última forma de su desarrollo, ha re- suelto graves cuestiones de derecho constitucional e internacional surgidas en diversas partes del Imperio. Entender lo que significa dicho tribunal es mucho más difícil para ciudadanos de países en los cuales la administración de la justicia es realmente una parte del sistema general administrativo y no un cuerpo independiente con autoridad para pasar re- vista a la legalidad de los actos gubernamentales. En los países en que los tribimales no tienen más función que la de decidir las controversias entre in- dividuos, y en aquellas naciones que no han progre- sado hasta el pimto de proteger la libertad civil y política por procedimientos jurídicos, no es fácil obtener adhesión a un proyecto que trata de llevar los actos de un gobierno a la barra de una investiga- ción judicial. Probablemente no hay una manera mejor ni más rápida de hacer entender a los habi- tantes de Austria-Hungría, Alemania y Rusia el pro- pósito y funciones de un tribunal tal como aquí se describe, que establecerlo para que sus propios actos y procesos sean su propia explicación. El proyecto de un Tribunal Internacional de Jus- ticia fué aprobado por la Segimda Conferencia de La Haya, el i6 de octubre de 1907, gracias a los esfuerzos unidos de los delegados de la Gran Bre- taña, Alemania, Francia y los Estados Unidos. Desgraciadamente la Conferencia no pudo ponerse de acuerdo acerca del método de elegir los jueces del tribunal propuesto. El fracaso en el acuerdo en LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 85 este punto vital privó, por el momento, al proyecto de todo efecto práctico. La Conferencia, sin em- bargo, después de haber adoptado el proyecto, llegó hasta el punto de recomendar definidamente que el tribunal fuese establecido tan pronto como las na- ciones pudiesen ponerse de acuerdo acerca del modo de nombrar los jueces. El Gobierno alemán ha declarado oficialmente que está dispuesto a colaborar en el establecimiento de este tribunal, y el Gobierno inglés, el francés y el americano han apoyado la acción de sus representantes en La Haya. Estos hechos significativos no deben ser pasados por alto. Es importante tener presente que la acción de la Segimda Conferencia de La Haya de 1907 no consis- tió meramente en la expresión del deseo de que se estableciese dicho tribunal, sino en una definida re- comendación a las Potencias de que llevaran a cabo su establecimiento. Por lo tanto, a partir de la clausiu'a de la Segunda Conferencia de La Haya, hubiera sido fácil para cualquier grupo de naciones acordar el establecimiento de semejante tribunal para ellas mismas, llegando a una decisión común respecto al modo de nombrar los jueces. Hubo la esperanza de que pudiera crearse im Tribunal de Presas Internacional y que su jurisdicción se ensan- chase gradualmente hasta que abarcase todo el campo propio de un Tribunal Internacional de Jus- ticia. Proporcionaría ahora ima gran satisfacción a los amantes de la justicia del mundo entero el hecho de que los gobiernos de las Potencias Aliadas, sin esperar a la conclusión de la guerra, anunciasen pú- 86 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA blicamente que, como una de las condiciones necesa- rias para una paz duradera, proponían unirse para el pronto establecimiento de un Tribunal Interna- cional de Justicia que fuera sustancialmente como el esbozado y convenido en la Segimda Conferencia de La Haya. Semejante declaración por su parte daría mayor relieve a los principios de libertad, de orden y de justicia por los que están ahora combatiendo en el campo de batalla, y dirigiría el pensamiento de los hombres, al discutirse los términos de la paz, hada aquella justicia que debe sustentar y acompañar a toda paz que haya de ser duradera, alejándole del espíritu de venganza y represalias que no puede hacer otra cosa que incitar a nuevas guerras. Dar un paso como éste no sería difícil, desde el momento en que el Gobierno americano ha estado instando en este sentido a las principales Potencias durante algunos años, y ha indicado además con claridad y precisión cuáles son los pasos que nece- sariamente habría que dar. La obra de la Confe- rencia Naval de Londres de 1908-9 fué im principio en la formulación de algunas partes del derecho que el tribunal propuesto debe interpretar y administrar. La guerra vino, sin embargo, antes de que se hubiera elaborado ñnalmente un convenio respecto a la De- claración de Londres, y hubo que suspender nece- sariamente todo progreso en la labor. Nunca se ha dado una demostración más clara de la verdad de la antigua máxima: *' ínter arma silent leges,** En ima fecha tan tardía como el 1 2 de enero de 1914, Mr. James Brown Scott, que había sido dele- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 87 gado técnico en la Segunda Conferencia de La Haya en calidad de Fiscal del Departamento de Estado, dirigió una carta a Mr. Loudon, Ministro de Nego- cios Extranjeros de Holanda, pidiéndole que tomase la iniciativa para llevar a cabo el establecimiento de un Tribimal de Justicia Arbitral con la cooperación de Holanda, Alemania, los Estados Unidos, Aus- tria-Hungría, Francia, la Gran Bretaña, Italia, el Japón y Rusia. En esta carta, que fué escrita con la aprobación de Mr. Elihu Root y Mr. Robert Bacon, anteriores Ministros de Estado, se indicaba que un tribunal constituido mediante la cooperación de estas naciones tendría todas las ventajas y utili- dades de un verdadero tribunal internacional y pro- bablemente llegaría a ser en muy breve tiempo un tribunal al que todas las naciones recurrirían de muy buen grado. Antes de que pudiera empren- derse ninguna acción, en las nubes de la guerra acu- muladas sobre el mimdo estalló la tormenta. Es probable que el plan ofrecido por Mr. Scott es el más realizable, y por lo tanto el que probable- mente ha de ser aceptado cuando llegue la ocasión. Un Tribunal Internacional de Justicia, establecido por acuerdo de las nueve naciones citadas, tendría todo el prestigio y autoridad necesarios. Si ima na- ción que no formase parte del acuerdo, desease apa- recer ante el tribunal como litigante o estuviera dis- puesta a aceptar ima invitación o citación para pre- sentarse ante él, sería fácil disponer que en tal caso la nación en cuestión pudiese nombrar un asesor para asistir a esta causa particular. Si viniese ante 88 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA el tribunal un asunto en el que estuvieran compli- cadas dos o más naciones que no hubieran tenido parte en el acuerdo para su establecimiento, en- tonces cada una de estas naciones semejantemente podría obtener el derecho de nombrar un asesor que participase en la audiencia de este pleito. No es ni necesario ni deseable entrar aquí en más detalles en cuanto a la constitución y alcance de este tribunal. Estas materias están tratadas del modo más com- pleto y según todos los puntos de vista en las actas, publicadas, de la Segunda Conferencia de La Haya y en posteriores publicaciones que se ocupan concre- tamente de esta cuestión. Debe disculparse a los americanos si siguen in- sistiendo sobre la ventaja de estudiar la historia y la práctica del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, con objeto de contestar a las objecciones y suavizar las dificultades que surjan en el espíritu de muchos pensadores de otros países respecto a la posibilidad de llevar a la práctica im Tribunal Inter- nacional de Justicia. Es dudoso que surja ante este tribunal alguna cuestión estrictamente legal en cuanto a los derechos de las naciones y sus ciudada- nos, que no se haya ya presentado en una u otra forma ante el Tribunal Supremo de los Estados Uni- dos como cuestión tocante a los derechos de los Estados y sus ciudadanos. Por ejemplo, hace casi ochenta años, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos se vio llamado a distinguir entre una cues- tión judicial y ima cuestión política; así la hizo en- tonces y lo ha hecho frecuentemente después sin LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 89 seria dificultad. Una cuestión que se refiere a la contextura y carácter de un gobierno es esencial- mente política y por lo tanto no es una cuestión jus- ticiable en su naturaleza y que pueda ser llevada ante un tribunal. Se necesitaría desde luego que un Tri- bunal Internacional de Justicia construyese gradual- mente, por ima serie de resoluciones, un cuerpo de precedentes que por decirlo así formase un derecho común internacional. El punto de partida sería el derecho internacional actual, los tratados existentes y la forma de convenio mediante la cual el tribunal mismo sería creado. Habría que esperar que este tribunal decidiría por sí mismo en caso de duda si ima cuestión dada era o no justiciable. El Tribimal Internacional de Justicia apenas podría variar la práctica del Tribunal Supremo de los Estados Uni- dos en no intentar exigir la presencia de ningún go- bierno en calidad de defensor y en no intentar tam- poco ejecutar por fuerza su fallo contra la demanda de algún gobierno. Si la publicidad que alcancen los actos de semejante tribimal, y la equidad con- vincente e intrínseca de sus fallos, y im cuerpo de opinión pública internacional que se ha ocupado en el arreglo judicial de las disputas internacionales, no pueden asegurar el que se lleven a efecto los juicios de un Tribunal Internacional de Justicia, es entonces que el mimdo no está preparado para tm tribunal semejante. Establecerlo en tales circunstancias se- ría meramente proporcionar otra oportimidad de agrandar y agudizar los puntos de diferencia inter- nacional de tal modo que probablemente la probabili- 90 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA dad de guerra aumentaría. Hubo un tiempo en que Andrew Jackson, a impulsos de partido y de senti- miento personal pudo decir: "John Marshall ha hecho su decisión; ahora, que la ejecute." Sin em- bargo, los juicios del Tribunal Supremo de los Esta- dos Unidos no sólo son obedecidos sino respetados. Esto se debe, no sólo a la confianza en su equidad que ha sido adquirida por un siglo de tradición, sino al hecho de que la opinión pública americana no quiere tolerar ningún otro procedimiento. Hay muchas razones para creer que im procedimiento de acción judicial que se ha demostrado ser práctico, sabio y beneficioso dentro de los Estados Unidos, se demostrará también, con el tiempo, que lo es al apli- carse entre naciones. Lo importante es empezar. Esto los Aliados son quienes se encuentran en con- diciones de hacerlo. XIII MANERA DE PROCEDER SUGERIDA PARA DESPUÉS DE LA GUERRA — TRABAJO PARA UNA TERCERA CON- FERENCIA DE LA HAYA — CUATRO PROPOSICIONES CONCRETAS PARA LA ACCIÓN 1\ manera natural de obrar por lo que se re- fiere a las varias Potencias a la conclusión de la guerra, sería llegar, en una conferencia in- ternacional, a un acuerdo sobre una ratificación de la convención para el arreglo pacífico de las dis- putas internacionales, tal como se formuló en la Segimda Conferencia de La Haya, y sobre el esta- blecimiento de im Tribimal Internacional de Justicia en una forma semejante a la que ha sido ya esbo- zada. En ambos casos sería posible simplificar y mejorar los proyectos que previamente habían sido acordados. Esta misma guerra ha hecho no sólo posible sino fácil im avance considerable más allá de los puntos adonde se había llegado entonces. La opinión púbHca comprende más claramente que entonces lo que entrañan estos arreglos, y cuan de- seables son. Por ejemplo, si las comisiones interna- cionales de investigación han de ser realmente útiles, deberá hacerse desaparecer la limitación impuesta sobre ellas en lo que se refiere a las disputas de na- turaleza internacional que se refieran o al honor o a im interés esencial. Las disputas internacionales en 91 92 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA que no se pueda encontrar un punto que toque al honor o a un interés esencial son de una clase bien ínfima. Al mismo tiempo es de primera importancia no hacer promesas que no puedan ser cumplidas por las naciones contratantes. Por lo tanto, sólo debe intentarse aquello en que el pueblo de las diversas naciones que entren en el convenio, preste su adhe- sión a la constitución y autoridad de las Comisiones Internacionales de Investigación. Empeñarse en hacer más que esto, es mantener ima esperanza que seguramente más tarde vendrá a tierra. Intentar im orden internacional oficial más avanzado que aquél para el que el mimdo está preparado, podría resultar muy bien que retrasase este orden interna- cional durante una generación y quizá durante un siglo. La guerra ha preparado al mundo para muchas cosas que no hubieran sido aceptadas hace tres años. Ha de ser tarea del hombre de estado averiguar lo que la opinión pública instruida quiere ahora apoyar, y fijar esto en instituciones interna- cionales. Toda conferencia internacional reunida para fijar las condiciones de una paz duradera incluirá desde luego a los Estados Unidos. Los Estados Unidos tienen una participación en esta guerra, aunque in- voluntaria y neutral. Las condiciones modernas han producido el hecho de que una nación pueda perma- necer neutral y sin embargo esté complicada, tanto directa como indirectamente, económicamente y en punto a principios, en ima guerra que estalla en LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 93 otro continente. Además ésta no es una guerra ordinaria. Es, como se ha dicho tantas veces, un choque de ideales, de filosofías y de fines sociales y políticos. Por esto es por lo que se debe luchar hasta que los principios en litigio sean o puedan ser establecidos y por lo que no se puede acabar por medio de \m compromiso. El hombre que no pueda colocarse de un lado o de otro en este conflicto debe ser, o tan torpe de inteligencia que no sea capaz de comprender las mayores cosas del mundo, o tan pro- fundamente inmoral que no le preocupe lo que llegue a ser de la raza humana, de su libertad y de sus progresos. Para precaverse contra la repetición de un conflicto semejante, los representantes de los estados neutrales serán citados indudablemente a la misma reunión jimtamente con los representantes de las Potencias beligerantes. Diuante trescientos años ha habido ante el mundo admirables y previsores planes para obtener un orden internacional pacífico. M . Emeric Crucé cons- truyó, en ima época tan temprana como 1623, su plan, que incluía la libertad de comercio a través de todo el mundo. Después de la Paz de Utrecht, el abad de Saint Pierre desarrolló su plan, que incluía mediación, arbitraje y una interesante adición al efecto de que todo soberano que hiciese armas antes de que la tmión de las naciones hubiese declarado la guerra o que rehusase ejecutar una ordenación de la unión o im juicio del Senado, sería declarado enemigo de la sociedad europea. La imión entonces le haría guerra hasta que fuese desarmado o hasta 94 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA que fuese ejecutado el juicio o la ordenación. Unos veinte años antes, William Penn había dado a luz su original y realmente extraordinario plan para la paz de Europa, en el cual además proponía proceder por la fuerza militar contra todo soberano que rehusase someter sus reclamaciones a un tribunal o parla- mento de Europa o que rehusase obedecer y cumplir algún juicio de semejante corporación. Todos estos planes, como los de Rousseau, Bentham y Kant, que vinieron después, así como el ensayo de im Congreso de Naciones, tan elaborado y cuidadosamente pen- sado, que William Ladd hizo y publicó en 1840, todos ellos vinieron al mundo demasiado pronto. Fueron los nobles y elevados sueños de videntes, que los hombres civilizados han tardado tres siglos o más en empezar a realizar. De la conferencia internacional que seguirá a la guerra debe saUr y sin duda saldrá una imión de los estados para asegurar la paz. Es evidente que Mr. Asquith hace mucho tiempo que tiene esta idea en la mente. Hablando en Dublin el 25 de septiembre de 1 9 14, cuando la guerra estaba empezando y las esperanzas de Alemania eran grandes y confiadas, Mr. Asquith, discutiendo las causas y la significa- ción de la guerra, dijo: ** Significa, finalmente, o de- bería significar, la sustitución, por tm proceso quizá lento y gradual, de la fuerza, del choque de ambi- ciones en competencia, de agrupaciones y alianz^is y un equilibrio inseguro, — ^la sustitución de todas estas cosas por una verdadera asociación europea basada en el reconocimiento de iguales derechos y LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 95 establecida y cumplida por una voluntad común. Hace un año esto hubiera sonado como una idea utópica. Probablemente no podrá ser realizada ni hoy ni mañana. Si esta guerra se decide a favor de los Aliados, entrará entonces bajo el alcance, y no tardando mucho, bajo la posesión de la política europea." Los sucesos están apresurando la reali- zación de la esperanza de Mr. Asquith. El 9 del pasado noviembre el Canciller von Bethmann-Holl- weg dijo ante la comisión principal del Reichstag: "Alemania está dispuesta en todo momento a unirse a una liga de naciones — sí, hasta a colocarse a la cabeza de tal liga — para contener a los perturbadores de la paz." Anteriormente, el 27 de mayo de 19 16, el Presidente Wilson, hablando en Washington, había empleado estas palabras: "Sólo cuando las grandes naciones del mimdo hayan llegado a una especie de acuerdo en cuanto a lo que ellas consi- deran ser fimdamental para su interés común y en cuanto a algún modo factible de actuar de acuerdo cuando alguna nación o grupo de naciones trate de perturbar aquellas cosas fimdamentales, podremos estar seguros de que la civilización está al menos en camino de justificar su existencia y pretendiendo ser finalmente establecida." Expresiones semejantes, aunque no tan explícitas, han salido de los políticos responsables y de los directores de la opinión en otros países. Parecería que el mimdo a la termi- nación de esta guerra tendrá en su mano la posibili- dad de realizar al punto una imión de naciones para establecer un Tribimal Internacional de Justicia que 96 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA juzgue las causas justiciables, Comisiones Interna- cionales de Investigación que faciliten la solución de los conflictos no justiciables por medio de una im- parcial y concienzuda investigación de los hechos y por su publicidad, y así, en general, asegurar la paz del mundo. Lo mejor sería que las Potencias Aliadas, después de que acordasen las condiciones de arreglo del pre- sente conflicto, invitasen ellas mismas a la reunión de tal conferencia en La Haya y continuasen allí construyendo sobre los cimientos colocados en 1899 y 1907. Es natural esperar que los Aliados tomen la iniciativa de convocar esta conferencia, porque un paso como éste estaría de completo acuerdo con las declaraciones insistentes y repetidas de sus gobier- nos. La poderosa participación de Francia ayu- daría a realizar, hasta donde es ahora posible, la prof ética declaración de Michelet: *'En el siglo XX Francia declarará la paz al mundo." Si los Aliados por cualquiera razón se sintieran re- acios a convocar semejante conferencia, ya se ha facilitado el que el Presidente de los Estados Unidos pueda hacerlo. El Congreso de los Estados Unidos de 1916, al decretar la ley de Presupuesto Naval para el corriente año incluyó la siguiente disposición, que ahora es ley del país : Se declara aquí que la política de los Estados Unidos con- sbte en ajustar y arreglar las disputas intemadonales por mediación o arbitraje con objeto de que se pueda evitar ho- norablemente la guerra. Mira con temor y desagrado un aumento general de armamentos en todo el mundo; pero LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 07 comprende que ninguna nación puede ir por sí soia ai de- sarme y que sin un acuerdo común sobre este punto toda potencia importante debe mantener una posición correspon- diente en fuerza militar. En vista de las premisas, el Presidente queda autorizado y requerido a invitar en tiempo oportuno, lo más tarde al fin de la guerra europea, a todos los grandes gobiernos del mundo, a que envíen representantes a una conferencia que tendrá el deber de formular un proyecto de tribunal de arbi- traje o de otra especie al cual sean sometidas las cuestiones entre naciones para resolución y arreglo [>acíñcos, y con- siderar la cuestión del desarme, y someter su recomendación a la aprobación de sus respectivos gobiernos. El Presidente queda autorizado para nombrar nueve ciudadanos de los Estados Unidos, que, a su juicio, estén calificados para esta misión por su eminencia jurídica y su devoción a la causa de la paz, para que sean los representantes de los Estados Unidos en dicha conferencia. El Presidente fijará la com- pensación de dichos representantes, y de los secretarios y demás empleados que necesiten. Un presupuesto de dos- cientos mil dólares, o lo que de dicha cantidad sea necesario, queda aprobado y puesto a la disposición del Presidente para que lleve a efecto las disposiciones de este párrafo. Puede suponerse, por lo tanto, que, o convocada por los gobiernos de las Potencias Aliadas o por el Presidente de los Estados Unidos, dicha Tercera Conferencia de La Haya se celebrará tan pronto como sea posible después de la conclusión de las hos- tilidades. Tal conferencia será ciertamente el pri- mer paso para llegar a una imión de estados que asegure la paz del mundo. Los delegados de los Estados Unidos apoyarán con todas sus fuerzas, no sólo (i) el establecimiento del Tribimal Internacional de Justicia y (2) las Comisiones Internacionales de 98 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA Investigación, ya citados y descritos, sino (3) la prudente resolución de que la asamblea se reúna de un modo fijo y automático, por ejemplo, cada cua- tro años, y (4) la adopción, en sustancia y hasta donde sea posible en la forma, de la declaración en cuanto a los fundamentales derechos y deberes de las naciones que ha sido extensamente expuesta en estas discusiones. El resultado de la última de las acciones citadas sería proporcionar al Tribunal In- ternacional de Justicia una declaración definida y concreta de los principios fimdamentales que habían de ser aplicados e interpretados en los varios casos que se presentasen ante él para ser juzgados. En todo esto los Estados Unidos están en libertad de participar plenamente sin apartarse de su política tradicional y sin sacrificar ninguno de sus intereses propios. Los Estados Unidos están viva y directa- mente interesados en la construcción de un derecho internacional y el establecimiento de im orden inter- nacional para el mundo entero. Un punto de la mayor dificultad se presenta, sin embargo, cuando nos ponemos a considerar el efectivo ciunplimiento del derecho internacional, y la ejecución de cualquier orden internacional que se establezca, y la relación que con ello han de tener los Estados Unidos. Al firmar el convenio para el arreglo pacífico de las disputas internacionales acordado en la Conferencia de La Haya de 1899, la delegación de los Estados Unidos hizo la siguiente declaración oficial : Nada de lo contenido en este convenio será interpretado de modo que obligue a los Estados Unidos de América a LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 99 separarle de su política tradidonai de no introducirse, mez- clarse ni complicarse en las cuestioDes políticas o en la gobernación o administración internas de ningún estado ex- tranjero; ni nada de lo contenido en|dicho convenio será in- terpretado de modo que implique un abandono por los Esta- dos Unidos de América de su actitud tradicional hacia las cuestiones puramente americanas. Esta reserva fué explícitamente renovada por los delegados americanos en la Conferencia de La Haya de 1907. Para hablar llanamente, esta declaración significa que, aunque haya im derecho internacional y pueda haber un orden internacional en cuya de- claración y establecimiento los Estados Unidos par- ticipen, hay sin embargo dos áreas de jurisdicción separadas y distintas para el cumplimiento del dere- cho internacional y para la administración del orden internacional. El área de una de estas jiuisdicciones es Eiu-opa y aquellas partes de Asia y Africa que dependen inmediatamente de ella; el área de la segimda de estas jiuisdicciones es América. XIV CUMPLIMIENTO DEL DERECHO INTERNACIONAL Y AD- MINISTRACIÓN DE UN NUEVO ORDEN INTERNA- CIONAL CRÍTICA DEL USO DE LA FUERZA PARA OBLIGAR A QUE TODA CUESTIÓN INTERNACIONAL SEA SOMETIDA A UN TRIBUNAL JUDICIAL O CON- SEJO DE CONCILIACIÓN ANTES DE QUE EMPIECEN LAS HOSTILIDADES — DIFICULTAD DE QUE LOS ESTADOS UNIDOS HAGAN UN ACUERDO CON ESTB FIN — VERDADERA GARANTÍA INTERNACIONAL DE SEGURIDAD NACIONAL TENIENDO presente la reserva hecha por los delegados de los Estados Unidos en las dos Conferencias de La Haya ¿ cuáles van a ser probablemente los métodos que se adopten para el cimiplimiento del derecho internacional y para la administración de un orden internacional en cuyo establecimiento los Estados Unidos participen, y qué relaciones van a tener probablemente los Esta- dos Unidos con todo esto ? ¿ Cuál es la sanción de derecho internacional posible y deseable para los fallos de un Tribunal Internacional de Justicia ? Será conveniente discutir primero la última de estas dos cuestiones. Puede suponerse quizá que lo que Maszini des- cribe en alguna parte como la filosofía de Caín no encontrará partidarios en el mundo. En un amplio sentido al menos, las naciones del mundo cuidan de las otras como hermanas. Aquellos principios e lOO I LA BASE DE UNA PAZ DURADERA loi ideales políticos y aquellas condiciones de felicidad y progreso humanos que no están limitados por las fronteras nacionales ni están confinados por barre- ras de raza, de religión o de lenguaje, son cosas que no son indiferentes para nadie. Son el interés co- mún y la preocupación colectiva de todos. La ana- logía entre los individuos y los gobiernos, y la que hay entre los estados como miembros de un sistema federal y las naciones como colaboradoras por igual en im orden internacional, es luminosa y útil, pero no debe ser llevada demasiado lejos. Un individuo es un solo ser humano responsable la responsabilidad de cuyas acciones cae sobre su propia cabeza. Una nación es ima gran comunidad de individuos, que tienen opiniones personales e intereses distintos, y que pueden o no dar su conformidad y apoyo a una acción determinada de su gobierno, y que por lo tanto no pueden ser considerados como personal- mente responsables de la política gubernamental sin injusticia e innecesario daño. Es pequeña recom- pensa de las malas acciones de un gobierno matar hombres, mujeres y niños inocentes, subditos de aquel gobierno, y destruir su propiedad. Hay ob- jecciones muy serias contra el uso de la fuerza cuando se ha de emplear entre naciones, objecciones que no tienen nada que ver con las ensefianzas pacifistas ni con la doctrina de la no resistencia, sino que stirgen de la naturaleza misma de los hechos. Hasta ahora no se ha sugerido por nadie, con autori- dad para ello, la idea de crear un cierto cargo ejecu- tivo con el propósito de hacer cimiplir los fallos de I02 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA un Tribunal Internacional de Justicia. Todo el mundo ha propuesto que se deje esto a la opinión pública internacional. Hay, sin embargo, propo- siciones muy apoyadas de que, en el caso de que al- gima nación perteneciente al orden internacional propuesto pronunciase im ultimatum o amenazase con guerra antes de someter la cuestión surgida a un tribunal judicial internacional o un consejo de conciliación, las demás Potencias deben proceder contra ella: primero, por medio del uso de su fuerza económica, y segundo, por el uso conjunto de sus fuerzas militares si la nación en cuestión procede de hecho a hacer guerra o invade el territorio de otra nación. Un plan de esta especie tiene una base segura sólo en el reconocimiento del hecho indubitado de que la fuerza de cualquiera especie es la última san- ción en todos los asuntos humanos. Si por el con- trario dicho plan se propone hacer ima aplicación práctica de este principio de la manera que se ha dicho, el caso no es tan claro. No es improbable, por ejemplo, que la adopción de semejante táctica obligaría a que toda guerra, de cualquier carácter que fuese, se convertiría en ima guerra tmiversal. Si se replica que las fuerzas unidas de las demás Po- tencias serían tan abrumadoras que ninguna Poten- cia se aventuraría a desafiarlas, todo el que recuerde la historia política y militar de Europa debe sin embargo permitirse dudar de ello. Dejando aparte otros aspectos, no es siempre fácil determinar de modo que satisfaga a todo el mtmdo cuál de las di- LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 103 versas partes de un convenio es el primer agresor, permitiendo que se llegase a las terribles consecuen- cias que se seguirían de tratar como un acto de agre- sión por parte de ima nación dada lo que esta nación consideraba como un acto de defensa propia, provo- cando así una guerra universal a causa de la aplica- ción del principio en cuestión. Si nos tomásemos la pena de examinar con cuidado las comunicaciones oficiales cruzadas entre los diversos gobiernos euro- peos entre el 23 de julio y el 4 de agosto de 19 14, veríamos claramente cuanto esfuerzo puso cada gobierno en quitar la razón a los otros. La opinión pública universal, que ha tenido tiempo de exami- nar detenidamente los hechos, ha formado su opinión sobre este pimto en lo que se refiere a la presente guerra. Pero ¿hubiera sido hacedero o al menos posible que un concierto de naciones hubiera mobili- zado sus fuerzas militares contra Austria-Hungría o Rusia o Alemania en los primeros días de agosto de 1914, estando completamente seguro de su funda- mento para hacerlo ? Si se dijera que en presencia de un convenio entre las naciones como el sugerido no se habrían cometido actos de agresión tales como los que octurieron en los últimos días de julio y en los primeros de agosto de 19 14, la contestación segiu*a es que esta suposición es muy amplia y muy peli- grosa. Puede citarse un ejemplo aun más interesante. El 20 de abril de 19 14, el Presidente de los Estados Unidos, en im discurso oficial dirigido al Congreso, dio cuenta de ciertas drcimstancias que habían ocu- I04 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA nido en Tampico, Méjico, el 9 de abril y los días sucesivos. Habiendo expuesto los hechos referentes a estos incidentes, el Presidente continuó: "Yo por lo tanto vengo a pedir vuestra aprobación para hacer uso de las fuerzas militares de los Estados Unidos en el modo y en el grado que sea necesario para ob- tener del general Huerta y sus secuaces el recono- cimiento más completo de los derechos y dignidad de los Estados Unidos." Dos días después, el Con- greso aprobó una resolución declarando que el Presi- dente estaba justificado en el empleo de la fuerza armada de los Estados Unidos para exigir su peti- ción de reparación inequívoca de ciertas afrentas e indignidades cometidas contra los Estados Unidos, y al mismo tiempo negando por parte de los Estados Unidos toda hostilidad al pueblo mejicano y todo propósito de llegar a una guerra con Méjico. Pero sucedió que entre el día en que el Presidente dirigió su discurso al Congreso y el de la aprobación de la resolución, es decir el 21 de abril, el almirante que mandaba la escuadra americana que estaba frente a Vera Cruz, obrando según órdenes recibidas, des- embarcó una fuerza de marina en dicho lugar y se apoderó de la casa de aduanas. En estas opera- ciones resultaron diez y nueve marinos americanos muertos y setenta heridos, según los informes ofi- ciales, mientras que, según los mismos informes, las pérdidas mejicanas consistieron en ciento veintiséis muertos y ciento noventa y cinco heridos. Es difícil poner en duda que éste fué legalmente un acto de guerra. LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 105 Cuando ocurrieron estos incidentes existía un tra- tado entre los Estados Unidos y Méjico, que deter- minaba explícitamente que todo desacuerdo que surgiese entre los gobiernos de las dos Repúblicas de- bería en lo posible ser resuelto de tal manera que se mantuviese el estado de paz y amistad existente cuando se hizo el tratado, y que si los dos Gobiernos no pudieran llegar a un acuerdo no recurrirían a re- presalias, agresión u hostilidad de ninguna especie hasta que el Gobierno que se considerase ofendido hubiera pensado maduramente, con el deseo de paz y buena amistad, si no sería mejor que tal diferencia fuera resuelta por el arbitraje de representantes nombrados por cada una de las partes y por la de una nación amiga. Esta disposición, contenida en el Tratado de Guadalupe Hidalgo, promulgado el 4 de julio de 1848, fué explícitamente ratificada en el Tratado de Gadsden, promulgado el 30 de junio de 1854. Ante estos hechos, aquellos que desean el empleo de la fuerza para obligar a una potencia a someter sus disputas internacionales a un tribunal judicial o a un consejo de conciliación antes de hacer o amenazar la guerra, ¿ pretenderían que si tal acuerdo hubiera existido en abril de 1914 los ejércitos y escua- dras unidos de la Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, Italia y el Japón deberían haber atacado a los Estados Unidos ? Si tal acción se hubiera reali- zado ¿ hubiera producido probablemente paz inter- nacional o por el contrario hubiera ocasionado ima guerra internacional prolongada y destructora? lo6 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA Y si se dijera que con tal acuerdo en vigor el Go- bierno de los Estados Unidos no habría llevado a cabo dicha acción, la contestación sería que tal suposición es, por no decir más, excesivamente dudosa. Los que se ocupan de las relaciones internaciona- les y no quieren ser llevados a error por fórmulas y meras generalizaciones, encontrarían muchas razones para negar su asentimiento a cualquier proyecto que en las circunstancias antedichas hubiera exigido que las varias Potencias de Europa, con todas las cuales los Estados Unidos estaban en relaciones amistosas, hiciesen conjuntamente la guerra al pueblo ameri- cano. Es difícil admitir que un acontecimiento tal o su posibilidad tengan cabida en un proyecto cuya finalidad es asegurar una paz duradera. Como cuestión de hecho, la única sanción prác- tica del derecho internacional es la opinión pública del mundo civilizado. Aim ahora las naciones no desean incurrir en la condenación de otros pueblos. Semejante condenación conduce a la enemistad, y la enemistad conduce al aislamiento económico e intelectual, que por nadie son deseados y por todos temidos. Los gobiernos más fuertes son los que sin excepción responden más rápidamente al juicio de la opinión pública internacional. Es deplorable en alto grado que el Gobierno alemán se sintiese bas- tante fuerte para desafiar la opinión pública del mundo respecto a su relación con el origen de la pre- sente guerra y su conducta en ella; pero al obrar así se apartó de los preceptos y la práctica de Bismarck. LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 107 Este deseó siempre que antes de empezar una guerra se dieran los pasos conducentes a predisponer la opinión de las demás naciones a favor de sus planes y sus actos. Este decoroso respeto a la opinión de la humanidad, sobre el que descansa el primer acto público del Mundo Occidental, es todavía una fuerza activa y poderosa entre los hombres y las naciones. Es posible que esta misma sanción sea más eficaz, para lograr la obediencia aun de la ley municipal, que los castigos establecidos en los diversos regla- mentos. Muchos hombres que no temerían la pe- nalidad legal de una mala acción, dejan de cometerla por temor al terrible castigo que implica la pérdida del respeto y confianza de sus convecinos. En lo que toca a los Estados Unidos, parece que habría un obstáculo para que se adhiriesen al con- venio de hacer guerra a tma nación reacia que in- sistiera en empezar las hostilidades antes de so- meter ima disputa al arbitraje. No hay un acto de soberanía más elevado ni más solemne que la decla- ración de guerra. La Constitución de los Estados Unidos ha puesto esta atribución en el Congreso. Si los Estados Unidos entrasen en im convenio in- ternacional de contribuir con sus fuerzas militares y navales a una guerra conjunta contra alguna otra nación no nombrada, en un momento no fijado y en circunstancias descritas sólo de un modo general, entonces — dejando a un lado todas las cuestiones de constitucionalidad — se habría delegado el poder de ejercitar este acto solemne de soberanía. Después de im número de años mayor o menor el pueblo de lo8 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA los Estados Unidos podía despertar una mañana en- contrándose en guerra con Rusia o con Grecia o con España o con la República Argentina, a causa de algún acontecimiento del cual los americanos su- pieran poco o nada y al cual no considerasen como motivo para ser llevados a la guerra. No hay mucha probabilidad de que un acuerdo como éste en tales circunstancias fuera mantenido. Por lo tanto no se debe entrar en él. En relación con esto es digno de ser recordado el hecho de que cuando, el i8 de marzo de 19 13, el Presidente Wilson anunció que los Estados Unidos no estaban dispuestos a participar en el empréstito chino llamado de las seis Potencias, dio como razón el hecho de que la responsabilidad que implicaba la participación en el empréstito podía llegar en alguna contingencia desfavorable a producir la intervención forzosa de los Estados Unidos en los asimtos finan- cieros y aun políticos de China. La garantía internacional de seguridad nacional que las naciones, especialmente las de Europa, están buscando, se obtendría mediante el establecimiento de las instituciones y la declaración de los principios que han sido ya expuestos y descritos por nosotros. El apoyo y la sanción de estas instituciones y sus garantías sería la opinión pública del mundo. Por ésta se entiende, no la opinión de los gobiernos sola- mente, sino la opinión instruida e ilustrada de las gentes que deben fidelidad a estos gobiernos. Las varias naciones no llegarían al desarme, pero podrían empezar a limitar sus armamentos de acuerdo con LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 109 las condiciones de un convenio mutuo. La humani- dad miraría entonces hacia un futuro más feliz y más pacífico, pero no se habría llegado por esto ni a la Utopia ni al milenio. i XV PARTICIPACIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS EN EL CUM- PLIMIENTO DEL DERECHO INTERNACIONAL Y EN LA ADMINISTRACIÓN DE UN NUEVO ORDEN IN- TERNACIONAL— LA DOCTRINA DE MONROE — DOS ESFERAS DE ACCIÓN ADMINISTRATIVA, UNA EU- ROPEA Y OTRA AMERICANA — PREPARACIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS PARA LA PARTICIPACIÓN INTERNACIONAL — POLÍTICA NACIONAL Y SERVICIO NACIONAL I A relación de los Estados Unidos con los mé- todos que se adopten para el cumplimiento del derecho internacional y para la administra- ción de im orden internacional es una cuestión de la mayor importancia no sólo para los Estados Unidos mismos sino para Europa también. Dado que cuando se haya establecido un orden internacional con la cooperación de los Estados Unidos, la respon- sabilidad de la administración de este orden interna- cional en Europa y en aquellas partes de Asia y Africa que dependen políticamente de ella es asimto en el que los Estados Unidos no están directamente interesados, es importante entender este hecho y sus consecuencias. Ahora es cuando nos encontramos frente a frente de la política tradicional de los Estados Unidos, basada según se ha creído siempre en la obediencia del precepto del Discurso de Despedida de Wáshing- IIO I LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 1 1 1 ton, y en las declaraciones y principios que tomados en conjunto constituyen lo que se llama la Doctrina de Monroe. Esto es lo que los delegados america- nos en las dos Conferencias de La Haya tenían en su pensamiento cuando hicieron la declaración oficial de reserva que ha sido antes citada. Como cuestión de pura teoría puede argüirse fácil- mente que, mirando a la paz y comedimiento del mundo en el porvenir, no hay razón para que los Estados Unidos no se tman en iguales condiciones con las naciones de Europa para aceptar deberes y responsabilidades internacionales en todas partes del mundo. Por el contrario, consideradas teórica- mente, podrían aducirse muchas razones de que la iniciación de semejante política por los Estados Uni- dos sería sana y juiciosa. Independientemente de lo que sea posible dentro de un siglo, parece del todo evidente que, como cuestión práctica, el pueblo de los Estados Unidos no podría ser inducido ahora a tomar esta dirección innovadora y revolucionaria. Su forma de gobierno no se adapta bien a ima posi- ble acción de esta especie y sus hábitos de pensa- miento harían probablemente imposible toda cons- tante y persistente cooperación de esta clase, al menos por ahora y por algún tiempo después. Es desde luego cierto que los hechos concretos en que Washington pensaba cuando escribió su Dis- curso de Despedida, y Monroe cuando envió al Con- greso su mensaje de 2 de diciembre de 1823, han cambiado hace mucho tiempo. Ya no existe im sistema europeo de gobierno que pueda ser extendido 112 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA a este o a otro continente. La difusión de las ideas y principios democráticos ha alcanzado y puesto bajo su dominio a la mayor parte de las naciones europeas, y el amor a la libertad es tan fuerte en aquellas naciones como en los Estados Unidos. El tiempo está de parte de la democracia. Aquellas naciones que todavía mantienen obstáculos contra ella en sus formas de gobierno, tienen que darle paso, de mejor o peor grado, más tarde o más temprano. La distancia que separa a Europa de América no es debida ya a la diferencia entre sus respectivas filoso- fías políticas; porque éstas se han desarrollado cons- tantemente de completo acuerdo. No es debida ya tampoco al ancho y tempestuoso mar cruzado con dificultad y peligro; porque el vapory la electricidad imidos hacen casi inapreciable esta distancia. La verdadera distancia es la entrañada por la distin- ción entre los nombres de Viejo Mundo y Nuevo Mundo. Esta diferencia, que tiene desde luego sus raíces en la historia, puede ser en gran parte senti- mental, pero no por eso es menos real y potente. Es precisamente en esta distinción en la que están basados los consejos de Washington. Sería tonto considerar estos consejos como preceptos que nunca se podrían modificar o abandonar, a pesar de los cambios que pudiese haber en las condiciones del mundo, y sería inexacto ver en ellas ima significa- ción rígida y estrecha que no tienen necesariamente ; y sin embargo sigue siendo verdad que el progreso del pueblo americano se logrará probablemente si- guiendo estos consejos y modificándolos en el sentido LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 113 a que inviten y obliguen las ciromstandas, mejor que abandonándolos enteramente en im esfuerzo para lanzarse por senderos nuevos y hasta entonces nunca ensayados. La Doctrina de Monroe es ima política nacional que ha llegado a ser ampliamente reconocida y en gran parte aceptada por las naciones europeas. No forma parte del derecho internacional, pero podría fácilmente llegar a formarla, al crearse im orden in- ternacional en cuya administración la responsabili- dad se dividiese en dos esferas, europea la vma y americana la otra. Antes de enviar el mensaje en el que se expuso la Doctrina de Monroe, éste con- sultó a Jefferson y recibió de él ima carta conocida de todos en la cual hay este notable pasaje: "La cuestión planteada en las cartas que usted me ha enviado es la más importante que se ha presentado nunca a mi consideración desde la independencia. Esta nos convirtió en una nación, aquélla nos da la dirección y nos señala el nunbo que debemos seguir en el porvenir que se abre ante nosotros. ... La máxima primera y fundamental que debemos tener es no mezclamos nunca en las contiendas de Europa ; la segunda, no tolerar nunca que Europa se entre- meta en los asuntos del lado de acá del Atlántico.** Poco después Daniel Webster, que representaba el polo opuesto del pensamiento político, hablando en el Congreso de los Diputados dijo e^tas palabras acerca de la Doctrina de Monroe : * * Yo no haré nada para hacerla desaparecer o desarraigarla, ni por nin- gún acto mío será debilitada o oscurecida. Es ima k 114 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA doctrina que dio honor a la sagacidad del Gobierno y yo no he de disminuir este honor." Dos genera- ciones después en su mensaje al Congreso de 17 da diciembre de 1895, el Presidente Cleveland habló de la Doctrina de Monroe en el sentido de que había sido pensada para aplicarse en todas las épocas de nuestra vida nacional y durar mientras dure nuestra república. Mientras que los documentos oficiales den a la Doctrina de Monroe ima declaración y significación más o menos precisas, en el espíritu colectivo del pueblo significa más bien un punto de vista y un principio general directivo de la política interna- cional. Aun en el caso de que fuese deseable inten- tar cambiar este pimto de vista nacional y alterar este principio directivo de la política, sería comple- tamente imposible hacerlo. La Doctrina de Mon- roe debe ser aceptada como un hecho elemental al intentar llegar a cualquier conclusión práctica res- pecto a la participación de los Estados Unidos en la administración de tm nuevo orden internacional. En lo que toca al territorio y jurisdicción europeos el nuevo orden internacional tendrá que ser adminis- trado por las naciones europeas mismas. En lo que toca al territorio y jurisdicción americanos, el nuevo orden internacional tendrá que ser adminis- trado por los Estados Unidos en amistoso acuerdo con las otras repúblicas americanas. El establecimiento oficial de estas dos jurisdic- ciones distintas no ha de debilitar en nada la posi- ción o la influencia de los Estados Unidos en los LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 115 consejos y disposiciones semilegislativas que pondrán las bases de una paz duradera, y de las cuales nacerá el nuevo orden internacional. Tampoco hay que pensar que haya que privar al pueblo de los Estados Unidos de la oportunidad y el derecho de expresar sus sentimientos y convicciones cuando surjan cues- tiones acerca de la ley y la justicia, de lo justo y lo injusto entre naciones de cualquier parte del mundo. Lo único que aquella separación de jurisdicciones sig- nifica es que, por las razones y los fimdamentos afirmados, la responsabilidad directa del Gobierno de los Estados Unidos en el cimiplimiento del nuevo orden internacional quedará limitada al continente americano y al territorio perteneciente a algima de las repúblicas americanas. Los Estados Unidos deben prepararse para par- ticipar en esta tarea de consejo internacional y de mejor administración internacional. Deben llegar a comprender que aunque el más amplio grado de autonomía interior sea vital para la existencia con- tinuada y el fimcionamiento efectivo de nuestras instituciones interiores, en cambio cuando la nación actúe en la política exterior debe hacerlo como un todo y su acción debe ser sostenida por todos. Un mal paso dado en la legislación interior puede ser corregido sin daño de nadie más que de nosotros mismos. Pero un mal paso dado en la política ex- terior no puede ser corregido nimca, porque afecta no sólo a nosotros mismos sino a la opinión que los demás tengan de nosotros. Se dice que el Empera- dor alemán dijo en cierta ocasión que él no veía como Ii6 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA su gobierno podría volver a hacer nunca otro tra- tado con los Estados Unidos; porque según nuestro derecho constitucional las disposiciones de un tra- tado, siendo así que son también leyes interiores de los Estados Unidos, pueden ser y son frecuentemente modificadas o rechazadas por una disposición pos- terior del Congreso sin comunicación oficial a la otra parte contratante. Es ima cosa bien sabida, desde luego, que el poder de los Estados Unidos para hacer tratados está erizado de cuestiones difí- ciles y delicadas; y debe admitirse que los Estados Unidos han de poner orden primero en su propia casa si quieren llegar a tener una inñuencia interna- cional efectiva en apoyo de las ideas y principios en que están basados su gobierno y constitución, y si han de prestar una ayuda eficaz a la obtención y mantenimiento de una paz duradera. Los Estados Unidos tienen que tener cuidado de no hacer acuer- dos ni asumir responsabilidades internacionales que no puedan observar y cumplir cueste lo que cueste. Los compromisos que se adquieran deben ser escru- pulosamente observados. Para que esto suceda es necesario que el poder al hacer los tratados no debe adelantarse mucho a lo que la opinión pública de- manda, y que todo el poder del gobierno debe ser utilizado para cumplir las condiciones de un tratado una vez que se ha entrado en él. Estas cuestiones de derecho constitucional y po- lítica pública están ligadas con cuestiones que afec- tan al sistema militar y naval de los Estados Unidos. La competencia en los armamentos es la peor forma LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 117 posible de rivalidad internacional; pero tomar un puesto en una reunión internacional en la presente situación de la opinión pública y de la política mun- dial, sin tener ciertos medios eficaces de garantizar el propósito de una nación, sería reducir semejante participación a una mera discusión sin consecuen- cias. Las demás naciones amantes de la libertad tendrían perfecto derecho a dirigir a los represen- tantes de los Estados Unidos dos preguntas: i.* ¿ Cuáles son los principios que los Estados Unidos creen justos y realizables como parte de un nuevo orden internacional ? y 2.* ¿ Qué contribución pueden y quieren hacer en apoyo de este orden internacional en el caso de que estén dispuestos a unirse a las demás naciones para crearlo? Sería, quizá, encon- trándose frente a estas pregimtas como el pueblo de los Estados Unidos sería llevado rápidamente a comprender qué principios de política interior deben adoptar con objeto de prepararse para una partici- pación internacional. Hay que recurrir ima vez más al espíritu de lealtad internacional y nacional que repetidamente ha triunfado del provincialismo, del interés local y del egoísmo. Servicio nacional no puede seguir siendo una frase vacía; debe dársele vida, significación y aplicación universal. Así como el espíritu y los principios democráticos requieren que exista la participación más amplia posible en la formulación de la política pública, igualmente ese espíritu y esos principios requieren que exista la participación más amplia posible en el servicio de la nación y en la defensa de ella si fuese necesario. Ii8 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA Un ejército de soldados mercenarios como institu- ción de defensa de un pueblo democrático es un anacronismo tan grande como lo sería un cuerpo de votantes mercenarios. El sistema de instrucción pública del país debe ser tratado con mano fuerte, purificado de mucho de su sentimentalismo y teorías endebles y fútiles, y convertido cada vez más en una preparación genuina de la juventud americana para su participación inteligente y eficaz en la vida americana. Aparte del sistema de instrucción pú- blica de la nación, debería establecerse sin demora un sistema de instrucción universal para el servicio na- cional y si fuera necesario para la defensa nacional. Semejante política es la antítesis del militarismo; es la democracia consciente y preocupada de sus de- beres y responsabilidades lo mismo que de sus dere- chos. El pueblo de los Estados Unidos no llegará nunca a ser im factor importante en el desenvolvimiento de una política imi versal eficaz, a menos que tome aquellas medidas que le den el derecho y la capaci- dad de participar realmente en semejante tarea. Toda nación beligerante está adquiriendo gracias a esta guerra la más rigurosa instrucción y disciplina que cabe. Toda nación beligerante de importancia saldrá de esta guerra con im adelanto de una gene- ración o quizá de un siglo respecto de los Estados Unidos en todo lo que toca al servicio nacional, al sacrificio nacional y a aquel reforzamiento del carác- ter que viene no de hablar sobre los ideales sino de sostenerlos activamente en el más terrible de los LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 119 combates. El pueblo de los Estados Unidos debe tratar de encontrar el modo de aprender las lecciones de la guerra, sin tener que pagar la costa terrible de vidas y haciendas que implicaría una participación militar. Su futuro lugar en la historia del mundo, la consideración que las demás naciones le concedan y su propio desarrollo más afortunado y más justo, todo ello depende de la manera como se resuelvan estos difíciles problemas. La voz de una nación está privada de la mitad de su fuerza si protesta contra la crueldad, la opresión y la injusticia que en el extranjero existan, existiendo también injusticia, opresión y crueldad en su propia vida nacional. La guerra ha traído estas consideraciones ante la Gran Bretaüa, Francia, Alemania, Rusia y los demás belige- rantes, los cuales se ocupan de ellas cada uno a su modo. También se presentan las mismas considera- ciones ante los Estados Unidos. ¿ Cómo van éstos a tratarlas ? ¿Se limitarán a desear tener una paz duradera o actuarán tanto en el interior como en el exterior de modo que contribuyan a asegurar dicha duradera paz ? I XVI CONCLUSIÓN — CUESTIONES PARA EL PORVENIR — PUN- TOS ESENCIALES DE UNA PAZ DURADERA EL objeto que nos habíamos propuesto tratar en estas discusiones ha sido ya desarrollado en- teramente. Partiendo del supuesto de que los principios e ideas políticas por los que están luchando los Aliados deben prevalecer si la guerra ha de ser seguida por ima paz duradera, y de que el progreso de las operaciones militares hasta ahora ha hecho evidente que Alemania y sus aliados no pueden de ninguna manera ganar la guerra sino que probable- mente antes de mucho tendrán que ceder ante la superioridad militar y económica de los Aliados, partiendo de estas suposiciones, decimos, nos esfor- zamos al principio por encontrar un posible punto de partida para pensar en la base de una paz dura- dera. Parecía que nos lo proporcionaban ciertas afirmaciones recientes del Vizconde Grey y del Can- ciller von Bethmann-Hollweg acerca de los objetivos por los que los Aliados y las Potencias Germánicas están respectivamente luchando. Una compara- ción de estas afirmaciones nos condujo a ima discu- sión de lo que se entiende por derechos de las na- ciones, grandes y pequeñas, y de lo que es indis- pensable para dotarlas de una garantía satisfactoria para su seguridad incluyendo la política librecam- k LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 121 bista en el comercio internacional. Siguió un exa- men de la significación de la frase "libertad de los mares," y después una discusión del papel que Francia y Rusia han jugado en esta guerra y de las medidas y resoluciones concretas que probablemente serán exigidas por ellas como condiciones de una paz duradera. Se hizo necesario en seguida analizar lo que se entiende por militarismo prusiano, que es lo que los Aliados se han propuesto como fin principal destruir. Todo esto presupuesto, siguió im examen del progreso alcanzado hasta ahora en el estableci- miento de un orden internacional, y a continuación vinieron ciertas sugestiones concretas para el desa- rrollo y afianzamiento de dicho orden internacional por los medios y con los fines que entonces se expu- sieron detalladamente. Era natural que examiná- semos a continuación con especial cuidado la actitud posible y probable de los Estados Unidos hacia seme- jante orden internacional, hacia su administración y hacia el futuro cumplimiento del derecho interna- cional. Como un corolario del examen de estos pim- tos se expusieron algunas sugestiones respecto a las lecciones que en esta guerra puede encontrar el pueblo de los Estados Unidos en cuestiones relativas a su política interior. En esta ojeada se han dejado a im lado muchas materias, algunas de la mayor importancia. Una de ellas es por ejemplo la cuestión de la mejor dispo- sición que en interés de ima paz dtiradera haya que tomar con las posesiones coloniales que Alemania tenía al empezar la guerra. Esta cuestión hace sur- 122 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA gir naturalmente otras sobre la futura política de las naciones civilizadas respecto a todo lo referente a la colonización y a la toma de posesión de nuevos te- rritorios. Además está el Extremo Oriente con sus especiales problemas. Por el momento este es un terreno común en el que tanto las naciones europeas como los Estados Unidos participan en cierto modo desarrollando diversos planes políticos de carácter internacional. Pero sería muy digna de ser con- siderada la cuestión de si sería mejor continuar, durante algún tiempo al menos, en esta relación ge- neral por lo que a este asimto se refiere, o establecer en el Extremo Oriente una tercera esfera adminis- trativa para desarrollar el orden internacional y el cumplimiento del derecho internacional, con la prin- cipal responsabilidad de ella puesta en manos del Japón, de modo que esta nación obrase según una especie de Doctrina de Monroe asiática. Surgen por sí mismas además cuestiones impor- tantes respecto a la política interior de ciertos pueblos hacia razas y religiones representadas en las poblaciones que de ellos dependen, hecho que ha dado origen frecuentemente a inquietud y rozamien- tos internacionales. Este es el caso de los arme- nios en Turquía, los finlandeses en Rusia, los serbios en Austria, y los judíos en Rusia y Rumania. Posi- blemente todas estas enojosas cuestiones no se han de ver resueltas por los hombres de hoy; pero si se tienen claramente presentes ciertos principios de conducta nacional e internacional y si se establece un orden internacional según estos principios y en LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 123 él un Tribunal Internacional de Justicia, se habrá alcanzado un medio que posibilite la consideración padñca y el examen jurídico de cuestiones tan com- plejas como éstas. Finalmente existe la cuestión total del desarme o más bien la limitación de los armamentos, cuestión presentada por el Zar como razón oficial de la con- vocatoria de la Primera Conferencia de La Haya. Recuérdese que esta misma cuestión fué considerada por los representantes ingleses de la Segunda Con- ferencia de La Haya como relacionada con la llamada libertad de los mares y particularmente con la exen- ción de captura de la propiedad privada que no sea contrabando. Aun en el caso de que la presente guerra acabe en lo que parece ser una paz duradera, es evidente que quedarán al mundo bastantes pro- blemas difíciles en que ocuparse, aim sin guerra, du- rante las generaciones venideras. Las profundas causas que han producido la pre- sente guerra deben ser comprendidas y tomadas en plena consideración en toda discusión de una paz duradera que haya de tener un valor práctico. No se quiere decir con esto la estrecha cuestión de la serie de acontecimientos ocurridos desde el 33 de julio al 1° de agosto de 19 14, ni el valor que haya que dar a ninguno de los actos o palabras de cada gobierno particular en aquel momento febril. Todas estas cuestiones, como se dijo al principio de estas discusiones, son, por ahora al menos, de im interés meramente histórico. Algún día los historiadores imparciales harán im relato de ellas que determinará 124 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA la creencia de las generaciones que han de venir; pero esta es después de todo una cuestión de menor importancia. La verdadera causa, fimdamento y origen de la guerra fué un conflicto inevitable entre dos principios e ideales de civilización y de desenvol- vimiento nacional. Como ya se ha explicado, la política militarista de Prusia, extendida hasta ahora sobre toda Alemania y sus aliados, representa y ex- presa un orden de cosas viejo y moribundo. Quizá esta política militarista fué necesaria en tm tiempo para el desenvolvimiento no sólo de Prusia y de Alemania sino de todo el mundo; pero aunque así fuera, hace ya mucho que ha llenado su misión, y ahora debe ceder ante ima filosofía de la vida na- cional e internacional más sabia, más humana y más adelantada, por la cual los Aliados, a despecho de todas sus diferencias superficiales, están luchando con una asombrosa unidad de propósito. Vencer el ideal militarista, tal como por el mo- mento está representado por la política prusiana, no será, sin embargo, bastante para asegurar una paz duradera. El espíritu y el sentido que se manifies- tan en el militarismo, en la subordinación de la autoridad y la política civil a la militar y en la colo- cación de la fuerza encima del derecho, deben ser arrancados de los corazones y de las mentes de los hombres. No bastaría con arrancarlos de los cora- zones y las mentes de los prusianos y alemanes; de- ben ser arrancados también de los corazones y las mentes de aquellos ingleses, franceses, rusos, ameri- canos y japoneses en los cuales encuentren cabida. LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 125 Esto cxnirrirá solamente si las intenciones y propó- sitos de los hombres están dominados por algo que sea más poderoso que el militarismo por el hecho de ser más moral y más útil a la humanidad. En otras palabras, el fundamento de una sana política internacional se hallará en ima sana política interior y en la simpatía hacia la política interior igualmente sana de los demás países. El área pacífica del mundo se ensanchará rápidamente conforme las na- ciones vayan viendo cada vez más que su grandeza consiste en hacer justicia y en procurar la felicidad interior, más que en extender su poder material sobre sus vecinos e imponer su comercio por injustas y abusivas concesiones de privilegio. Las instituciones que el nuevo orden internacional propuesto y bosquejado aquí establezca, deben ser y sin duda serán del mayor valor para educar el espíritu del mundo preparándole para relaciones in- ternacionales más saludables y más acertadas; pero estas instituciones no pueden llevar a cabo ellas solas dicha obra. Tienen que tener detrás de sí la fuerza impulsora de un propósito de mantener la paz, de un deseo de ejecutar no sólo la letra sino el espíritu de los compromisos internacionales, y tam- bién im refrenamiento de aquellas formas de patrio- tismo más crudas y más brutales que se manifiestan haciendo injusticia y daño a los demás. Si se dijera que tal desarrollo significaría la supresión de las na- ciones y del nacionalismo como ima fuerza en el mundo, habría que contestar que no pasará nada de esto. El ser humano individual cuyos actos están 126 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA dirigidos por un poderoso sentido del deber no tiene menos personalidad sino más que el ser humano in- dividual cuyos actos están dirigidos solamente por el egoísmo. Lo que en este respecto es verdadero de los hombres lo es también de las naciones. Una nación como im individuo se hará más grande con- forme alimente im alto ideal y sirva y ayude a sus vecinos grandes o pequeños, y conforme colabore con ellos para alcanzar un fin común. Si se dice que esto es utópico, entonces Utopia es el fin por el que trabajan en el mimdo todas las personas mo- rales. Aunque sea derrotado en esta guerra, el pueblo alemán tendrá que jugar, por esta misma razón, im papel en la civilización aun más importante que el que hasta ahora le ha cabido en suerte. Es verdad, como ellos se quejan, que han venido al mundo de- masiado tarde y han encontrado los mejores puestos ocupados ya por otros. Pero los mejores puestos en el desenvolvimiento político, en la competencia administrativa, en el mejoramiento y bienestar de la gran masa de población, en el desarrollo de la literatura, la ciencia y el arte, y en el hallazgo de nuevos modos de expresión de la alegría y satisfac- ción de vivir, están siempre abiertos a la posesión de cualquiera que esté calificado para llegar a ellos. El sentido del deber ha arraigado fuertemente en el pueblo alemán desde el tiempo de Fichte. Este sen- timiento ha acrecentado poderosamente la excelen- cia de sus excelencias y ha agrandado extraordinaria- mente la gravedad de sus defectos. Si esta guerra LA BASE DE UNA PAZ DURADERA 127 llegase a consumir los restos más poderosos de mili- tarismo que aun quedan en el mundo, habrá hecho al pueblo alemán el mayor servicio que podía hacér- sele. Ciento veinte millones de hombres trabaja- dores, activos y emprendedores, viviendo en la zona templada y con una larga tradición de esfuerzo he- roico, no pueden ser reducidos a la nada por ningún poder sino por el suyo propio. Libres de su ideal militarista y puestos en armonía con los otros grandes pueblos de la tierra, los alemanes — puede predecirse con seguridad — entrarían en im nuevo período de utilidad y progreso que haría parecer pálida en comparación con él la historia de los últi- mos cien años. Lo que Federico Guillermo III dijo tan finamente cuando aun estaba reciente la humi- llación de Jena, se puede muy bien repetir ciento diez años después. En conclusión, pues, una paz duradera depende de la victoria de los Aliados en la presente guerra y del establecimiento en la política púbhca de los principios por los que ellos están combatiendo. De- pende de la represión de todo acto de venganza y re- presalias, y de la aplicación justa y acertada a cada problema concreto que surja de los principios por los cuales se lucha en esta guerra. Depende del esta- blecimiento de im orden internacional y de aquellas instituciones internacionales que han sido esbozadas en sus líneas generales. Depende de im espíritu de lealtad a este orden y estas instituciones, así como también de im firme propósito de mantenerlas y de- 128 LA BASE DE UNA PAZ DURADERA fenderlas. Depende de una política interior en un sentido de justicia y eficacia, y del refrenamiento de la soberbia, codicia y privilegio hasta donde pueda alcanzarlo el poder de los gobiernos. Depende de la exaltación de la idea de justicia no sólo entre los hombres dentro de una nación sino entre las na- ciones mismas; porque la paz duradera es ima con- secuencia de la justicia. Cuando todas estas cosas se hayan realizado, se verá en perspectiva una paz duradera, porque se habrá obtenido el requisito pre- vio esencial, es decir — ^la Voltmtad de la Paz. APÉNDICE I. HALL CAINE A COSMOS n. COSMOS A HALL CAINE m. HALL CAINE A COSMOS IV. COSMOS A SUS CRÍTICOS V. LOS ARTÍCULOS DE COSMOS ► HALL CAINE A COSMOS Londres, Noviembre 25 de 1916. A Cosmos: The New York Times me ha hecho el honor, conjunta- mente con otros, de pedirme que conteste su alegato en favor de una paz immediata. Noto en sus opiniones y en su modo de presentarlas una notable semejanza con las opiniones y la manera de cierta conocida y estimada personalidad in- glesa; pero, suponiendo que usted es americano, empiezo por decirle que toda su argumentación, por lo menos tal como ha llegado hasta este lado del Océano, se resiente del defecto de su alejamiento de las emociones producidas por la guerra. Es una antigua verdad la de que los que pre- sencian una partida son los que la ven mejor; pero no puede, en cambio, negarse que los que la juegan son los que la sienten mejor: y consideramos que tan necesario es sentir esta guerra como verla p>ara juzgar cuál es el momento más oportuno para la discusión de la paz. Me parece que usted no se ha dado cuenta de que la pri- mera condición para tal discusión es no la situación militar de los beligerantes sino su estado de espíritu. Usted dice que la similitud de las recientes declaraciones del Vizconde Grey y de Herr von Bethmann-Hollweg permiten esperar que se encuentre una fórmula que satisfaga a ambos; pero nosotros creemos que el discurso pronunciado por el Can- ciller alemán con respecto a la paz estaba inspirado en la idea de una paz sobre la base de la victoria alemana; y no nos sorprende que el pueblo alemán considere el llamado discurso pro-paz del Ministro de Relaciones Exteriores británico inspirado por la correspondiente idea de la vic- ia» 132 APÉNDICE tona de los Aliados. Hasta que el uno o el otro de los ministros no aborde el asunto sin la idea de la victoria o con la de la derrota confesada o con la de una solución in- decisa, no habrá llegado el momento propicio para la dis- cusión de la paz. Y, por el momento, no vemos signo al- guno de que tal cosa sea posible ni de p>arte de Inglaterra ni de parte de Alemania. La Causa de la Guerra todavía en Discusión Nos parece que usted considera que por el momento es inútil ocuparse de las causas de la guerra. Creemos, por el contrario, que para que haya la menor esperanza de paz es no sólo necesario sino inevitable ocuparse de ello. Creemos que la guerra tuvo su origen en una intriga; que esa intriga culminó en el ultimátum austriaco a Serbia; que Serbia no podía haber aceptado ese ultimátum sin haber dejado de ser una nación ; que el Embajador alemán en Viena, sin duda al- guna, y el Emperador alemán, probablemente, supieron y aprobaron los términos del ultimátum antes de su presenta- ción; que el propósito deliberado de ese ultimátum fué el de quebrantar la paz europea en beneficio de los planes alema- nes; que Alemania consideraba la guerra no simplemente como un mal necesario sino como un medio plausible de acrecentar su poder, y que el sojuzgamiento de Serbia y la violación de Bélgica fueron el resultado de esa política falsa y crinünal. No vemos prueba alguna de que Alemania esté arrepentida de la trama que urdió, ni posibilidad de ima paz real y duradera hasta que lo esté, o sufra las consecuencias de no estarlo. Nos parece también que usted cree que como por el mo- mento no es posible discutir los móviles de los beligerantes, seria suficiente que reconociéramos que, lo mismo que noso- tros, Alemania cree tener razón. Pero, en nuestro concepto, el que Alemania crea tener razón hace tanto mayor su oilpa y tanto más imposible la discusión de los términos de la paz. APÉNDICE 133 Sólo cuando Alemania comprenda que no tiene razón será posible abordar la discusión de las condiciones de una paz, que será permanente porque estará basada no sólo en ra- zones de índole militar, sino en el reconocimiento efectivo de los preceptos de la ley moral. De que Alemania com- prenda tal cosa no vemos hoy signo alguno. Usted cree que ha llegado el momento de ocuparse de la paz porque Alemania ya debe haberse dado cuenta de que no puede ganar la guerra, y porque los Aliados deben com- prender que sólo pueden ganarla a una costa que seria casi tan desastrosa como la derrota: nosotros creemos que eso no constituye más que una parte de las condiciones que pueden conducir a la paz. Solamente cuando Alemania vea que ha de perder seguramente la guerra, o cuando los Aliados comprendan que los peores desastres que pudieran resultar de la continuación de la guerra no serían compensados por el triunfo de los principios por los que están combatiendo, habría llegado el momento de concluir una paz que no se funde en otra consideración que la de lo que se gane o se pierda con ella. No hay indicación alguna de que ninguno de los beligerantes esté dispuesto a aceptar tales conclusiones. Concluí» la Guerra Ahora Sería un Despilfarro Criminal Nos parece que usted piensa que porque la guerra hasta ahora no ha producido otros resultados que infinita desgracia debería cesar, por haber fracasado en cualquiera de los fines que los beligerantes se proponían alcanzar con ella; pero es precisamente porque la guerra basta ahora no ha producido ningún resultado militar definitivo por lo que creemos que ella no debe cesar. Creemos que concluir la guerra ahora, después de tantos sufrimientos y sacrificios, por medio de una paz que no probase ni estableciese nada absolutamente, sería un despilfarro, un despilfarro dego, injustificado, inex- cusable, irreparable, criminal ; un despilfarro tal que no osa- 134 APÉNDICE mos, siquiera por un momento, detenemos a considerarlo. Creemos que una paz en tales condiciones sería una traición para con los muertos, una felonía para con los vivos, un ataque contra la autoridad de los gobiernos, una incitación abierta al desbordamiento de la anarquía, un deliberado ul- traje a los principios del patriotismo y aun a los sagrados preceptos de la religión. Usted considera la oportunidad favorable para la discusión de la paz porque los Aliados, aun cuando puedan ganar, no pueden querer — y probablemente no serían capaces de ello — ^aplastar completamente a sus enemigos. Pero aunque aquellos de nosotros, que, conocedores de la historia y con una idea humana de la guerra y de sus probables resultados, nunca hemos esperado ni soñado la exterminación de Ale- mania como nación, sin embargo hemos esperado y soñado la destrucción del ideal político alemán que está basado, según vemos, en la idea de que la civilización, la cultura y el bien- estar general de la familia humana son asegurados por el dominio y la tiranía de la espada con sus inevitables conse- cuencias de la violación de las libertades de las pequeñas nacionalidades y la germanización general del mundo. Des- pués de dos años y medio de guerra no vemos signo alguno de que Alemania haya abandonado ese ideal, y, por consi- guiente, indicación alguna de la posibilidad de una paz con- stituida sobre la base del principio cristiano de la igualdad de derechos de todos los pueblos. Usted cree que prolongar la guerra a costa de mayores y aun peores sufrimientos conduciría a tal exacerbación de los sentimientos de los beligerantes que sería perjudicial para la paz futura de Europa. Nosotros pensamos, por el contra- río, que el terminarla en el presente estado de incondusiÓD, cuando ninguno de los bandos puede afirmar que ha con- seguido una decisión militar, sería el medio más seguro de producir otras guerras, dando tiempo para reponerse, y una renovación de las hostilidades de las que ninguno de los beligerantes se ha arrepentido o ha visto la inutilidad de proseguir. APÉNDICE 135 Usted cree que aun cuando Alemania haya podido ser el siniestro agresor, ha recibido una lección, y que si la paz se concluye ahora puede contarse que hará todo lo que esté de su parte i>ara prevenir otras guerras. Creemos, en cambio, que la única lección que Alemania ha recibido es una lección militar; la de haber despreciado el valor, los recursos y el poder de sus enemigos, y que la única salvaguardia de una paz duradera es la de que Alemania redba la lección moral que resulte del convencimiento de la inutilidad de la guerra como un medio de asegurar el bienestar de la humanidad. Esa lecdón, que nosotros sepamos, no la ha recibido aún Alemania. Porqué la Guerra Debe Continuar Usted considera, a lo que jjarece, que si la paz se conclu- yese ahora ambos beligerantes reconocerían la locura de la guerra como medio de resolver las diferencias internaciona- les; y habiendo todos recibido su correspondiente lección se esforzarían de consuno en evitar su repetición. Creemos, por el contrario, que tal reconocimiento podría sólo venir al mismo tiempo para ambos después de estar ambos completamente extenuados, y en tal caso la lección sólo tendría valor para el resto del mundo, América, por ejemplo, la que, seguramente, no la necesita. Es probable- mente cierto que el mundo sólo adquirirá la completa con- vicción, el sentimiento absoluto de la futilidad y de la estu- pidez de la guerra ante el espectáculo de una gran parte de él vencido, arruinado y arrasado; pero aun ésto no conmueve nuestra convicción de que peor aun que la más completa ruina que pueda ser causada por la guerra, por terrible y espantosa que sea, es la esclavitud espiritual que ella puede evitar. Dios no permita que el más miserable de nosotros, los que estamos contra cualquier alegato por la paz, diga una sola palabra que pudiera prolongar los horrores de la guerra; pero nosotros, los que pertenecemos a las Naciones Aliadas, odiamos la guerra con iin odio tal que la esperanza 136 APÉNDICE de acabarla de una vez por todas nos alienta a prosegxiirla. Es precisamente porque nuestros corazones sangran de los terribles sacrificios que hacemos todos los días de lo mejor de nuestra sangre y de nuestra inteligencia por lo que com- prendemos, por más terrible y cruel que sea el decirlo, que debemos seguir sangrando. Y no creemos que esos impulsos estén en pugna ni con los intereses de la civilización, ni con nuestra fe. Nos damos clara y dolorosa cuenta de que en nuestra lucha por lo que creemos con toda nuestra alma ser la jus- ticia, nos hemos visto obligados a someter la solución de nuestra causa a un poder que no tiene nada en sí que ver con la justicia. Sabemos que nuestra religión nos enseña que Cristo condenó la guerra, y que tan pronto como el cris- tianismo haya establecido su dominio la guerra cesará; pero sabemos también, y se nos ha hecho últimamente compren- der, y muy amargamente, que la guerra es algimas veces necesaria para contener los peores instintos de la naturaleza humana; que apelar a la fuerza puede ser el último recurso de la justicia, y que, por consiguiente, es justo pelear y seguir peleando por la justicia. Sobre esta base, nosotros, los que pertenecemos a las Naciones Aliadas, con extrema repugnancia, fundamos, en Agosto de 19 14, nuestra convic- ción en la necesidad de entrar en el presente conflicto. ¿Y cuál sería el resultado ahora, si, después de dos años y medio de una guerra que ha convulsionado Europa, arras- trando a la tumba a millones de hombres y trayendo el dolor y la miseria a millones de mujeres y niños, fuéramos a hacer la paz con un enemigo inarrepentido, sólo por razones de circunstancias? Creemos que el único resultado seria el derrumbamiento en Europa de toda ley moral en el gobierno de las naciones y d* toda fe en la Providencia. Confianza en los Estados Unidos Estamos profundamente agradecidos a los Estados Unidos por la preocupación que siempre han demostrado y siguen APÉNDICE 137 demostrando por las posibilidades de paz; y dormimos más tranquilos sabiendo que el único imperio en el mundo que está fuera de esta vorágine de fuerzas devastadoras inter- vendrá con propuestas para terminar la guerra en el mo- mento en que sea posible y justo hacerlo. Entretanto, estamos satisfechos con el papel que está des- empeñando y que esperamos continúe desempeñando en lo sucesivo. Ese papel es el de amigo y campeón, no de imo cualquiera de los beligerantes sino de la humanidad. Eln nuestra opinión, hay una gran distancia entre la rígida y helada neutralidad que América impuso a su pueblo al prin- cipio de la guerra y la reciente calurosa declaración de su Presidente de que de ahora en adelante la neutralidad es imposible para una gran nación en cualquier conflicto que afecte al bienestar de una gran parte de la familia humana. Esta no es una doctrina nueva, pero es una gran doctrina. Fué la doctrina sobre la cual el fuerte inglés Oliver Cromwell hizo de Inglaterra no sólo la más poderosa sino la más res- petada entre las naciones del mundo. Y en medio de la resurrección de métodos de guerra que no hacen distinción entre lo justo y lo injusto, y que no merecen otro nombre que asesinato y esclavitud, nos satisfaría ver a América sos- tener firmemente el gran principio, contra quienquiera que lo ataque, de que las leyes de la humanidad, que son inmu- tables, no deben ser infringidas y ultrajadas. Ya eso sólo contribuirá a mantener vivo el espíritu de justicia en el mundo y a acercar el día de la paz. Hall Cains. 138 APÉNDICE II COSMOS A HALL CAINE Noviembre 27 de 1916. A HallCaine: Debo a la amabilidad del New York Times el poder con- testar inmediatamente su carta de 25 de Noviembre trasmi- tida por cable. Permítame manifestarle que usted no ha comprendido exactamente el propósito de mi alegato. La mala inteligencia se debe, sin duda alguna, a la forma imper- fecta o parcial en que ha llegado a sus manos. Tal vez sea debido, en parte, a que en el momento de su publicación hubo, tanto en éste como en otros países, un cierto número de manifestaciones de opinión referentes a la terminación de la guerra con las cuales mi alegato puede haber sido rela- cionado injustificadamente. Acaso la mala inteligencia sea debida al encabezamiento bajo el cual mi alegato fué publi- cado. Yo no abogo por una paz inmediata. Por el contrario, me aparto completamente de todas aquellas personas y de todos aquellos movimientos de opinión que recomiendan, fundados en motivos humanitarios, una paz inmediata, aun a costa de los grandes objetivos de la guerra. Hasta tanto esos objetivos sean alcanzados, y una vez alcanzados asegurados para lo futuro, esta guerra no puede ser terminada con algo que merezca el nombre de paz. En tales circunstancias, el resultado sería, en el mejor de los casos, una nueva era de competencia de armamentos y una nueva y desesperada lucha, por todos los medios conocidos, p>ara obtener una situación ventajosa desde la cual poder inidar y proseguir una nueva e igualmente terrible contienda. El punto de partida de mi alegato, dando por sentado la derrota de Alemania y sus aliados, es la creenda de que ha llegado el momento de considerar si la guerra no puede ser terminada en un futuro no distante, por un pacto interna- á APÉNDICE 139 donal en el que los Estados Unidos tendrían intervención. Con el objeto de suministrar una base para la discusión de tai pacto internacional, ciertas proposiciones definidas fueron presentadas y examinadas en mis contribuciones al New York Times. Sería de una gran ayuda si estas propuestas concretas y definidas, una vez que hubieran sido íntegra- mente leídas y cuidadosamente examinadas, pudieran servir, acaso, de base para un futuro pacto internacional, cuyo pro- pósito sería el de hacer todo lo humanamente posible para proteger la civilización contra la repetición de la presente calamidad. Usted se equivoca igualmente al suponer que estos artícu- los han sido escritos con la desventaja resultante del aleja- miento del autor de las emociones producidas por la guerra. El autor ha debido hacer un esfuerzo para evitar que la menor expresión de sus sentimientos apareciera en sus argu- mentaciones; y ese esfuerzo constituyó una tarea difícil dada la profundidad de sus sentimientos. Nadie cuyos senti- mientos no hayan sido profundamente afectados por la causa de los Aliados en esta guerra, puede intervenir en la discu- sión de las condiciones de una paz duradera. Cosmos. III HALL CAINE A COSMOS Londres, Noviembre 29 de 1916. A Cosmos: Debo a la amabilidad del New York Times el haber leído su carta telegrafiada el lunes, y me apresuro a decirle que nada puede parecerse menos a ella que el espíritu general de sus arü'culos, tales como fueron dados a conocer por el re- sumen publicado de este lado del Atlántico. Ese resumen los presentaba como un ballon d'essai ^ una exploración, posi- blemente en interés de Alemam'a, o, por lo menos, capaz de I40 APÉNDICE ser utilizado en beneficio de Alemania. Pero mi carta no estaba inspirada en esa interpretación injuriosa. Por el con- trario fué sugerida por el disgusto de que un órgano responsa- ble de opinión inglesa hubiese empleado semejante lenguaje, tratándose de un escritor evidentemente sincero y de un diario como The New York Times que ha publicado algunos de los artículos más luminosos, perspicaces, profimdamente sentidos e inspirados en los mejores sentimientos que han aparecido en todos los países durante la guerra. El móvil de mi carta fué el de reconocer el hecho evidente de que los Estados Unidos, al iniciar una propaganda en favor de la paz, sólo podían estar inspirados por los más altos motivos de humanidad, contra la manifiesta oposición de los intereses materiales. Por eso fué por lo que hice todo lo posible pora contes- tarle en el elevado terreno de la ley moral, no en el de la oportunidad o la necesidad militares; citando frecuentemente las propias palabras que le eran atribuidas, y no sacando de sus argimientos otras consecuencias que las que parecian de acuerdo con el espíritu general de los mismos. Al proceder así creí interpretar el sentimiento general del pueblo de nuestro país, el cual agradece a América lo que hace, y no pretendí, por cierto, desterrar la palabra paz del vocabulario de la más grande de las naciones neutrales, por poco que ella misma quiera usarla. Pero si usted cree tener razón de quejarse por el lenguaje que alg\mas veces se emplea con respecto a América en este país, le ruego se coloque en nuestro lugar. Acaso sea verdad que todos los Junkers no están en Alemania, que todos los Hunos no están en Prusia, que lo mismo aquí que del otro lado del Rin hay quienes profieran bravatas, y que en medio de los infinitos sufrimientos ocasionados por la guerra k» más vehementes clamores por su continuación pueden venir de los pulpitos guerreros, de los sofás heroicos y de los inven» dbles sillones; pero eso no es todo, de ninguna manera. El nuestro es un pueblo orgulloso, magnánimo y valiente, que no tiene ni la costumbre de la derrota ni está dispuesto APÉNDICE 141 a soportar la vergüenza de ella. Hemos conoddo en otros tiempos toda la amargura de las horas oscuras y amenaa^ doras. Hace menos de tres siglos, después de un período de supremacía mundial, vimos la flota holandesa surcar triun- fante el Támesis. Hace menos de dos siglos, en la víspera de nuestros más grandes triunfos, vimos nuestras fuerzas despedazadas en la tierra y en el mar. Pero nuestro espíritu nacional nunca flaqueó. Jamás nos hemos sometido a una paz vergonzosa, y ahora, cuando, como lo creemos, somos víctimas de una trama cobarde y cruel, cuando estamos sufriendo junto con nuestros aliados y con algunas de las naciones neutrales, sin excluir a América, todos los horrores imaginables que la inhumanidad puede concebir y la barbarie ejecutar, no nos parece que nos esté bien ponemos a hablar de la paz hasta que la veamos cer- cana y la sepamos justa. Dejemos que nuestros enemigos, por miedo o por jactancia, vociferen por ella. Ese no es nuestro espíritu, ese no es nuestro modo de ser. No está en nuestro modo de ser el hacerlo, sea el que fuere el precio que debemos pagar por nuestro silencio. Ese es el rasgo prominente de nuestro carácter nacional ; y no conocerlo es no conocer nuestro país, lo que es y lo que ha soportado. Algunos de los que hemos tenido la obligación de hablar a nuestro pueblo diariamente, por intermedio de los grandes diarios, nos hemos dado cabal y clarisima cuenta de ese imperecedero rasgo nacional. Hay ciertos temas que no podemos discutir porque nuestro pueblo no admite que estén dentro de los límites de la cuestión. Hay ciertas eventuali- dades que no podemos considerar porque nadie cree que estén dentro de los límites de lo posible; y sobre todos esos temas y eventualidades está el tema y la eventualidad de una paz prematura, y, por consiguiente, peligrosa y deshon- rosa. En lo que a esto toca, a pesar de todos nuestros sufri- mientos presentes, pasados y futuros, el alma de nuestro imperio está resuelta a todo. De ahí la impadenda y aun la desconfianza con que han sido recibidas en este país algu- 142 APÉNDICE ñas de las discusiones sobre la paz en América; y de ahí, tam- bién, el falso concepto que, como lo demuestra su carta, prevalece a veces con respecto a su objeto y su alcance. Estoy de completo acuerdo con las tendencias generales de su carta, tal como ésta me ha sido trasmitida por el cable. Que cuando la guerra haya sido terminada de acuerdo con la justicia (Dios quiera que sea pronto !) debe hacerse im esfuerzo para concluir un convenio internacional cuyo fin sea el proteger la civilización contra la repetición de una ca- lamidad semejante, es una propuesta que se recomienda por sí sola y que tendría la aprobación de la inmensa mayoría de mis compatriotas; y nos parece justo que América encabece esa alta empresa como la gran nación cuyo pKxler le da autoridad ante el mundo y cuyas manos están limpias del presente crimen. Pero al entrar en la liga para la paz usted propone no de- bemos forjamos ilusiones. No debemos creer necesaria- mente que vamos a ajustamos a los principios pacíficos del fundador de nuestra religión. Esos principios, tal como la mayoría de nosotros los entiende, están basados en el senti- miento de que la violencia, en cualquier forma en que se emplee, produce la violencia, y que el único medio de esta- blecer el imperio de la ley moral es el de no oponer resistencia al mal. Pero comprendemos que esa doctrina puede hacer már- tires y religiones pero no naciones, y que la liga internacional que usted propone para la paz debe fundarse en la fuerza. Del mismo modo que los gobiemos nacionales, esa liga de- pendería en última instancia de la fuerza en que se apoyara, y, por consiguiente, estaría sujeta a ser cohibida y deshecha y a algunos otros de los males menores inherentes a las con- diciones actuales. Comprendemos, por otra parte, que la fuerza en que se apoyaría la liga internacional para la paz seria una fuerza internacional y no nacional: y esa diferencia seria funda- mental. Ella nos permitiría esperar que la ley moral ir^*^ ; yese en la solución de las diferencias internacionales» y 4 ic. APÉNDICE 143 por consiguiente, un ultimátum como el de Austria a Serbia fuera imposible; que los derechos de las pequeñas naciones serían considerados sin tener en cuenta la fuerza a disposidón de las mismas para hacerlos respetar, y, por consiguiente, hechos como la violación de Bélgica y el esclavizamiento de su pueblo fueran inconcebibles, y, sobre todo, que una guerra universal, tal como la que ahora nos envuelve, causando in- calculables sufrimientos a millones de personas, no sería otra vez emprendida después de unos cuantos días de diplo- mada vertiginosa dirigida por un puñado de hombres no todos distinguidos por su inteligencia o exentos de sospecha de móviles indignos. Si América consigue, a su debido tiempo, formar una tal coalición, habrá prestado a la humanidad un servido tal como el mundo apenas hubiera osado esperar todavía. Una conclusión tan santa, tan feliz, casi nos reconciliaría con la infinita desgracia del espantoso conflicto actual, hadéndonos comprender que por esa razón Dios ha permitido que, así como una vez por el agua, ahora por el fuego, el mundo fuese purgado de la peor de sus impurezas; que El no ha permitido que nada se malgaste, que ningún sufrimiento, que ningún sacrifido sea estéril; y que por medio de esta época de dolor El ha concedido al afligido mundo una gloriosa resurrecdón. Dios lo quiera I Hall Caine. IV COSMOS A SUS críticos Didembre i de 1916. Al Director del New York Times: Desearía contestar las cartas que me han llegado por su intermedio, aplaudiendo o criticando mis opiniones publica- das en el Times con respecto a la base de una paz duradera, que todas las nadones, sean o no beligerantes, manifiestan desear. 144 APÉNDICE Permítame repetir, una vez más, que mis opiniones presu- ponen la victoria militar y económica de los Aliados sobre los Imperios Centrales y la prosecución de la guerra hasta obtener la seguridad de poder llegar a un convenio interna- cional que, en primer lugar, cumpla y asegure los fines para la obtención de los cuales los Aliados están prosiguiendo la guerra, y, en segundo lugar, establezca los medios de im- pedir en lo futuro, en cuanto sea humanamente posible, el estallido de un conflicto internacional semejante. Mis apreciaciones se dirigen principalmente a los ameri- canos, en la esperanza de que la opinión pública en los Esta- dos Unidos sea conducida a informarse concreta y detalla- damente con respecto a los fines precisos de la guerra y a los medios de cumplirlos y asegurarlos cuando llegue el mo- mento de ocuparse de las condiciones de la paz. Los Estados Unidos son neutrales en esta guerra, pero están directa y profundamente interesados en su resultado, no sólo en los campos de batalla, sino en el terreno de las ideas políticas. Se esperaba, naturalmente, que mis argumentos fueran, como lo están siendo, conocidos en Europa, a fin de poner, dentro de ciertos límites, en contacto el alma de ésta con la de los Estados Unidos con relación a las cuestiones vitales que están siendo consideradas. Permítaseme repetir, una vez más, que mi alegato no ha sido escrito o publicado como parte de una propaganda pro- Alemania para la obtención de una paz inmediata, y que no está vinculado ni directa ni indirectamente con organiza- ción o movimiento alguno en éste u otros países para con- cluir rápidamente la guerra sobre la base de una solución militar indecisa. Es una mera coincidencia, y no una coin- cidencia afortunada, la de que mi alegato haya sido publi- cado en un momento en que tales organizaciones y tales mani- festaciones constituían asuntos de actualidad. Permítaseme, también, indicar que me sentirla mucho más satisfecho y lisonjeado si los que me escriben se tomasen la molestia de leer mi alegato antes de criticarlo o de aplau- dirlo. Cosmos. APÉNDICE 145 LOS ARTÍCULOS DE COSMOS Del New York Times, Diciembre 18. En la serie de artículos escrítx)s por Cosmos y aparecidos. en las columnas del Times, de los cuales el décimo sexto y último aparece esta mañana, hemos oído la voz de la razón en medio del fragor de las armas. Las condiciones sobre las cuales una paz duradera debe basarse han sido su tema. Una clara comprensión de la rivalidad de intereses, de las malas soluciones políticas y de los falsos ideales de los cuales la presente guerra es el resultado, es su mérito; la justicia y una profunda convicción de que de esta guerra deben resultar medidas de seguridad contra futuras guerras lo han guiado en sus conclusiones. Los artículos de Cosmos han provocado ciertas críticas, más aún han estimulado la discusión. Ellos constituyen una previsión completa de los arreglos que deben efectuarse una vez concluida la guerra y que son esenciales para una paz duradera. En la frase inicial de su noveno artículo el autor vuelve a indicar las condiciones que, a su juicio, deben de constituir la base de la paz, si ella ha de ser duradera: *'E1 campo que hasta ahora hemos recorrido abarca el esbozo de un arreglo de las consecuencias de la guerra, que asegurase el libre desenvolvimiento nacional de todos los estados, grandes y pequeños, la política de Ubre cambio en el comercio internacional, la exención de la propiedad pri- vada, que no sea contrabando, de captura o destrucción en el mar, y además que restaurase la Alsada-Lorena a Francia al mismo tiempo que hada a Rusia dueña de los Dardanelos y del Bosforo." Queda aún el otro objetivo de la guerra, del cual dijo Mr. Asquith que la Gran Bretaña nunca envainaría la espada hasta haberlo alcanzado: la completa destrucción del mili> tarismo prusiano, de ese *' estado de espíritu prusiano," como 146 APÉNDICE lo llama Cosmos que ha hecho de Alemania una nación mili- tar. Queda también la reparación a Bélgica por Alemania y a Serbia por Austria. Las seguras salvaguardias que las naciones deben levantar contra la guerra, la liga de todos para asegurar la paz de todos, la constitución de comisiones de investigación para estudiar las causas de desacuerdo y de un tribunal interna- cional, han sido discutidas en los artículos finales con una notable amplitud de miras y ima clara comprensión de las dificultades que se oponen a su realización. Especialmente instructiva es la discusión de la naturaleza de las medidas por medio de las cuales se hará efectivo el cumplimiento de los convenios internacionales, los cuales, si han de servir para algo, deben ser reahnente obligatorios; y del papel que al respecto los Estados Unidos, en vista de su Doctrina de Monroe y de su tradicional desinterés en la política euro- pea, podrían desempeñar segura y apropiadamente. Y hay también palabras de consejo dirigidas a nuestro pueblo, pre- venciones de las consecuencias que sobrevendrán si no tene- mos el debido sentimiento del deber y del servicio nacional; prevenciones que sería conveniente que los americanos no echaran en saco roto. Al pedir sus opiniones a Cosmos y al publicarlas, The Times cree haber prestado un servido cuyo valor quedará evidenciado de un modo notable cuando, después de la guerra, las condiciones de paz, en toda su variedad, conse- cuencias y ramificaciones, pasen p)or el crisol de la discusión pública. Cosmos ha sometido a la consideración pública no sólo condiciones de paz sino también principios fundamen- tales. ÍNDICE DE LOS NOMBRES PROPIOS Abad de Saint Pierre, 93. Adams, John, 30. Africa, 99, no; Sur de, xi, 13, x6. Africana, Guerra Sur-, 1 2. Alemán, Imperio, 4, 4», 59, 67. Alemania, 5, 6, 7, 8, 9, 11, 13, 14, 15, 16, 18, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 32, 33, 37, 40, 42, 44, 46, 4«, 49, 51, 52, 55, 56, 59, 60, 63, 64, 65, 67, 78, 79. 80, 84, 87, 94, 95, 103, X05, 119, X 20, 121, X24. Aliados, IS, 22, 52, 55, 56, 61, 63, 65, 66, 67, 85, 90, 96, 97, 120, 121, 124, 127. Alsada, 14, 42, 43, 44, 45, 46, 47, 48, 49, 58, 67. América, 22, 63, 99, X12. Amistad y Comercio, Tratado de — , con Prusia, 30. Appomattox, 62. Arbitraje, Tribunal de, 79, 81. Argentina, 32, 108. Asia, 51, 56, 99, lio; Menor, 51, 54. Asiática, Doctrina de Monroe, 122. Asquith, Herbert H., 7, xx, 58, 6x, 62,94,95. Australia, xi, X3, 16. Austria-Hungila, 6, 23, 32, 33, 40, 84, 87, 103, X22. Avebury, Lord, 34. Bacon, Robert, 87. Balcanes, Península de los, 51, 54. Beaconsfield, Lord, 57. Bélgica, 6, xo, II, 13, 14, 23, 33, 40, 44, 65. Bentham, Jeremy, 94. Berlín, 57. Bethmann-HoUweg, Cancillfr von, 7, 8, 9, XI, X5, x6, 24, 66, 95, X20. Bismarck, Príndpe von, 46, 65, xoó. Blackstone, Sir William, 73- Blanc, Louis, 44. Boiden, Sir Robert Laird, 35. Bosforo, el, 55, 56, 58,67. Bourgeois, Leon, 77. Bourtzeff, M. B., 53. Brasil, 32. Brentano, Profesor, 19. Bretaña, la Gran, 5, 6,| 7, ix, X2, 13, 16, 20, 23, 25, 26, 27, 29, 33, 34, 35, 36, 37, 40, 65, 66, 67, 68, 72, 79, 80, 83, 84, 87, IOS, 119. Briand, Aristidc, 39. Bright, John, 20. Británico, Imperio, 12. Bulgaria, 33. Bülow, Pilndpe von, 14, 77. Bund Neues Vaterland, 24. Butler, Nicholas Murray, 70. Calais, 6. Campbell-Bannerman, Sir Hexiry, XI, 12. Canadá, XX, 13, x6, 35. Canal de la Mancha, 6. Canning, George, 57. Casablanca, Pleito de, 80. Catalina, Emperatriz de Rusia, 52. Cirailar, Nota Rusa, 31, 74. Clarendon, Lord, 21. Qémenceau, Georges, 44. Qeveland, d Presidente Grover, X14. Cobden, Richard, 2a 147 148 Índice ■Comercio, Tratado de Amistad y — , con Prusia, 30. «Comisión International de Inves- tigación, 91, 92, 96, 97. Conferencia, Económica de las Po- tencias Aliadas, 20; Primera — de La Haya, 30, 31, 74, 75. 77, 78. XXI, 123; Segunda — de La Haya, 31,32,72,81,84,85,86,87,88, 91 , 1 1 1 , 1 23 ; Naval de Londres, 86 ; Tercera — Panamericana, 7 1 . Congreso de La Haya, 40. Constan tinopla, 57. Crucé, Emeric, 93. Cuestión de Oriente, 21, 44, 51, 54. Chamberlain, Houston, 61. China, 32, 108. Choate, Joseph H., 73. Dardanelos, los, 55, 56, 58, 67. Declaración de Guildhall, 58; de Independencia, 69; de Londres, 29, 86; de París, 30. Demburg, Dr., 24. Dinamarca, 14, 25. Discurso de Despedida, de Wash- ington, lio. Doctrina de Monroe, xzz, 1x3, 1x4, 122. Dubob, 94. Egeo, Mar, 51. Einkreisungspolitik, 55. Eacoeia, 14. Eslavos, del Sur, 15, x6, 33. E^Mifia, 1 08. Erados Unidos, 3, x8, 21, aa, 35, «7. 29. 30, 31. 3a, 33. 68, 69, 71, 73, 79, 80, 83, 83, 84, 87, 90, 93. 96, 97. 98, 99, zoo, 104, IOS, 106, X07, X08, lio, III, ZI3, Z14, 115, 116, X17, Z18, 119, X3X, xaa; Congreso de ka, 3 1, 96, 103, 104, XII ; Tribunal Supremo de los, 73, 83, 83, 88, 89, 90. d'Estoumelles de Constant, Barón, 77. Estrasburgo, 43, 47. Europa, 6, 21, 22, 43, 44, 48, 51, 62, 68, 94, 99, 102, 106, 108, lio, 112, 113. Falkenhayn, el General von, 52. Federico el Grande, 52. Federico Guillermo III, 127. Fichte, Johann Gottlieb, 126. Francesa, República, 37, 46, 64, 77; Revolución, 47, 53, 64. Francia, 6, 18, 23, 33, 37, 38, 39. 40, 41, 43, 44, 45, 46, 47, 48, 49, 57, 58, 63, 64, 65, 67, 68, 79, 80, 84,87,96, 105, 119, 121; Isla de, 47- Franklin, Benjamin, 30. Fundación Pía de California, Pleito de la, 79. Gadsden, Tratado de, 105. Gales, País de, 14. Gambetta, Léon, 44. Gladstone, William E., xx, X3, 43, 48, 57, 68. Gorchakof, Príncipe, 54. Gran Bretaña, la, 5, 6, 7, iz, X9, 13, 16, 20, 23, 25, 26, 27, 39, 33. 34, 35. 36, 37, 40, 65, 66, 67, 68, 73, 79, 80, 83, 84, 87, Z05, 119. Grecia, 11, 13, 108. Grey, Vizconde, 7, 8, 9, zi, 13, 16, 34,58, z 20. Grotius, 25. Guadalupe Hidalgo, Tratado de, IOS. GuUdhaU, DedandóQ de, 58. Hamilton, AhnrtmW, ft. Hay, John, 30, Haya, La, 81, 85, 96; Ooogren de La, 40; Primera Co&fecaida de La, 30, 31, 74, 75, 77, 7». i". Índice 149 1 33 ; Segunda Conferencia de La, 31.32,72,81,84,85,86,87,88, 91, III, 1 23 ¡Tribunal de La, 79, 82. Holanda, 25, 85, 87. HoUs, Frederick W., 77. Holstein, Schleswig», 14. Huerta, el General, 104. Hugo, Víctor, 44. Imperio, Alemán, 4, 48, S9. «7; Británico, 12; Sacro — Romano, 47; de Rusia, 52. India, 56. Injluencúi dd podtr maritimo en la kistorút, por Mahan, 36. IngUterra, 14, 16, 34, 37, 56, 57, 63. Instituto Americano de Derecho Internacional, 68. InteressenpoUtik, 65. Internacional, Instituto Ameri- cano de Derecho, 68; Tribunal — de Justicia, 72, 78, 80,81, 83, 84, 85,86,87,88,89,91,95,97,98, 102, 123; Tribunal — de Presas, 85.. Investigación, Comisión Interna- cional de, 91, 92, 96, 97. Irlanda, 12, 15, 23. Italia, II, 13, 33, 40, 67. 79. «7, IOS. Jackson, Andrew, 90. Japón, 33, 68, 79. 80, 87, 105, 122. Jefferson, TlxMnas, 30, 72, 113. Jena, 127. Joffrc, el General, 38. Joubcrt,42. Justicia Arbitral, Tribunal de, 77, 79, 87. Kant, Immanuel, 94. Kitchener, Lord, 4. Ladd, WmkiB, 94. Londres, 7, 34, 86; Dedaradóa de, 29,86. Lorena, 14, 42, 43, 44, 45, 46. 47, 48, 49, 58, 67. Loudon, Dr. J., 87. Lusitania^ 36. Machtpolitik, 51, 54, 65. Mfkfiwm, d General, 59. McKÍiilcy,el Préndente Will¡am,30. Mahan, d Almirante, aó. MajubaHill, 12. Mantfdd, Lord, 72. Mar Negro, SI, 56. Mame, Batalla del, 4, 38. Marshall, John, 90. Martens, F. de, 32. Mazzini, 100. Méjico, 79, 104, IOS. Mettemich, 57. Michelet, 96. MUioukoff, Paul, 57- Moltke, d General von, 46. Monroe, d Presidente James, iii, 113, 114, 122; Doctrina de, iii, 113, 114, 122; Doctrina Asiática de, 122. Montenegro, 33. Moscow, S7- Mouravieff, Conde, 51, 75. Napoleón, 48, 64. Naval, Conferencia, 86. Noruega, 25, 32. Nueva York, 35. Orden dd Consejo, de agosto 20, 1914, 29, Padfioo, el, 56. Fdmcttton, Lord, 11, 57. PÉnamcricana, Conferencia, 71. Plufs, 30; Declaración de, 30; Tra- tado dé, 31. ISO ÍNDICE Paunccfotc, Lord, 77. Paz de Utrecht, 93. Pcnn, William, 94- Persia, 56. Pérsico, el Golfo, 56. Pleito, de Casablanca, 80; de la Fundación Pía, 79; de Preferen- cia Venezolana, 79; de la pesca en las costas del norte del At- lántico, 80; de Savarkar, 80. Poderes Centrales, 6, 1 20. Poincaré, el Presidente, 38, 39. Polonia, 14, 15, 23, 40. Portugal, 25, 32, 33. Preferencia Venezolana, Pleito de la, 79- Prusia, 14, 30, 52, 58, 59, 60, 62, 64, 124; Tratado de Amistad y Comercia con, 30. Quinet, Edgar, 44. Reichsland, 42, 48. Reichstag, 7, 8, 95. Renault, 77. Revolución Francesa, 47, S3» 64. Río de Janeiro, 71- Roosevelt, el Presidente Theodore, 30, 79- Root, Elihu, 31, 71, 81, 82, 83, 87. Rousseau, 94. Rumania, 33, 52, 123. Rusia, 6, 14, IS» 23, 24» 32» 33» 37» 50, SI» S2, S3» S4» 5S, S6, S7» S8, 67» 74» 7S» 84, 87, 103, IOS» 119» 121, 122; la Circular de, 31, 74* Russell, Lord, 11, S7. Russkia Viédomosti, 57. Sacro Imperio Romano, 47* Saint Pierre, el Abad de, 93. Salisbury, Lord, S7- Savarkar, d Pleito de, 8a Schleswiy-Holftiein, 14. ScfamoDer, Pvoíetor, 19. Scott, James Brown, 86, 87. Serbia, 6, 10, 23, 40. Somme, Batalla del, 4. Suecia, 32. Suiza, 59. Sumner, Profesor William G., 22. Sur- Africana, la Guerra, la. Sussex, 36. Talbot, Lord Canciller, 72, Talleyrand, 41, 42. Tampico, 104. Transiberiano, el ferrocarril, 56. Tratado, de Gadsden, 105; de Guadalupe Hidalgo, ios;